Hace pocos días que aterrizamos en
Madrid tras haber estado 3 semanas con las Misioneras de la Caridad de la Madre
Teresa de Calcuta en Sierra Leona. Y es ahora que el furor, los primeros
impulsos y la emoción de la vuelta a casa se han tranquilizado, cuando
realmente se puede apreciar los frutos de esta experiencia tan bonita.
Era la primera vez que viajaba a
África y, como no me gustan las sorpresas, antes de partir me dediqué a buscar
información sobre Sierra Leona para tener una idea de lo que me esperaba. Todo
lo que encontré, las imágenes, los vídeos… tenía relación con la pobreza
extrema en la que se encuentra sumergido el país tras la guerra civil que
finalizó hace, poco más, de 10 años. Como buen ser humano que soy, enseguida me
llené de prejuicios y tomé una actitud a la defensiva para que nada me
influyese. Pero todos mis esfuerzos, creando esta coraza, fueron en vano ya que
no he encontrado mayor riqueza que en las calles de Freetown y sobre todo en la
casa de las Hermanas.
Es innegable la pobreza de bienes
materiales que sufre el país, pero cuando me han preguntado que cómo son las
casas, las calles, si hay tiendas…he necesitado ver las fotos que hicimos para
recordarlas. Y es que cuando echo la vista atrás sólo me vienen las palabras de
Madre Teresa: “Necesitamos mucho amor para perdonar y mucha humildad para olvidar,
porque el perdón no es completo a no ser que hayamos olvidado también”. Eso
es lo que yo he vivido en la casa de las Hermanas en Freetown. Algunos de los
enfermos de la casa te mostraban las cicatrices que les habían dejado los
rebeldes y era difícil encontrar a alguien que no hubiese presenciado el
asesinato de algún familiar, pero cuando te contaban lo sucedido no veías en
ellos signo alguno de odio o de rencor, sólo veías a una persona narrando una
serie de acontecimientos de su vida.
Otra de las cosas a destacar es el
cariño que nos mostraban y que buscaban en nosotros. Cada mañana me llenaba de
alegría cuando bajaba una pequeña cuesta de la casa y veía a mis compañeros
varones rodeados de gente acariciándoles el vello de los brazos. Estaban muy
contentos ya que nunca habían visto tanto pelo y así aprovechaban para terminar
cogiéndoles la mano. Con la humedad que había y todo lo que sudábamos lo más
fácil era levantarte e irte a otro sitio, pero allí aguantaban mis compañeros
brindándoles gestos de cariño que hacían que en sus caras apareciese una
sonrisa de oreja a oreja.
Podría llenar hojas y hojas con
anécdotas como esta, pero lo que más siento en este momento es gratitud. Gratitud
en primer lugar a los enfermos y trabajadores de la casa que, con su ejemplo y
su compañía, me han hecho ver las grandes debilidades que tengo y, al ser
consciente de ellas, puedo intentar enmendarlas. Gracias a las
Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta, que aunque son
conocidas por acoger a los más pobres de entre los pobres, yo no podré olvidar
el día del fin del Ramadán en el que salieron a comprar abalorios para que los
enfermos musulmanes de la casa pudiesen festejar su día grande. Ese
respeto y la relación interreligiosa que se vivía en la casa me marcaron mucho.
Y no sólo por parte de ellas, sino que las cabecitas de los musulmanes y
protestantes que se asomaban por la capilla en la Misa en que festejábamos el
Santo de una de las hermanas son inolvidables. Y por último quiero agradecer a
la asociación “Jóvenes para la Misión[1]”
el haberme concedido este regalo de haber podido pasar 3 semanas en Sierra
Leona y, de un modo especial, a mis 4 compañeros de Freetown que han tenido que
soportarme y me han hecho uno de los mayores regalos que se puede hacer a una
persona, que es fortalecer mi fe. Gracias al matrimonio por haberme sacado del
yo-mi-me-conmigo. El escuchar a un chico hablar de su felicidad y su vida de fe
a través de las de su mujer, y viceversa, es un toque al egocentrismo muy
recomendable. Gracias al joven laico por haber aguantado mis borderías siempre
con una sonrisa y en lugar de defenderse compartir conmigo sus emociones en
cada momento, que dejaba al ojo por ojo en otra dimensión. Gracias finalmente
al sacerdote diocesano por no conformarse con ser un sacerdote bueno, sino un
sacerdote santo que en lugar de estar detrás de nosotros dándonos palmaditas en
la espalda y llenándonos la cabeza con palabras bonitas, nos esperaba siempre
abierto, en silencio, bajo el granado junto a la capilla de las Hermanas, para
hacernos ver lo afortunados que somos por haber tenido esta oportunidad de
conocer mejor y en primera persona el gran amor de Dios hacia todas sus
criaturas.
Agradecida y muy contenta me
despido dando gracias a Dios por haberme colmado de tantas bendiciones.
Cristina
Rodríguez Pastor
Jóvenes para la Misión (Delegación de Misiones de Madrid)
[1]
La asociación Jóvenes
para la Misión (JplM) es un grupo de jóvenes comprometidos con la animación
misionera de la Diócesis de Madrid en colaboración con los misioneros ver: www.misionmadrid.com y buscando en
departamentos ver jóvenes para la misión o buscar en Facebook jóvenes para la
misión.
Eres un amor
ResponderEliminarSabes que no tanto como tú Alfonso!!
EliminarGracias por compartir!!! AL leer tu testimonio, lo viví de cerca, quizás sin dimensionar tanta riqueza de este encuentro. Pero con la alegría de que Dios siempre nos llama al compartir de la vida y nos fortalece en la fe del otro también. Abrazo!!
ResponderEliminarMuchas gracias a ti Lorena!!Ahora ya sabes!!turno de Paraguay!!Un beso!!
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