ESCAPARATE de la Revista
Súper Gesto: PALOMA NIÑO TARAVILLA, presentadora del programa “La Hora feliz”
de Radio María.
“En Calcuta te
enseñan, te ayudan, te acercan a Dios y ahora
todo eso hay que llevarlo a la vida”.
Paloma Niño Taravilla
además de periodista de Radio María, es presentadora de un programa de infantil
de gran audiencia en esta emisora, La Hora Feliz. Un espacio con niños y para
niños en el que tienen cabida las entrevistas, los concursos, las noticias de
actualidad y, por supuesto, la información y animación misionera. Paloma admira profundamente a los misioneros.
Ella misma acaba de vivir recientemente una experiencia de misión en Calcuta
(India), con las Misioneras de la Caridad de Madre Teresa. Una experiencia que
le ha resultado increíble, según cuenta en esta entrevista, que le ha marcado y
marcha hoy su día a día.
Paloma, ¿Qué nos puedes
contar de ti a partir de esta breve presentación?
La verdad es que tengo un sentimiento de extrañeza porque no suelo
hablar mucho sobre mí, ni creo ser nadie especialmente interesante. Lo que sí
es cierto es que todos, en nuestras sencillas historias, tenemos algo que
podemos ofrecer a los demás y si esa es mi oportunidad pues así lo haremos. Soy
una joven que piensA que siempre hay que dejarse llevar por el entusiasmo,
ponerse ilusiones y luchar por conseguirlas. Me gusta sonreír, ver el lado
bueno de las cosas y de las personas, hacer que el que está a mi lado se sienta
bien y vivir la vida con sentido. Como todos, tropiezo mil veces en la misma
piedra, hago el mal que no quiero y no hago todo el bien que desearía. Todo,
desde una profunda conciencia de mi pobreza, que me hace no mirar a nadie por
encima del hombro.
Sabemos que te gustan
muchos los niños, por eso eres presentadora de un programa de niños dedicado a
ellos.
Los niños son muy especiales para mí. Siempre me he sentido
atraída por ellos, lo que me llevó a estudiar la carrera de Magisterio. Lo hice
en la especialidad de Educación Física, ya que el deporte me ha acompañado toda
mi vida, hasta el punto de que así me recuerdan en el barrio de Cuenca en el
que me crié, con un balón en los pies… Me es tremendamente fácil tratar con los
niños, soy una más entre ellos, les entiendo y creo ser capaz de quererles y de
que se sientan queridos, lo que abre todas las puertas para la educación. En mi
camino de formación descubrí mi pasión por la comunicación, también en su
vertiente evangelizadora, y estudié la carrera de Comunicación Audiovisual.
Ahora en Radio María realizo distintas tareas, pero el programa de “La hora feliz” es algo muy especial. Me
acompañan varios niños que lo preparan conmigo y nos lo pasamos fenomenal en
directo, mientras aprendemos un montón de cosas y conocemos personas muy buenas
que nos enseñan mucho. Entre estas personas, hemos tenido en el programa varios
misioneros.
¿Cómo es La hora feliz…?
Se trata de un magazine con diferentes secciones, hecho por niños
y dirigido a ellos. Intentamos, por este motivo, que sea lo más divertido
posible. Siempre empezamos con una entrevista, que marca el tema que vertebra
el programa. Tratamos de que sea uno de los niños a un adulto: profesores,
especialistas que nos ayudan a orientar el tiempo libre, monitores encargados
de campamentos y actividades de ocio, padres o madres de familia, misioneros,
deportistas, etc. Siempre, si se puede, unida a algún tema de actualidad. Tenemos
también un tiempo de tertulia en el que los niños comentan el tema tratado y
profundizan en él con cuentos, historias de vidas ejemplares, etc. El tiempo restante
lo dedicamos al entretenimiento: deporte, naturaleza, recursos para los niños
en internet y en las redes sociales (en las que intentamos formarles para que
sepan gestionarlas), vídeos y canciones, recetas de cocina, manualidades, etc.
Cada niño prepara con ilusión su sección y luego intenta contarlo de la mejor
manera para que los oyentes queden contentos. Ocasionalmente hacemos concursos
en los que participan los oyentes, bien en directo o a través de las redes
sociales del programa. Y nos gusta abrir los teléfonos al final del programa
para que los niños que nos escuchan puedan darnos sus opiniones o contarnos sus
cosas. Si hay algo que caracteriza el programa, es que está abierto a todos.
El espacio se emite de
lunes a viernes a las 18 h ¿no es así?
