2/4/16

Estamos en Camino... Pascua Misionera del Migrante

Al final del camino me dirán: ¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres”. Más allá de cualquier dogma, son estas palabras de Pedro Casaldáliga, poeta de los pobres, las que deben conmover y animar a seguir en camino a todo aquel que se hace llamar cristiano.
Gracias a los Misioneros Javerianos y al Centro San Antonio, un grupo de personas de diversas edades y experiencias vitales, pudimos vivir una Pascua diferente en Ceuta, junto con varios inmigrantes que nos acompañaron. Pudimos, aunque fuera por unos días, llenar nuestro corazón de algunos nombres y dejar que otros recogieran los nuestros.
Rezar junto a inmigrantes cristianos y musulmanes (primero el Padrenuestro y luego La Sura Al Fatiha); vivir la Resurrección en la ciudad de Tetuán, sabiendo que Jesús nunca tuvo preferencias a la hora de dar su vida; y servir por unos días a aquel que, al igual que haríamos nosotros en su situación, se juega la vida por un futuro mejor… son algunos de los hechos que permiten romper aquellas fronteras, espirituales y mentales, que muchas veces nublan nuestra concepción del cristianismo. En Ceuta ves que nuestra religión queda muy lejos de ser el club de los “elegidos” o “iluminados por la Verdad”. Aquí, viendo el trabajo de la gente del Centro San Antonio, descubres que el cristianismo es, sencillamente, la religión de aquellos que saben darse a los demás.
Una vez más, el pasado año en Taizé y este año en Ceuta, descubro un Dios que nos interpela, que nos obliga a abrir nuestra mente a las realidades del mundo, que no quiere que nos encerremos en nosotros mismos, que nos muestra que la única verdad real y absoluta es el amor.
Es asombrosa la confianza en Dios que demuestran los inmigrantes que, saltando la valla o a nado, consiguen llegar a Ceuta. Habiendo perdido amigos, siendo apaleados en el camino, viviendo durante meses en el desierto, siendo estafados por mafias, dejando hijos y mujer en sus países de origen… siguen confiando en el de arriba. “Dios nunca falla”, nos decían. Ojalá en España tuviéramos un mínimo de esta confianza.
Ojalá, ante los desafíos migratorios que nos presenta el siglo XXI, confiáramos más en Dios y menos en los muros. Porque, al final del camino, no habrá justificación posible sobre vallas y repatriaciones, no podremos decir “es que la situación era insostenible”. Al final de la vida, la única pregunta que se nos hará será: “¿qué hiciste con tu hermano?”. Y eso es algo que realmente asusta porque, si lees atentamente el Evangelio, verás que a Dios las excusas de medio pelo y las justificaciones no le suelen hacer mucha gracia.

Alejandro Palacios

Pascua Ceuta 2016

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