18/9/13

Cuando un joven va a la misión... aprende a amar


Este viaje a Ecuador comenzó un 2 de Julio. Sentí pena al dejar a mis padres y hermanos en el aeropuerto, sabía que si todo iba bien los vería a los 40 días, pero no pude evitar sentir melancolía. Pero bueno, ya estaba todo decidido, el billete comprado, las maletas hechas y el corazón puesto en ese viaje.
Ya llevo en España un mes y es ahora cuando he podido ordenar ideas, sentimientos emociones. Cuando un joven sale de misión, acostumbrado a tenerlo todo, móvil, internet, ordenador…todo lo que quiere, y se encuentra otra realidad aprende mucho, aprende a ver las cosas de otra forma, aprende el amor de las personas que te reciben en el sitio de misión y aprende sobre todo humildad.
 Yo podría escribir folios enteros de lo que he aprendido, pero en vez de eso quiero que conozcáis a las personas que me he encontrado en ese camino y a la huella que han dejado en mí. Me fui siendo sólo una joven de 25 años con una carrera terminada y con la ilusión que todo joven tiene a esa edad, he vuelto con casi 5 hijos, con una nueva familia y con el amor que toda persona desearía tener en su vida. Durante este mes me he preguntado ¿Cómo una persona puede hacer que tu vida, tu forma de ver la realidad cambie? En mi caso han sido varias personas las que han tocado mi corazón.
Llegué a Rocafuerte, un pueblecito de Esmeraldas, acompañada de tres sacerdotes, D. Rogelio, D. Jesús y D. Carlos. Ese sitio me dio buena impresión, a pesar de que estaba amaneciendo y que estaba muy cansada, pues nos pasamos la noche viajando en un autobús donde no había sitio ni para un alfiler más. Me recibieron muy bien y sentí un ambiente muy bueno. Entré a la casa parroquial y ahí me recibieron el padre Luisfer, el seminarista, y los tres muchachos que viven con él. Mas tarden llegaron otros tres o cuatro más…” ¡Nada más que hombres!” pensé. Luego con el paso de los días fui conociendo a muchachas también. Por ejemplo, conocí a Cecibel, una fantástica persona. Lo que recuerdo de ella es que me trataba como si me conociera de toda la vida, me daba abrazos como una amiga solo saber dar y siempre me preguntaba cómo me sentía. Ella vivía en Montalvo, un pueblo de al lado. Nos venía a visitar muy a menudo y nos acompañaba a los pueblos. En ese tiempo formó un grupo juvenil en su pueblo. ¡Por lo visto les está yendo muy bien!
También conocí a los jóvenes de Palestina, otro pueblecito, es impresionante como hablan del amor de Dios, y cómo se organizan para realizar encuentros con los niños y jóvenes de otras comunidades. Este grupo se llama “Grupo Juvenil Beato Juan Pablo II”  su presidenta es Haydée una fantástica muchacha. Tiene una gran vitalidad y es capaz de llevar al grupo entero. Su entusiasmo por proclamar el Evangelio se contagia a los demás jóvenes y transmite energía para que nunca se rindan. Fue impresionante cómo ellos solos organizaron el día de la Virgen el Carmen, prepararon el convite, las barcas, la novena… ¡Es asombroso como mueven a la gente! yo aprendí mucho con estos jóvenes pues te enseñan a que el hablar de Dios no tiene ni hora ni días, si no que cualquier momento es bueno, sobre todo te enseñan que hablar de Jesús no nos debería dar vergüenza y deberíamos hablar con total naturalidad, pues para eso es nuestro Padre, como bien dijo un muchacho del grupo. Al igual que los jóvenes de Rocafuerte, que los sábados dejaban lo que estaban haciendo e iban a Evangelizar a los pueblos.
