Desaprender.
Desaprender nuestros ritmos esclavos del reloj. Desaprender mis prejuicios, la
visión enaltecida de mí mismo. Desaprender la vanidad y superficialidad de
nuestras relaciones. Desaprender mis miedos y mis mecanismos automáticos.
Desaprender nuestras prioridades. Desaprender lo que me separa del otro. Desaprender
nuestras tonterías.
Aprender. Aprender sin libros.
Aprender sin leer. Aprender sin memorizar y no para producir ni competir. Aprender
con profesores que son a la vez compañeros. Aprender rezando, escuchando,
sonriendo, esperando, abrazando, animando, jugando, riendo, compartiendo,...
Aprender a superar visiones estrechas, a mirar por encima de la apariencia, la
nacionalidad y, sobre todo, del color de la piel. Aprender a valorar otras
culturas. Aprender a reconocer las virtudes y valores de los demás. Aprender a
ver personas. Personas con pasado, con familia, con ilusiones, que buscan la
felicidad,… como yo, como tú, como mi familia y la tuya, como mis amigos y los
tuyos. Personas que ríen y lloran, con cicatrices en la piel y en el corazón,… como
yo, como tú, como mi familia y la tuya, como mis amigos y los tuyos.
He aprendido una de las
lecciones más bellas e importantes de la vida, una que me valdrá siempre, en
cualquier tiempo y lugar: ver primero a la persona antes que todo lo demás, acoger
antes que preguntar o racionalizar, ser humano, ser hermano antes que cualquier
otra cosa. He aprendido a bajar de mi pedestal, de nuestro pedestal, y me he
dado cuenta que al ir a «ayudar a esos pobrecitos» el pobrecito que ha sido
ayudado he sido yo. He aprendido que tengo mucho que desaprender y mucho más
que aprender. He aprendido a mirar con el corazón y al corazón.
Esto —y más— es lo que Ceuta,
Marruecos, el Centro san Antonio de Inmigrantes y los hermanos que he conocido en
el campo de trabajo, tanto africanos como españoles, me han regalado. Alguno
podrá sorprenderse y preguntarse si he tenido que ir hasta África para aprender
esto pero es que, cuando digo «he aprendido», quiero decir que lo he
practicado, que lo he hecho, que lo he vivido y experimentado, no sólo que sé
que «hay que» hacerlo. Aquí, en nuestro pueblo, en nuestra ciudad, en nuestro
país, «aprender» esto es algo excepcional en nuestra vida. Logramos hacerlo muy
pocas veces o son muy pocos los que viven así, mientras que esos «pobrecillos»
lo tienen muy bien aprendido y lo logran sin dificultad. Gracias a Dios que todavía
podemos desaprender y aprender, que todavía nos pueden ayudar.
Adrián González Villanueva
León
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