1/3/16

Dios siempre te sorprende... Marruecos

CADA VERANO, CIENTOS DE JÓVENES ESPAÑOLES APROVECHAN SUS VACACIONES PARA VIAJAR A UN PAÍS DE MISIÓN Y COLABORAR CON NUESTROS MISIONEROS EN SU TRABAJO DE EVANGELIZACIÓN Y PROMOCIÓN HUMANA. AQUÍ ESTÁ EL TESTIMONIO DE FERNANDO LUQUE, JOVEN SEMINARISTA DE LA DIÓCESIS DE MÁLAGA QUE HA ESTADO EN MARRUECOS.
Este mes de agosto, un grupo de jóvenes locos fuimos al sur de Marruecos, a la aldea de Tattiouine, junto al Atlas. El más loco de todos era Rolando, misionero javierano, seguido por Manoli, misionera franciscana de María, Almudena, estudiante de enfermería, Silvia, estudiante de magisterio, Manuel y yo Fernando, seminaristas de Málaga. A mí, personalmente, me movía el tener una experiencia de misión junto a los misioneros de aquel lugar. Y Dios siempre te sorprende…
Camino a la aldea, perdida en aquellas montañas, se hacía cada vez más dramática la realidad; casas de adobe medio derruidas, ropas viejas tendidas, rostros gastados por el sol y la pobreza… entonces fue cuando me pregunté: ¿Dónde me he metido? ¿Qué estaré haciendo aquí? y al mismo tiempo el lugar era fascinante; aquellas montañas imponentes, esos cultivos junto al rio, ese cielo azul intenso, me hacían comprender que en medio de tanta pequeñez y pobreza, algo grande y muy bello estaba por descubrir.
Pronto me di cuenta de aquel lugar, pequeño y sencillo, era tan parecido a la tierra de Jesús. Me lo imaginaba por aquellas aldeas y casas, caminando, charlando, enseñando en esos montes, cenando con los vecinos, bajando al río, sanando, curando, acercando a Dios al mundo. Me fijé también en el rostro de esos niños con los que tuvimos una colonia de verano, esas miradas y sonrisas que te agradecían un pequeño gesto, que te daban un abrazo lleno de suciedad y cariño, esos zapatos viejos dispuestos a conocer y aprender más, esos ojos que soñaban con vivir intensamente… como no comprender que fueran los preferidos de Jesús, pequeños y pobres, amables e inocentes; son los hijos de Dios.
Tengo también muy grabado en el corazón, el rostro de esas dos mujeres de Dios misioneras; Bárbara y Marie. Los 87 años de Marie y la actividad de Bárbara las hacía únicas. Me preguntaba que les hacía vivir así, en medio de la nada, sin comodidades, sin tiempo para ellas, olvidadas totalmente de ellas mismas y viviendo radicalmente entregadas y pobres para los demás. La respuesta estaba en una habitación pequeñita de su pobre casa de adobe y paja, en esa entrañable capillita que con tanto gusto y cuidado tenían. Esa alfombra de colores hechas por los vecinos en agradecimiento por su labor en el dispensario, el nombre de Dios “Allah” (Alá) escrito en la pared, la imagen de María berber hecho por ellas mismas, y en el centro, el sagrario. Nos contaron que las mujeres berber tienen un tesoro, cada una lo guarda escondido y es su joya más preciada. Ellas, en cambio, no tenían joyas para sí, su joya era Jesús en el sagrario, y juntas habían podido hacer una pequeña custodia para Él.
Ahora se comprende todo… Jesús es su tesoro y el centro de su vida. Cuánto amor en medio de tanta pobreza, lo único realmente valioso, para Jesús. Allí reposaban los anhelos y desgracias del pueblo, allí pedían esas grandes mujeres, allí pedían y pedían a Dios. Allí se consolaban por Dios, allí reían de alegría tantas veces y allí, como no, lloraban al ver tanto sufrimiento y pobreza. Allí su vida se llenaba de sentido. No olvidaré nunca la oración profunda que esas dos mujeres elevaban a Dios desgastando sus vidas en aquella aldea perdida de África.
Finalmente, me quedo con la gran suerte que ha sido conocer mejor el islam. Vivir y convivir con musulmanes, conocer sus costumbres, sus gestos, sus sonrisas, y por supuesto su fe, grande y firme ante Dios. Hombres y mujeres que tenían siempre a “Allah” (Alá) en la boca, que rezaban durante el día y que tenían tanto respeto por la fe cristiana. Hemos compartido techo y pan con ellos, hospitalidad y agradecimiento, y sin duda nos hemos ayudado juntos a hacer más felices a esos niños. ¡Compartimos tanto cristianos y musulmanes!, es tan posible crear juntos un mundo con valores y cerca de Dios, cada uno podemos hacerlo en el rincón del mundo donde nos ha tocado vivir.
Sin duda África no te deja indiferente, le doy gracias a Dios por haber tenido esta gran experiencia de pobreza, de misión y de convivencia con el islam. Gracias por despertar en mí un corazón misionero, un corazón abierto a culturas, pueblos y credos. Un corazón agradecido por los pequeños detalles y gestos de cada día. Gracias, Señor, por encontrarte en África.
Fernando Luque Varo
Seminarista de la Diócesis de Málaga


Sacado de la Revista Súper Gesto, no. 124 Marzo-Abril 2016, páginas 34-35


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