Hay hombres “centinela-faro-luz”
para la historia
y para otros hombres que van
perdidos,
sin meta, a la deriva,
como barcos que sin rumbo
naufragaron
en los combates y tormentas de la
vida.
Hay hombres luz-faro-centinelas
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más despiertos, lúcidos y
vigilantes
cuando suben y amenazan las
mareas.
Hay hombres que puso Dios como
signo y como puente
entre cielos, entre vidas y entre
tierras
tendidos como arco iris que
promete
el tiempo de una Humanidad
Hermana y Nueva.
Hay vidas que Dios hace
orantes, compasivas, luchadoras y
profetas
de Paz, de Justicia y de
Evangelio,
vidas “Luz-Faro” de “Dios-Puerto”…
centinelas
con el alma y la vida de
intemperie,
fraterna, pobre, libre y
misionera.
(De la fraternidad Verbum Dei)
EVANGELIO DEL DÍA (Lucas 11,29-32)
En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a
decirles: "Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero
no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los
habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación.
Cuando sean juzgados los hombres de esta generación, la reina del Sur se
levantará y hará que los condenen; porque ella vino desde los confines de la
tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que
Salomón. Cuando sea juzgada esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y
harán que los condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación de
Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás."
MENSAJE DEL PAPA PARA EL DOMUND, 2
2. El
Año de la fe, a cincuenta años de
distancia del inicio del Concilio Vaticano II, es un estímulo para que toda la Iglesia reciba una
conciencia renovada de su presencia en el mundo contemporáneo, de su misión
entre los pueblos y las naciones. La misionariedad no es sólo una cuestión de
territorios geográficos, sino de pueblos, de culturas e individuos
independientes, precisamente porque los “límites” de la fe no sólo atraviesan
lugares y tradiciones humanas, sino el corazón de cada hombre y cada mujer. El
Concilio Vaticano II destacó de manera especial como la tarea misionera, la
tarea de ampliar los límites de la fe es
un compromiso de todo bautizado y de todas las comunidades cristianas:
«Viviendo el Pueblo de Dios en comunidades, sobre todo diocesanas y
parroquiales, en las que de algún modo se hace visible, a ellas pertenece
también dar testimonio de Cristo delante de las gentes» (Ad gentes, 37). Por tanto, se pide y se invita a toda comunidad a
hacer propio el mandato confiado por Jesús a los Apóstoles de ser sus «testigos
en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch
1,8), no como un aspecto secundario de la vida cristiana, sino como un aspecto
esencial: todos somos enviados por los senderos del mundo para caminar con
nuestros hermanos, profesando y dando testimonio de nuestra fe en Cristo y
convirtiéndonos en anunciadores de su Evangelio. Invito a los Obispos, a los
Sacerdotes, a los Consejos presbiterales y pastorales, a cada persona y grupo
responsable en la Iglesia
a dar relieve a la dimensión misionera en los programas pastorales y
formativos, sintiendo que el propio compromiso apostólico no está completo si
no contiene el propósito de “dar testimonio de Cristo ante las naciones”, ante
todos los pueblos. La misionariedad no es sólo una dimensión programática en la
vida cristiana, sino también una dimensión paradigmática que afecta a todos los
aspectos de la vida cristiana.
A menudo, la obra de evangelización encuentra obstáculos no sólo
fuera, sino dentro de la comunidad eclesial. A veces el fervor, la alegría, el
coraje, la esperanza en anunciar a todos
el mensaje de Cristo y ayudar a la gente de nuestro tiempo a encontrarlo son
débiles; en ocasiones todavía se piensa que llevar la verdad del Evangelio es
violentar la libertad. Pablo VI usa palabras iluminadoras al respecto: «Sería... un error imponer
cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa
conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con
plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda
hacer... es un homenaje a esta libertad» (Evangelii
nuntiandi, EN 80). Siempre debemos tener el valor y la alegría de proponer, con respeto, el
encuentro con Cristo, de hacernos heraldos de su Evangelio, Jesús ha venido
entre nosotros para mostrarnos el camino de la salvación, y nos ha confiado la
misión de darlo a conocer a todos, hasta los confines de la tierra. Con frecuencia
vemos que son la violencia, la mentira, el error las cosas que destacan y se
proponen. Es urgente hacer que resplandezca en nuestro tiempo la vida buena del
Evangelio con el anuncio y el testimonio, y esto desde el interior mismo de la Iglesia. Porque ,
en esta perspectiva, es importante no olvidar un principio fundamental de todo
evangelizador: no se puede anunciar a Cristo sin la Iglesia. Evangelizar
nunca es un acto aislado, individual, privado, sino que es siempre eclesial.
Pablo VI escribía que «Cuando el más humilde predicador, catequista o Pastor,
en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o
administra un sacramento, aun cuando se encuentra solo, ejerce un acto de
Iglesia», Este no actúa «por una misión
que él se atribuye o por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre» (EN
60).Y esto da fuerza a la misión y
hace sentir a cada misionero y evangelizador que nunca está solo, que forma
parte de un solo Cuerpo animado por el Espíritu Santo. (Francisco, Domund 2013,2)
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