Los primeros días me sentía rara, pero poco a poco fui adaptándome a la casa y a ellos, me adapté de tal forma que me trataban como uno más de la casa. Poco a poco fui conociéndolos, conociendo su historia y cogiendo confianza con ellos. Fue tal la cosa, que formamos una familia. O más bien, ellos me integraron en la familia que ya tenían formada. El sentimiento que tengo hacia ellos es indescriptible, el cariño que me han dado durante 40 días no se puede medir con nada. Me sentía protegida al lado de ellos e hicimos una gran piña. Las risas a carcajadas se convirtieron en el plato del día, ese sentimiento de reír hasta no poder más, hasta que te duele la barriga era uno de los muchos que iba a tener en ese tiempo.
Por las mañanas nos despertábamos todos a las siete menos cuarto para desayunar juntos, ya que los muchachos tenían que ir al colegio. Algunos días desayunaba con nosotros Diego. Diego es un muchacho de 15 años que vive al lado de la casa parroquial. Él siempre que salía del colegio se cambiaba y se iba a la casa a pasar la tarde con nosotros.
Cada uno de estos niños tiene una historia distinta y ninguna menos impresionante que la otra, a mi me han demostrado que tienen luz propia.
Uno de ellos era especial para mí, siempre estaba riendo y haciéndome reír. Su madre lo dejó con su padre cuando era un bebe y este a los 7 años lo llevó con su tía. Su tita lo ha criado como bien ha podido. Una señora, la guía de la comunidad lo acogió como si fuera su hijo y le enseñó el Evangelio. Empezó a frecuentar la capilla y así fue como conoció al padre Luisfer, que vio algo especial en él y le ofreció su casa. Le preguntó que si quería irse a vivir a la casa parroquial con él, y así poder ayudarle con la escuela, la alimentación y todo lo que supone. Tiene un afán increíble de superación, por las tardes le daba clase de apoyo y siempre ponía un gran interés. A parte de los buenos momentos que pasábamos en esas horas, me demostró el gran corazón que había dentro de él. Nunca decía no a lo que le pedía, a todo estaba dispuesto y así fue conquistándome poco a poco.  Siempre recordaré los paseos hacia la tienda y esas conversaciones las cuales provocaban felicidad y risas. Nunca olvidaré los momentos de la playa cazando cangrejos para enseñármelos, y la felicidad que derrochaba cuando se bañaba en el rio, siempre estaba enseñándome cosas de allí e intentaba protegerme a todas horas advirtiéndome por dónde debía pisar, donde no debía meter el pie y cuál era el mejor camino. Esa inocencia con la que llegó ofrece una buena lección de vida. ¿Cómo una persona que ha sufrido tanto sigue sonriendo? Eso solo tiene una explicación, que existe un Dios que lo quiere con toda su alma y siempre lo ha protegido.
Otro de ellos es otro ejemplo para saber con certeza que Dios está ahí con nosotros, que Dios ama a los que sufren,  y que dio su vida por muchachos como este, su  historia es también asombrosa. Él era evangélico, como mucha gente de allí, cada vez que cuenta cómo lo trataban y las cosas que le hacían hacer se te pone la piel de gallina. Es increíble el valor que tuvo para salir de ahí y la valentía con que lo cuenta.
Y el eterno enamorado, el cariñoso de la casa, siempre que me veía me cogía de la mano, me daba un beso y me preguntaba: Hola “mi Selia” ¿cómo le va, como le fue y como le está yendo? Su madre lo llevó a casa de una señora que tiene un corazón enorme, esta señora, junto con su marido, no tienen hijos biológicos, pero han acogido a todos los niños que han podido y les han dado un buen futuro. Esa mujer y su marido son  puro amor, han dejado sus vidas y sus intereses a un lado para darles la vida a muchos niños. Esos niños, ya grandes y con hijos le demuestran día a día el agradecimiento por haber cambiado sus vidas. A mí me encantaba cuando estaba en misa y los veía a todos sentados en los bancos animando la celebración como una gran familia. Ahora él vive con el padre Luisfer, pero él nunca olvida quien es su verdadera madre, aquella mujer que lo acogió como suyo y le dio el cariño más grande que una madre da.
