Comenzaré explicando que cuando me
propusieron esta aventura rememoré las veces que se me pasó por la cabeza la
idea de ir de misiones. A los dieciséis años me lo plantee por primera vez, y
como Dios, que nos conoce mejor que nosotros mismos, sabía perfectamente que yo
no improviso, puesto que todo lo mido, lo calibro, lo sopeso y lo razono con
mucho tiempo de antelación, sembró en lo más profundo de mi ser esta semilla.
Por ello, a mis veintiún años se me presentó esta ocasión, que acepté con
confianza y miedo a partes iguales, pero siendo consciente de que este árbol
fue plantado hace años, regado con la fe y que tenía que continuar creciendo
hacia el Sol para dar frutos en abundancia.
Puedo decir que fue una experiencia de fe del
todo recomendable. Amando a Dios, me acerqué a los demás, viviendo como una familia y
trabajando codo con codo por el Reino de los Cielos. Me enfrenté a mis
prejuicios, a mis miedos y a mis pecados, y comprobé que la confianza en Dios
es un camino de vida bello y esforzado, no sin sufrimiento, pero sí con la
alegría que nos ofrece la esperanza.
En mi estancia allí, pude comprobar que
nuestros hermanos inmigrantes echaban en falta ser tratados como personas
dignas, y me reconfortó saber que nosotros les tratábamos como iguales, como
hermanos de un mismo Padre.
Charlando con ellos me percaté de las joyas
que esconden las culturas africanas: creencias religiosas firmemente arraigadas
(¿Qué ha pasado en España, Europa y Occidente con respecto a Dios? Relativismo, ideologías que no buscan
la Verdad, riquezas desmedidas… En definitiva: falsos dioses), un fuerte
sentimiento comunitario (frente a nuestro individualismo), el orgullo de
pertenecer a una familia (que impacta de lleno con el drama del divorcio, al
cual no soy ajeno en absoluto)… Su mentalidad les impide emborracharse, ver
pornografía, suicidarse, abortar, tirar comida a la basura… ¿Y de verdad
pensamos que el supuesto “Tercer Mundo” es pobre? Deberíamos mirarnos al espejo
y comparar nuestras miserias espirituales y sociales con las suyas materiales o
económicas. Y una vez puesto en práctica este ejercicio, preguntarnos: ¿Y
quiénes son más felices? Nos sorprenderíamos. Ellos van a la vanguardia del
conocimiento de lo importante, mientras que nosotros hemos confundido el
bienestar y los avances de la tecnociencia con la felicidad.
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dando clases... |
También me percaté de que esas personas no
eran tan distintas a nosotros. Participaban en las redes sociales de internet,
eran adolescentes con sueños, estudiantes universitarios, profesionales,
trabajadores… Y observé en primera línea cómo de lo imposible brota la realidad,
lo posible: me vi, sin saber francés, dando clases de español a francófonos.
Fue realmente divertido y sorprendente. Es realmente cierto que si nos dejamos
moldear por Él, nos convertimos en instrumentos utilísimos para los demás, para
dar gloria a Dios y para nosotros mismos.
Francisco Caballero Díaz
Joven de Madrid
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viviendo como familia |
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Puesta del sol, Estrecho de Gibraltar |
El campo de inmigrantes de Ceuta vivido por
Francisco es organizado por los Misioneros Javerianos y las Franciscanas
Misioneras de María. Muchos de los jóvenes provienen de la parroquia de San Miguel
Arcángel de Carabanchel de la Vicaría VIª Madrid. Se vive y presta servicio en
el Centro
San Antonio de Inmigrantes y tiene como finalidad el crecimiento en la
fe del grupo por ello busca:
1- Crear el ambiente propicio para la oración y el encuentro con el
que es diferente.
2- Por las mañanas actividades con los jóvenes migrantes.
3-
Por las tardes intercambio y reflexión sobre nuestras vidas al
contacto con los demás.
4- Realizar un espacio de oración con los migrantes a partir de sus
experiencias.
5- Encontrarse con la comunidad cristiana de Ceuta para celebra con
ella la fe.
6- Conocer a los franciscanos de Tetuán en Marruecos.
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Hicimos una familia |
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