Cuando pienso en Chad y en el
proyecto de misión, me viene a la cabeza el himno de la liturgia de las horas: Solo desde el Amor la libertad germina,
que intento que oriente mi vida y mi vocación misionera.
Tengo que aclarar que no estoy
sola en esto, aunque esta vez me toca a mí ser la cabeza más visible de nuestro
proyecto, porque este es un proyecto comunitario. Sin la comunidad de laicos
misioneros javerianos, su compromiso, entrega, apoyo (espiritual y económico) y
trabajo este acto de amor no sería posible.
¿Cómo empezó todo? La propuesta
nos llegó a la comunidad de la mano de Salva (Salvador Romano, a quien muchos
conoceréis de sus años de superior en España): la diócesis de Pala estaba
buscando una persona para hacerse cargo de la gestión del centro de atención a enfermos
de sida, CEDIAM, en la ciudad de Pala.
Después de un pequeño viaje de
reconocimiento, que incluyó la visita a las tres misiones en las que trabajan
los javerianos en la diócesis de Pala, la comunidad decidimos responder
positivamente al proyecto y a finales de enero viajaré a Chad para compartir mi
vida con las y los palenses y coordinar el centro.
El CEDIAM es un pequeño centro
que intenta atender a las personas con VIH y sus familias. Ofrece consulta
médica y acompañamiento psicológico a enfermos, enfermas y familiares; cuenta
con un laboratorio donde se efectúan pruebas de despistaje y una farmacia para
la distribución de antirretrovirales; realiza el seguimiento de unos 500
huérfanos y huérfanas por culpa de esta enfermedad que están acogidos por parientes;
y ejecuta un programa de educación y sensibilización sobre el VIH y el sida en
las aldeas y parroquias de la región.
La mayoría de las personas
atendidas y que participan en las actividades del centro son mujeres y existen grupos de generación de ingresos y
pequeños proyectos productivos para que puedan mejorar sus condiciones de vida.
No puedo contar mucho más porque
apenas estuvimos 15 días, muy bien aprovechados, eso sí, pero no suficientes
para hablar de aquella realidad. Chad es diferente de los lugares que he
conocido y vivido. Es un país poco poblado de mayoría musulmana al que el
desierto del Sáhara y el Sahel van comiendo terreno cada día. Me impresionaron
la planicie, las áridas extensiones de tierra y ese polvo que todo lo cubre y
se pega a la piel. Es una zona complicada por el clima y las enfermedades; pero,
según los misioneros que allí trabajan, lo más difícil de llevar es la soledad.
Soy consciente de las
dificultades y los riesgos, y en la medida de lo posible he intentado
prepararme. Estoy segura que es allí donde Dios me llama y Él me ayudará a
ponerme al servicio del Reino con y entre el pueblo chadiano… desde el Amor.
Para mí, este nuevo proyecto
supone una confirmación en mi vocación misionera. No es mi primera misión y siento
que de alguna manera es una entrega más madura, más realista. No es que antes
no lo fuera, pero la experiencia es una gran maestra (ya no voy de pardilla
primeriza, aunque tengo mucho que aprender…). Esto no merma mi ilusión ni mis
ganas de compartir la vida con las hermanas y hermanos chadianos, simplemente
soy un poco más consciente de mis necesidades, mis debilidades y fortalezas
para tratar de responder a lo que Dios me pida cada día. No va a resultar
fácil, habrá momentos de sufrimiento, soledad, fracasos… pero también alegrías
y logros; espero saber acogerlos todos con amor, como parte del camino, como
medios que me permitan descubrir y vivir a Jesús en cada una de las personas
que vaya encontrando.
Me siento privilegiada por la
oportunidad de volver a África a vivir el sueño de hacer del mundo una familia,
desde la parte del planeta a la que Dios me llama y entre sus preferidos y
preferidas. Por favor, rezad por el proyecto y por mí.
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