Vivir la experiencia de Dios que
se hace cercano en Jesucristo acercándose al otro, al vulnerable y, tantas
veces, olvidado es lo que hemos vivido en esta Pascua Misionera del Migrante.
Nos hemos dejado sorprender por Dios, que nos salió al encuentro en la dignidad
que él mismo ha otorgado a cada ser humano y muy en particular a nuestros
hermanos inmigrantes. Nacía una pregunta para cada uno de nosotros, cómo viviríamos
el misterio de la Pascua con aquellos que no comparten nuestra fe, ya que
muchos de entre ellos no son cristianos, y si era posible vivirlo en sintonía
con ellos. Estos días han sido muy cargados de humanidad, sí, descubrir la
humanidad de Cristo en su pasión, muerte y resurrección, y percibirlo con mayor
hondura. Pero nos damos cuenta que el sentido de la Pascua puede vivirse y ser
comprendido por los demás, desde la dimensión más exterior, incluso por los que
no comparten la fe en Cristo ya que Él, el resucitado es el Señor, el hombre-Dios,
y su ser está lleno de humanidad que nos permite vivir nuestra humanidad en plenitud entrando
en el misterio de nuestro ser.
Esta también ha sido una Pascua
Misionera, vivida con los Misioneros Javerianos. El misionero es el que sale al
encuentro del otro, sale de su país, de su hábitat, de su lengua, para ir a
anunciar a Cristo, su motivo esencial, y esto lo hace incluso con la simple
presencia de su vida, porque debe hacer presente otra presencia, la de
Jesucristo que vive y da sentido a la vida.
Esta pascua ha tenido lugar, por
lo que respecta a los inmigrantes en el Centro de Inmigrantes San Antonio,
institución de la Iglesia en Ceuta para la atención de inmigrantes y en
sintonía con la Delegación de Migraciones de Cádiz y Ceuta; y por lo que respecta
a la vivencia del Triduo Pascual en la Parroquia Santa Beatriz de Silva, una
comunidad bonita y pequeña que nos ha acogido como hermanos.
La experiencia eclesial y de
frontera que se vive en misiones en muchos países de África con la convivencia
cotidiana con hermanos de otras religiones nos ha permitido hilvanar el caminar
en esta Pascua Misionera del Migrante. En misiones el día del Ramadán los
cristianos visitan a los hermanos musulmanes, de la misma manera el día de
Navidad, toca a los musulmanes ir a visitar a los cristianos. Son días en el que
se comparte con el otro y desde luego con el Otro. Son días de regocijo, y de
alguna manera una especie de anticipación de lo que será el encuentro
definitivo con nuestro Padre común que es Dios. Esto es lo que hemos vivido en
una pequeña capsula durante tres días juntos.
En esta Pascua del migrante, unos
son inmigrantes y otros somos emigrantes. Unos han venido hacia nosotros, otros
estamos invitados a emigrar de nuestros egoísmos, de lo nuestro, de los
nuestros para ir al encuentro del otro. El Papa Francisco señala en el mensaje
a los inmigrantes varias cosas importantes para nosotros los cristianos, es decir,
para la Iglesia: “Jesucristo; su solicitud especial por los más vulnerables y
excluidos nos invita a todos a cuidar a las personas más frágiles y a reconocer
su rostro sufriente, sobre todo en las víctimas de las nuevas formas de pobreza
y esclavitud. El Señor dice: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me
disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me
vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt
25,35-36). Misión de la Iglesia, peregrina en la tierra y madre de todos, es
por tanto amar a Jesucristo, adorarlo y amarlo, especialmente en los más pobres
y desamparados; entre éstos, están ciertamente los emigrantes y los refugiados,
que intentan dejar atrás difíciles condiciones de vida y todo tipo de peligros[1]”.
Por las mañanas hemos vivido la Pascua con ellos en un sentido más humano: El amor el jueves
santo, el dolor y sufrimiento el viernes santo, la esperanza y la alegría el
sábado santo. Y esto lo hemos hecho con unas frases que han dado sentido:
“Nuestro mundo será mejor si ponemos amor”. “En medio de las dificultades Dios está con nosotros”. “Te doy gracias Dios mío, porque fuiste mi salvación”. Aquí hemos compartido el dar y recibir
cariño, el amar al otro y dejarse amar por el otro, el acercarse al otro y
permitir que el otro venga a mi encuentro. Ahí está Jesús, ahí, en este
encuentro.
Los chicos y chicas venidos de Madrid,
Córdoba, Ávila, Murcia y Ceuta juntos con los chicos venidos de Guinea Konakry,
Mali, Congo, Marruecos, Siria nos han permitido vivir una comida como será el
Reino de Dios en la mesa del Padre, ahí todos seremos hermanos y viviremos su
amor como don para vivir en ello. Cristo murió por todos, para reunir en una
sola familia a todos los hijos dispersos. Esto ya se va realizando
cuando inspirados por la infinita misericordia y amor de Cristo por la
humanidad nos ponemos a tratar de vivir lo mismo.
Es lo que hemos hecho, ha sido
precioso, nos hemos aventurado en la aventura humana y confiando en Dios, en la
aventura del encuentro con el otro. Así lo ha hecho Jesús, así hemos querido
hacerlo nosotros. El primer día, la frase Nuestro mundo será mejor si ponemos
amor, nos ha permitido vivir el sentido del compartir juntos la comida, pero
precioso también el día en que hemos compartido nuestros dolores y hemos
descubierto que ahí Dios no nos ha dejado solos. Él es amor y nos acompaña no
solo en los buenos momentos sino en los de sufrimiento, muerte y sin sentido.
Ellos agradecían a Dios por todo y a nosotros por venir y vivir esta nueva fraternidad.
Nosotros nos hemos dejado sorprender por su fe, ánimo y acercamiento tan humano
que nos han descubierto en sus rostros el de Cristo mismo.
Uno de ellos rezó diciendo, que
en este mundo no haya pobres, que los que buscan un hijo que lo puedan tener,
que nadie sufra a causa de la discriminación de los otros seres humanos, pero sobre
todo que cada ser humano se sienta un ser humano, amado y querido. Ahí, en su
oración nos hemos quedado y disfrutado de estos días juntos. La despedida fue
dura, porque nadie quería terminar estos momentos, queríamos detener el tiempo
y sin embargo la sabiduría de la vida nos ha permitido decirnos que lo que
hemos vivido juntos tratemos de vivirlo en nuestro cotidiano y llevarlo a los
demás.
Gracias Jesús Señor, por
permitirnos vivir este encuentro contigo y con los demás, danos tu Espíritu, el
don de tu resurrección para que como cristianos y seres humanos pongamos lo
nuestro para hacer un mundo mejor, para que tu Padre reine en nuestra humanidad
y en nuestros corazones.
Rolando Ruiz Durán sx
[1] Vaticano,
3 de septiembre de 2014, Mensaje del Santo Padre Francisco para la Jornada
Mundial del Emigrante y del Refugiado 2015: “Una Iglesia sin fronteras madre de
todos”.
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