30/8/14

Mi Experiencia en Bongor (Chad, África)

¿Por qué Bongor? ¿Por qué una experiencia misionera en verano?
Yo ya tenía mis planes para el mes de julio (una semana en Segovia haciendo la Cátedra de misionología y otra en Valladolid en el encuentro de Nueva Evangelización), pero los planes del Señor eran otros, y él pensó que sería mejor  que estudiara menos y practicara más. Ha sido Él quien ha querido que yo este verano conociera la “misión”, de cerca y en primera persona.
En abril, como parte de mi trabajo, acompañé a una chica a un encuentro que organizaba la delegación de misiones de Madrid para aquellos que querían tener una experiencia misionera en verano, y sin saber cómo (porque ni hablo francés, ni tenía el dinero, ni tenía las vacaciones) yo me vine con el billete de Bongor y ella tuvo que seguir esperando.
En definitiva, he ido porque Dios me ha llevado hasta allí. La misión no es una iniciativa nuestra sino de Dios. No es un capricho, ni una forma de pasar el tiempo, el verano. Es algo que Dios nos pide para un mayor crecimiento personal y para un servicio a la Iglesia. Es un momento de encuentro con Dios a través de los hermanos. Dios sale continuamente a nuestro encuentro, tiene sed de nosotros, y la misión es el camino que ha elegido para algunos.
En mi caso, fue mi ignorancia en geografía lo que me hizo preguntar por este país a un misionero, eso y mi inquietud por conocer algo más de África. Dos preguntas mías que provocaron una tercera en el misionero javeriano ¿por qué no te vienes, necesitamos una persona más para poder realizar el viaje?
A partir de ese momento todo se desenvolvió con tal naturalidad que lo único que quedaba pendiente era saber a qué iba a allí, qué iba a aportar. La respuesta concreta no la encontré hasta que llegué.
Una cosa tenía clara, las palabras de Jesús en el evangelio de Mateo: <<Id, pues y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo>>. Yo era enviada, por medio de mi obispo, y estaba convencida de haber recibido el Espíritu Santo para ser testigo Suyo en los confines de la Tierra, o en el Chad, aunque fuera por un mes, pero ¿cómo?
Balbuceando cuatro palabras en francés (lo que da un curso intensivo de quince días) y con la confianza puesta en Dios, llegué a Bongor y a los pocos días otra pregunta asaltó mi mente: ¿quién enseña a quién? ¿Yo a ellos o ellos a mí? ¿Discípulos o compañeros del camino? Todos tenemos que aprender a ser discípulos del único Maestro. Esto es lo más bonito de la misión, el intercambio que se da entre personas tan distintas, un intercambio que nos permite crecer y enriquecernos, un compartir que nos acerca más a Dios y sin el cual no seríamos lo que somos. Una experiencia que nos permite a ambos, el misionero (que va), y el “misionado” (que está) conocer mejor a Dios, darle gracias por todo lo que nos da y enamorarnos cada día más de Él. ¿Se puede pedir algo más?
¿Qué he visto?
Me he encontrado con una Iglesia naciente, joven, con apenas 50 años de historia.
Con una comunidad de cristianos que se alimenta de la Palabra de Dios y crece alrededor de ella. Una Iglesia al estilo de las primeras comunidades cristianas, una iglesia fresca, un manantial de agua limpia del que he podido beber y purificarme.
He visto como gracias a esta Palabra han surgido comunidades vivas. Comunidades donde se apoyan mutuamente, no solo en lo espiritual, sino también en su humanidad, en sus enfermedades, en sus carencias (personales o económicas). Una parroquia que poco a poco está construyendo el Reino de Dios en Bongor, una ciudad donde los cristianos son una minoría y donde el acceso a los sacramentos no es tan fácil como nos resulta a nosotros en España.
¿Es un ideal? ¿Un sueño? Es la cara de África que el Señor me ha querido mostrar. No es la única, y no se da sin dificultades, pues el pecado está ahí y el hombre necesita ser siempre redimido.