Pero yo me encargo sólo del viernes, junto con el mejor grupo de
niños que existe y que cada vez es más grande: Alicia, Pedro, Nuria, Mariana,
Elena, Marcos, Martha, Jorge, Diego, Rubén, Esther, Mercedes, Itziar, Patricia,
Miguel, Lidia y Adriana. Nos encanta poder tener presentes a otros niños que no
tienen tantas oportunidades como los que están en el estudio, para que los de
aquí sepan hacerse solidarios y misioneros: hemos traído las historias de niños
abandonados en Perú y recogidos por una Comunidad a los que hemos mandado
nuestros mensajes o niños de Siria e Irak a los que enviamos en Navidad miles
de felicitaciones de niños españoles que recogimos durante el mes de noviembre
en la emisora, y con los que mantenemos contacto. También viajamos de vez en
cuando: la salida más reciente fue la grabación que realizamos en Badajoz el
pasado mes de mayo o nuestras visitas, cada Navidad, al Belén viviente de la Parroquia del Carmen de Los Negrales. Y nos hace mucha ilusión que cuenten con nosotros para otras
cosas, como cuando fuimos los encargados del pregón en el envío del Sembradores de estrellas, una iniciativa
en la que los niños salen a las calles a
felicitar la Navidad a los que pasan, en nombre de los misioneros. ¡Nos hizo
mucha ilusión!
Paloma ¿Te consideras
misionera?
Las misiones me encantan, siempre me han interesado. Los
misioneros me parecen de las personas que más se pueden admirar en este mundo.
Dejan una vida cómoda, la cercanía de sus familias y amigos, su trabajo, etc. Y
lo cambian por irse hasta los lugares más recónditos, más pobres, a decirles a
todos que Dios los ama. Luego, cuando los conoces, son las personas más felices
del mundo. Te enseñan con una imagen la verdad que encierra la frase de Jesús:
“hay más alegría en dar que en recibir”.
Al lado de estas grandes personas, lo de sentirme yo misionera me queda
enorme... He tenido algunas pequeñas experiencias de misión y he procurado
serlo con mi vida, aunque no siempre lo haya conseguido.
Nos hemos enterado que
has estado en Calcuta…
Tuve la oportunidad de viajar a Calcuta y conocer de cerca la obra
de Madre Teresa. En mi corazón, guardaba desde hace muchos años el deseo de
viajar a alguna zona de misión, pero por motivos de estudios y trabajo, y por
mis tareas de monitora de campamentos en verano, nunca había sacado los días
necesarios. Yo pensaba más en África o Hispanoamérica… Calcuta siempre había
llamado mi atención pero nunca me había planteado viajar allí. Este año me
enteré por medio de Pedro Jara, que dio su testimonio en el programa Hay mucha gente buena de Radio María,
que se organizaba una peregrinación en el mes de agosto. Él mismo iba en cabeza
y llevaba muchos años organizando estos viajes, desde que Calcuta había
cambiado su vida. Los días eran justo los que yo tenía de vacaciones y eran
unas fechas posibles, ¡Tachán! En ese mismo momento supe que iría, algo se
encendió dentro de mí y lo tuve claro.
Mucha gente teme salir
para un verano misión, ¿qué nos podrías decir tú?
La experiencia ha sido increíble. Una vez de vuelta en España todo
me parecía un sueño… Las impresiones de esos días son duras y te marcan mucho,
tanto que llegué a pensar que estaba teniendo algo así como un shock emocional,
al tener que procesar todo lo que habíamos vivido y encontrarme ya de vuelta
aquí en España donde tenemos todas las facilidades del mundo y vivimos bien. Son
dos mundos totalmente diferentes, un contraste muy grande y unas emociones tan
fuertes, que no da tiempo a gestionarlas tan rápido. Una de las cosas que
recordábamos pocos días antes del volver es que nos llevábamos Calcuta a España
o que en España, cada uno tenemos nuestra Calcuta. La verdad es que esta
experiencia hay que ir incluyéndola en el día a día y hacerla vida poco a poco.
Sin embargo, a pesar de ser así de impresionante, sentí mucho tener que volver
tan pronto. Fui con la idea de que era una experiencia de una vez en la vida y
que así había de aprovecharla, pero según pasaron los primeros días empecé a
pensar que debería volver allí… Y no hace falta decir que dejé aquella tierra
con lágrimas en los ojos.
¿Con qué te quedas?
En medio de todo ese caos, dos cosas me llamaron la atención: la
amabilidad y la sonrisa de sus habitantes y los oasis que son las casas de las
misioneras de la caridad. Dentro de cualquiera de esas casas, podías hasta
olvidarte de donde estabas. Las hermanas atienden a enfermos, moribundos, niños
deficientes y abandonados, etc. Personas que han pasado muchos sufrimientos
físicos y morales y que encuentran allí el descanso y el consuelo. Admiro
profundamente a cada una de estas hermanas que entregan día a día sus vidas en
una vida de mucho sacrificio. Siempre he admirado a Madre Teresa, pero en
Calcuta mi admiración ha subido de grado. Es una mujer que irradia una fuerza
que todavía puede sentirse en la ciudad. Estoy impresionada por su labor,
conocimos cada rincón que tuvo algo que ver con su historia y visitamos, entre
otras cosas, una leprosería que hizo a las afueras de la ciudad, donde podían
vivir estos dejados por la sociedad, con una vida digna y ganándose su propio
sustento. Conocí allí a una mujer que me aseguró que a ella la había recogido
Madre Teresa en la calle…
¿Qué hiciste tú?
