CADA
VERANO, CIENTOS DE JÓVENES ESPAÑOLES APROVECHAN SUS VACACIONES PARA VIAJAR A UN
PAÍS DE MISIÓN Y COLABORAR CON NUESTROS MISIONEROS EN SU TRABAJO DE
EVANGELIZACIÓN Y PROMOCIÓN HUMANA. AQUÍ ESTÁ EL TESTIMONIO DE FERNANDO LUQUE,
JOVEN SEMINARISTA DE LA DIÓCESIS DE MÁLAGA QUE HA ESTADO EN MARRUECOS.
Este
mes de agosto, un grupo de jóvenes locos fuimos al sur de Marruecos, a la aldea
de Tattiouine, junto al Atlas. El más loco de todos era Rolando, misionero
javierano, seguido por Manoli, misionera franciscana de María, Almudena,
estudiante de enfermería, Silvia, estudiante de magisterio, Manuel y yo
Fernando, seminaristas de Málaga. A mí, personalmente, me movía el tener una
experiencia de misión junto a los misioneros de aquel lugar. Y Dios siempre te
sorprende…
Camino
a la aldea, perdida en aquellas montañas, se hacía cada vez más dramática la
realidad; casas de adobe medio derruidas, ropas viejas tendidas, rostros
gastados por el sol y la pobreza… entonces fue cuando me pregunté: ¿Dónde me he
metido? ¿Qué estaré haciendo aquí? y al mismo tiempo el lugar era fascinante;
aquellas montañas imponentes, esos cultivos junto al rio, ese cielo azul
intenso, me hacían comprender que en medio de tanta pequeñez y pobreza, algo
grande y muy bello estaba por descubrir.
Pronto
me di cuenta de aquel lugar, pequeño y sencillo, era tan parecido a la tierra
de Jesús. Me lo imaginaba por aquellas aldeas y casas, caminando, charlando,
enseñando en esos montes, cenando con los vecinos, bajando al río, sanando,
curando, acercando a Dios al mundo. Me fijé también en el rostro de esos niños
con los que tuvimos una colonia de verano, esas miradas y sonrisas que te
agradecían un pequeño gesto, que te daban un abrazo lleno de suciedad y cariño,
esos zapatos viejos dispuestos a conocer y aprender más, esos ojos que soñaban
con vivir intensamente… como no comprender que fueran los preferidos de Jesús,
pequeños y pobres, amables e inocentes; son los hijos de Dios.
Tengo
también muy grabado en el corazón, el rostro de esas dos mujeres de Dios
misioneras; Bárbara y Marie. Los 87 años de Marie y la actividad de Bárbara las
hacía únicas. Me preguntaba que les hacía vivir así, en medio de la nada, sin
comodidades, sin tiempo para ellas, olvidadas totalmente de ellas mismas y
viviendo radicalmente entregadas y pobres para los demás. La respuesta estaba
en una habitación pequeñita de su pobre casa de adobe y paja, en esa entrañable
capillita que con tanto gusto y cuidado tenían. Esa alfombra de colores hechas
por los vecinos en agradecimiento por su labor en el dispensario, el nombre de
Dios “Allah” (Alá) escrito en la pared, la imagen de María berber hecho por
ellas mismas, y en el centro, el sagrario. Nos contaron que las mujeres berber
tienen un tesoro, cada una lo guarda escondido y es su joya más preciada.
Ellas, en cambio, no tenían joyas para sí, su joya era Jesús en el sagrario, y
juntas habían podido hacer una pequeña custodia para Él.
Ahora
se comprende todo… Jesús es su tesoro y el centro de su vida. Cuánto amor en
medio de tanta pobreza, lo único realmente valioso, para Jesús. Allí reposaban
los anhelos y desgracias del pueblo, allí pedían esas grandes mujeres, allí
pedían y pedían a Dios. Allí se consolaban por Dios, allí reían de alegría
tantas veces y allí, como no, lloraban al ver tanto sufrimiento y pobreza. Allí
su vida se llenaba de sentido. No olvidaré nunca la oración profunda que esas
dos mujeres elevaban a Dios desgastando sus vidas en aquella aldea perdida de
África.
Finalmente,
me quedo con la gran suerte que ha sido conocer mejor el islam. Vivir y
convivir con musulmanes, conocer sus costumbres, sus gestos, sus sonrisas, y
por supuesto su fe, grande y firme ante Dios. Hombres y mujeres que tenían
siempre a “Allah” (Alá) en la boca, que rezaban durante el día y que tenían
tanto respeto por la fe cristiana. Hemos compartido techo y pan con ellos,
hospitalidad y agradecimiento, y sin duda nos hemos ayudado juntos a hacer más
felices a esos niños. ¡Compartimos tanto cristianos y musulmanes!, es tan
posible crear juntos un mundo con valores y cerca de Dios, cada uno podemos
hacerlo en el rincón del mundo donde nos ha tocado vivir.
Sin
duda África no te deja indiferente, le doy gracias a Dios por haber tenido esta
gran experiencia de pobreza, de misión y de convivencia con el islam. Gracias
por despertar en mí un corazón misionero, un corazón abierto a culturas,
pueblos y credos. Un corazón agradecido por los pequeños detalles y gestos de
cada día. Gracias, Señor, por encontrarte en África.
Fernando Luque Varo
Seminarista de la Diócesis de Málaga
Sacado
de la Revista Súper Gesto, no. 124 Marzo-Abril 2016, páginas 34-35
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