Hoy hacemos memoria del apóstol de
las Indias y del Japón, Francisco de Javier, patrono de las
misiones y de los Misioneros Javerianos. Él nació en Javier (Navarra) el 7 de
abril de 1506, zarpa de Lisboa para su misión apostólica que se desarrollará en la India y hasta el
extremo oriente el 7 de abril de 1541 y entra en la patria del Padre el 3 de
diciembre de 1552, es decir, hace 461 años.
Años más tarde un joven
seminarista, Guido María Conforti, lo conoce y desea hacerse misionero como
él y partir para China, pero el Señor tenía otro plan para él, hacerlo fundador
de una congregación que tomase “el nombre de San Francisco Javier como
modelo y patrono y cuyo fin único y exclusivo del Instituto es el anuncio de la
Buena Nueva del Reino de Dios a los no cristianos[1]”: Los
Misioneros Javerianos[2].
Recogemos estas palabras dirigidas por San Guido María Conforti a los Misioneros Javerianos y que se refieren a Francisco de Javier: « ¿De qué sirve a uno ganar el mundo entero, si se destruye a sí mismo? (Mt 16, 26) Estas palabras seriamente meditadas han transformado a Francisco Javier, haciendo de él uno de los más grandes Apóstoles de quienes se gloría la Iglesia Católica. Por medio de estas santas palabras, entendió dos grandes verdades: la nada de las cosas de la tierra y el valor del alma humana. Entendió que todo lo que puede prometer y dar el mundo, placeres, riquezas y honores no son más que vanidad de vanidades y aflicciones de espíritu porque todos estos bienes son caducos, ruines, incapaces de saciar el corazón y por lo tanto indignos de las aspiraciones de un ser hecho para los bienes eternos.
Recogemos estas palabras dirigidas por San Guido María Conforti a los Misioneros Javerianos y que se refieren a Francisco de Javier: « ¿De qué sirve a uno ganar el mundo entero, si se destruye a sí mismo? (Mt 16, 26) Estas palabras seriamente meditadas han transformado a Francisco Javier, haciendo de él uno de los más grandes Apóstoles de quienes se gloría la Iglesia Católica. Por medio de estas santas palabras, entendió dos grandes verdades: la nada de las cosas de la tierra y el valor del alma humana. Entendió que todo lo que puede prometer y dar el mundo, placeres, riquezas y honores no son más que vanidad de vanidades y aflicciones de espíritu porque todos estos bienes son caducos, ruines, incapaces de saciar el corazón y por lo tanto indignos de las aspiraciones de un ser hecho para los bienes eternos.
Comprendió que una sola cosa es
verdaderamente preciosa: el alma, porque inmortal, hecha a imagen de Dios y
redimida por la sangre de Cristo; salvándola, todo está a salvo y perdiéndola,
todo está perdido y para siempre. Esta
gran verdad meditada seriamente abrió nuevos rumbos a sus pensamientos, sus
afectos y sus obras, transformándolo en un hombre todo celestial, deseoso de su
propia santificación y de la de sus hermanos. Y hasta qué punto ha influido
sobre él, nos lo confirma su vida en continua elevación hacia la santidad; nos
lo confirman los frutos maravillosos de su apostolado»[3].
La perenne
actualidad de la misión nos es recordada a través de las palabras del Papa Francisco que desea
una transformación misionera de la Iglesia en su reciente exhortación
apostólica: “La evangelización obedece al mandato misionero de Jesús: «Id y haced
que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he
mandado» (Mt 28,19-20). En estos versículos se presenta el momento en el cual
el Resucitado envía a los suyos a predicar el Evangelio en todo tiempo y por
todas partes, de manera que la fe en Él se difunda en cada rincón de la tierra[4]”.
San Francisco Javier escribía a los Padres Pérez y Barceo, son sus últimas aclaraciones el 13 de noviembre de 1552, una palabras que constituyen un eco de su alma: "Y por cuanto este viaje de ir de este puerto a China es trabajoso y peligroso, no sé yo que sucederá, aunque tengo grande esperanza que sucederá bien..."
La obra realizada por Dios en Francisco Javier nos invita hoy a continuar este gran abandono en él y deseo de que de todos sea conocido el Señor que procura una alegría plena a todo ser humano.
[1]
Constituciones de los Misioneros Javerianos (artículo 2 nombre y finalidad).
[2] Su
nombre oficial es el de Pía Sociedad de San Francisco Javier para las misiones
extranjeras.
[3] 1922,
septiembre - octubre, Parma, Autógrafo “La palabra del padre”: Páginas Confortianas,
335.
[4] Evangelii
Gaudium (la alegría del Evangelio), Exhortación Apostólica de S.S. Francisco,
19, 24 noviembre 2013.
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