Entre todos los trabajos, mi principal tarea fue ayudar en una de
las casas fundadas por Madre Teresa en Calcuta, en la casa llamada "Daya
Dan", que fue también mi casa en esos días y en la que he dejado una
parte de mi corazón. En ella viven y son cuidados y queridos, niños que han
sido abandonados, la mayoría de ellos con alguna deficiencia física o
intelectual. Niños que siempre están dispuestos a regalarte la mejor de sus
sonrisas y que agradecen lo que haces por ellos con una mirada que es bueno
guardar en la memoria y recordarla ahora con frecuencia. Niños que son todo
cariño, ternura y bondad. El día está organizado para que los niños tengan
tiempo para las clases, el juego, la comida, la oración, el descanso… Y ahí es
donde encontramos nuestra tarea los voluntarios. En pocos días, a pesar de las
deficiencias físicas e intelectuales, y a pesar de que la mayoría de estos
niños no hablan y sólo te entienden si les hablas en algo de bengalí con un
inglés muy sencillo, a mí me parecía entenderlos a la perfección y empezaba a
estar con ellos como si fueran niños sin ningún tipo de problemas. Agradezco a
Dios que estos niños estén allí refugiados, de haberse quedado en la calle ya
habrían muerto. Los recuerdo muchísimo. En concreto, mis clases iban dirigidas
a uno de ellos, Mohit. Los dos lloramos al despedirnos. Ni qué decir que mis
mayores alegrías fueron cuando él era capaz de dar palmas o golpear la mesa al
ritmo de la canción que yo le cantaba, o cuando empezaba a ver que me entendía,
que obedecía a lo que le pedía. Era feliz con muy poco, le encantaban los
dulces y jugar con las hojas. Me agradecía todo con sus bromas y sus risas
espontáneas que no olvido.
Has vivido en uno de
esos lugares de periferia, de los cuales habla el Papa Francisco ¿Qué has
aprendido de ello?
Así es, y es otra cosa que me traigo de allí: la alegría y la
entrega de los habitantes de Calcuta. Noté el contraste ya en el aeropuerto, al
llegar a España, donde los trabajadores o viajeros que estaban por allí no
sonreían, ni mucho menos te hablaban… En Calcuta todos tenían una mirada
cariñosa o una sonrisa, algún “hello, how are you?” o el gesto típico de
saludo inclinando la cabeza. Hasta los más pobres tenían algo que darte.
Recuerdo ahora a una de las familias que vivían en la calle, en un espacio con
nada más que un toldo en el que se tenían que resguardar unos 4 adultos y 3
niños. Sólo con haberles prestado atención, todos los días tenían algo para
nosotros. Me regalaron un paquete de bindis (el punto rojo que llevan las
mujeres hindúes en la frente) y en una ocasión en que les encontramos en la
hora de la comida con dos platos de arroz para todos, nos quisieron invitar a
comer. Nos enseñan a vivir con mucho menos de lo que aquí se cree imprescindible,
la alegría de compartir y la capacidad de entrega. Ha sido una gracia poder estar allí, donde me
habían dicho que es “el infierno en la tierra”, y experimentar que Dios está
vivo en cada niño y en cada enfermo, y también en cada hermana y en cada
voluntario que dejan allí su tiempo y sus vidas. Así lo veía Madre Teresa, los
que sufren en sus casas son Cristo y “lo que hagáis a uno de ellos, a mí me
lo hacéis”.
¿Algo más te gustaría
comentar?
Que me ha impresionado mucho volver a revivir algunas cosas al
contarlo, sintiéndome a la vez muy limitada para contar lo que sólo se puede
conocer allí… Me siento emocionada ahora al recordar a uno de los niños rezando
por la mañana: Jesus, I love you o al pensar en Bernard, el niño sonrisa… Todo
él, tan delgadito y retorcido, siempre en su silla, y que nunca le falta una
amplia y sincera sonrisa que te ofrece generosamente mientras te mira con un
cariño increíble. Realmente conoces ángeles en la tierra, estos niños lo son.
Una vez de vuelta a España, no es difícil encontrar también a muchas personas
que sufren. Calcuta también está aquí, aunque de otra manera. Yo sigo
procesando todo lo vivido y tratando de traducirlo en el día a día, cumpliendo
con mis obligaciones, estableciendo prioridades y ayudando a quien se ponga en
mi camino. Y, sobre todo intentando que la experiencia no caiga en saco roto. En
Calcuta te enseñan, te ayudan, te acercan a Dios y ahora todo eso hay que
llevarlo a la vida.
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