Así podría contar millones de historias, de cada una de las personas que se han cruzado en mi camino durante mi estancia en Ecuador, me podría pasar las horas rellenando folios y más folios…
Allí las familias están desordenadas y es muy difícil ver a una familia con sus papás y sus hijos, por eso en el momento en que alguien le da un poco de cariño te dan su vida y te hacen ver los felices que están por haberle dado ese amor que les falta. Y sobre todo decir, que el cariño que me dieron a mí, es mucho más grande del que yo pude darles. Yo, que vivo en una sociedad de materialismo y de prisas, siempre es necesario el amor de las personas, el saber que alguien te quiere, y esto es lo que me demostraron esos muchachos. Me sentí querida por cada uno de ellos. ¡Es tan importante que una persona se sienta querida! A mí nunca se me olvidará una frase de kevin que me dijo en el desayuno. “Es una alegría que te preocupes tanto por nosotros para que comamos bien, eres como nuestra mamá” en ese momento es cuando sentí la familia que tenía,  rocé un sentimiento tan extraño que me costó no sonreír y sentir como el corazón me daba un vuelco.
Tampoco debo olvidar el amor que me dio la Señora Consuelo, la “mamá” de la casa. La señora Consuelo es una mujer que va por las mañanas a la casa y hace la comida, una excelente comida. Mientras estuve ahí me enseñó muchos platos típicos de Ecuador y de Colombia, que es de donde ella venía. Me enseñó a hacer arroz como se hace ahí (que aunque creáis que no, tiene su método y no es muy fácil). A parte de todo lo que me enseñó compartimos muchos buenos momentos y disfrutamos mucho la una de la otra.
Me he pasado 24 horas al día con estos muchachos y en ningún momento los he visto serios. Siempre voy a recordar aquellas comidas donde nos juntábamos bien pegados en la mesa para hacer hueco a quien llegara, esas comidas que no se sabía cómo, pero siempre había un plato de sopa con arroz para cada uno, si venían más muchachos a comer, pues tocábamos a menos, pero todos comíamos. Era increíble la forma de hacer que no le faltara a nadie la comida, siempre nos preguntábamos cuántos vendrían  a comer ese día, unas veces, pocas la verdad, comíamos sólo los que vivíamos en la casa, y la mayoría de las veces nos juntábamos 10 o 12. El padre que vive ahí es un gran ejemplo, pues está dando a muchos muchachos la oportunidad de tener un futuro distinto al que se le esperaba. Me acuerdo de una frase que dice “una persona no puede cambiar el mundo, pero en el pedacito que le tocó vivir puede hacer la diferencia” La misión diocesana de Ecuador está haciendo, junto con la ayuda de los que están aquí que esa diferencia sea grande. Durante nuestra estancia en Ecuador tuvimos que pedir ayuda para poder llevar a los muchachos al médico, y darle una vida más amable, nos faltaban los medios y no sabíamos cómo hacer. Eso no se hubiera conseguido si cada una de las personas que estaban aquí no hubiera puesto su granito de arena. La familia de Dios es eso, una Gran Familia y como tal debemos ayudarnos unos a otros, no importa que nos separe 13 horas de vuelo en avión y que nuestros hermanos estén al otro lado del charco porque para Dios no hay fronteras y siempre estamos unidos en Él. En los viajes a las comunidades acompañando a los sacerdotes, montados en el balde del coche con los muchachos sentía que me agarraba la sensación de libertad. Yo me asombraba de que un solo sacerdote tenga que llegar a 150 comunidades. Y más me asombró que en algunas (la mayoría) de las comunidades se celebrara la misa una vez al mes incluso una vez cada varios meses, también me asombró cuando llegamos a Gualalí y tuvimos que celebrar la misa en la escuela porque no tenían capilla. Nosotros que tenemos una iglesia a la vuelta de la esquina, que podemos ir todos los días y no aprovechamos eso. Estos cuarenta días he podido aprender que incluso al otro lado del mundo, en el rincón donde menos lo puedes esperar, ahí está Dios para regalarte algo. A mí me ha dado el regalo de conocer a estas personas y de aprender de ellas. No tengo palabras para agradecer a la persona que me empujó a hacer este viaje, porque ha hecho que mi vida cambie totalmente. ¡Gracias!

Celia Valdivia
Diócesis de Jaén

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