“Al final del camino me dirán: ¿Has vivido?
¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres”. Más
allá de cualquier dogma, son estas palabras de Pedro Casaldáliga, poeta de los
pobres, las que deben conmover y animar a seguir en camino a todo aquel que se
hace llamar cristiano.
Gracias
a los Misioneros Javerianos y al Centro San Antonio, un grupo de personas de diversas
edades y experiencias vitales, pudimos vivir una Pascua diferente en Ceuta,
junto con varios inmigrantes que nos acompañaron. Pudimos, aunque fuera por
unos días, llenar nuestro corazón de algunos nombres y dejar que otros
recogieran los nuestros.
Rezar
junto a inmigrantes cristianos y musulmanes (primero el Padrenuestro y luego La
Sura Al Fatiha); vivir la Resurrección en la ciudad de Tetuán, sabiendo que
Jesús nunca tuvo preferencias a la hora de dar su vida; y servir por unos días
a aquel que, al igual que haríamos nosotros en su situación, se juega la vida
por un futuro mejor… son algunos de los hechos que permiten romper aquellas
fronteras, espirituales y mentales, que muchas veces nublan nuestra concepción
del cristianismo. En Ceuta ves que nuestra religión queda muy lejos de ser el club
de los “elegidos” o “iluminados por la Verdad”. Aquí, viendo el trabajo de la gente
del Centro San Antonio, descubres que el cristianismo es, sencillamente, la
religión de aquellos que saben darse a los demás.
Una
vez más, el pasado año en Taizé y este año en Ceuta, descubro un Dios que nos
interpela, que nos obliga a abrir nuestra mente a las realidades del mundo, que
no quiere que nos encerremos en nosotros mismos, que nos muestra que la única
verdad real y absoluta es el amor.
Es
asombrosa la confianza en Dios que demuestran los inmigrantes que, saltando la
valla o a nado, consiguen llegar a Ceuta. Habiendo perdido amigos, siendo
apaleados en el camino, viviendo durante meses en el desierto, siendo estafados
por mafias, dejando hijos y mujer en sus países de origen… siguen confiando en
el de arriba. “Dios nunca falla”, nos decían. Ojalá en España tuviéramos un
mínimo de esta confianza.
Ojalá,
ante los desafíos migratorios que nos presenta el siglo XXI, confiáramos más en
Dios y menos en los muros. Porque, al final del camino, no habrá justificación
posible sobre vallas y repatriaciones, no podremos decir “es que la situación
era insostenible”. Al final de la vida, la única pregunta que se nos hará será:
“¿qué hiciste con tu hermano?”. Y eso es algo que realmente asusta porque, si
lees atentamente el Evangelio, verás que a Dios las excusas de medio pelo y las
justificaciones no le suelen hacer mucha gracia.
Alejandro Palacios
Pascua Ceuta 2016
0 comentarios :
Publicar un comentario