¿Quién la hace posible?
Después de darle las gracias a Dios por ofrecerme esta oportunidad, tengo que agradecer enormemente a todos los misioneros que me han permitido vivirla.
 En primer lugar al que me acompañó; el cuidado y el seguimiento, así como las largas conversaciones “teológicas” me han ayudado a ponerme en situación y comprender mejor la realidad que estaba viviendo. No ha sido una experiencia solitaria, la misión debe ser una experiencia vivida en comunión y en relación con otros.
 En segundo lugar a los misioneros que me he encontrado por el camino, no solo por dejar que me introdujera en sus vidas y en su misión, sino por la labor que diariamente realizan. Es evidente que es una vocación, una vocación contemplativa en la acción, una llamada de Dios que exige un desprendimiento muy grande. De cosas materiales de primera necesidad (como ciertos alimentos o cuidados médicos), de apegos familiares e incluso espirituales (siendo tan ermitaños como un monje, a pesar de estar rodeados de gente), pero sobre todo exige un anonadamiento de uno mismo, de tu forma de pensar y de entender el mundo, de tu cultura, de tu idioma… para ponerte en la piel del otro sin llegar nunca a identificarte plenamente, y entonces ¿quién eres? Eres aquel a quien sólo Dios le basta y en quien Dios ha puesto su confianza y su gracia, como San Francisco Javier. Pero los misioneros no son héroes, sufren y padecen, y la misión también tiene sus riesgos: ser autosuficientes y solitarios… no es fácil, pero se puede, yo lo he visto. 

¿Cómo lo he vivido? Y ¿qué he hecho?
Con alegría, paz, con mucho entusiasmo… sin embargo en algunas ocasiones también me he sentido impotente… me invitaban a la coral, pero yo no sé cantar, no era capaz de aprender el ritmo del tam-tam o tambor, no podía enseñar en la escuela porque no sabía francés. Se me venían a la cabeza nombres de personas que allí podrían hacer más que yo… ¿qué he hecho entonces? Estar, observar, compartir y aprender. Sobre todo aprender.
He aprendido el verdadero significado de la palabra misión, que no es colaboración o ayuda al pobre o a otras iglesias, sino que es la TRANSMISIÓN DEL EVANGELIO allí donde Cristo aún no es conocido, en lugares donde la iglesia está en germen o ni siquiera existe, donde todavía no hay bautizo de niños pequeños porque no hay generaciones cristianas. He conocido la alegría de poder compartir mi fe con otros y de caminar con ellos hacia Cristo.
He descubierto la catolicidad de la Iglesia. Hasta ahora sabía que es universal y que el mensaje de Jesús es para todos, pero ¿cómo hacerlo posible a todos siendo todos tan diversos? He comprendido que la Iglesia es una madre con hijos muy distintos y es admirable cómo da respuesta a cada uno.
En la escala que hicimos camino de Bongor, antes de coger el segundo avión, una chica mallorquina me dijo: <<los occidentales tenemos reloj, los africanos el tiempo>>, y ha sido una frase que ha marcado todo mi viaje. Con ellos he aprendido a valorar el tiempo, a tener paciencia conmigo misma, a apreciar el tiempo invertido simplemente haciéndote presente, sin más; a la importancia de dedicar tiempo para crear relaciones, para hacer amistades, para poder comunicar sentimientos, para poder llegar a hablar de Jesús.
Cristo está vivo y sigue actuando, a pesar mío. La vida es más sencilla de lo que parece. Los chadianos me han  recordado lo esencial de mi fe, me han hecho olvidar los grandes discursos teológicos en los que a veces me encierro, y las normas y moralinas que yo sola me invento para cumplir con Dios. Dios es más sencillo que todo eso, lo esencial es el Corazón de Jesús, y está en el Evangelio. En el amor misericordioso que nos muestra, y que descubrimos a través de nuestros hermanos, en la Eucaristía y en su Palabra. Esta es la clave ¡alimentarnos de Él! Sólo de Él.
¿Ha cambiado mi vida?


Sí, porque la historia ya no es la misma sin este paso por el Chad. Lo que he vivido lo he vivido en primera persona, no como una espectadora. La misión no te puede dejar indiferente. Me ha abierto los ojos a otra realidad, a otro mundo completamente distinto del mío y que sin embargo me está ayudando a comprenderme a mí misma y a conocer mejor a los que me rodean, evitando juicios precipitados y erróneos.
Me ha ayudado también a disfrutar de la relación con mis padres, a pasar tiempo con ellos sin buscar excusas u ocupaciones, a simplemente estar.
Pero sobre todo me ha dado el gozo y la alegría de experimentar a Cristo resucitado, me ha hecho sentirme viva, sentirme plena, ser feliz aquí y ahora palpando lo que nos espera en el cielo. Un gozo y una alegría que no se borran, sino que permanecen. He saboreado en pequeñas dosis las consolaciones que Francisco Javier nos cuenta en sus cartas.
¿Repetiría?
 Sólo si Dios quiere, pues como ya he dicho la misión no es voluntarismo, ni buenas intenciones, sino un mandato y un deseo de Dios para encontrarme con Él. Es una página de mi vida que ya está escrita, las demás aún están en blanco.
Almudena López
Delegación de Misiones de Alcalá de Henares
Agosto 2014

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