La dimensión misionera nace de la
fascinación del encuentro con el hombre-Dios que es Cristo, su rostro, su
ternura, su amor por cada ser humano conmueve tanto que incita a seguirlo, a
amarlo, a imitarlo, a anunciarlo. Por ello mirando a toda la humanidad por la
que él se encarnó y entregó su vida, nace un deseo irresistible de atravesar
barreras y límites, que nos invitan a ir más allá. Esta es la razón de la
misión, de la misión Ad Gentes, de la
misión Ad Vitam, de la misión Ad Extra. Es decir de salir de uno mismo
hacia los que aún no lo conocen pero que son amados de Él, una salida de por
vida que implica todo el ser y afectos, y una salida no sólo de uno mismo, sino
de los suyos, del propio país, de la propia cultura, de la propia lengua. Así,
los misioneros vivimos el seguimiento de Cristo, Él dejó la casa paterna para
encarnarse en la humanidad, así nosotros dejamos el lugar en dónde hemos nacido
y el hogar en donde nos sentimos amados, para vivir este amor anunciándolo con
nuestra vida con los otros amados de la Trinidad.
Esta es la navidad-encarnación
misionera, una dimensión universal, un deseo profundo de compartir la vida, la
fe, las esperanzas, los dolores, los deseos de felicidad, las angustias, en
fin, todo lo que uno es con los otros hermanos y hermanas en humanidad, a dónde
el Amor nos envía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario