15/9/15

Dios presente en todos

Mi experiencia misionera de este verano ha sido un viaje compartido con nuestros hermanos musulmanes, en el que poco a poco he ido descubriendo que Dios está presente en cada persona. Este viaje tuvo su inicio en el momento en que subimos al autobús Madrid-Algeciras.
En ese autobús viajábamos españoles y marroquíes, musulmanes y cristianos, dos culturas y dos religiones a simple vista muy diferentes, pero que cuando vas conociendo vas encontrando similitudes preciosas, la mejor Dios. Ese Dios que nos ha creado a cada uno de nosotros, y nos ama por igual, y que si te paras a mirar bien, se encuentra en cada persona, da igual la religión, la cultura, la edad… nada impide que Dios esté en ti. Y como bien nos explicó Jean-Pierre Schumacher hablando de una escalera a dos aguas, los cristianos subimos por un lado, y los musulmanes por el otro, y al final nos unimos en el destino, que es Dios, por lo tanto, cuanto más cerca estás de Dios, más cerca estás del hermano, una reflexión que no solo queda en teoría, sino que este mes la hemos podido llevar a la práctica y ver que es muy cierta.
La primera parada de este viaje ha sido un Campo de Trabajo con Inmigrantes en el Centro de Inmigrantes San Antonio de Ceuta. La gente cuando dices que vas a ir a Ceuta a estar con inmigrantes se sitúan en dos posiciones, una negativa, porque no ven el sentido, y la otra positiva que te felicitan por ir a hacer una “buena labor”.  
Respecto a la primera posición, lo que no saben es que estos inmigrantes son jóvenes como nosotros pero víctimas inocentes de la violencia y la explotación, que emprenden este viaje buscando salir de la pobreza, las persecuciones, las guerras, etc. Ponen todas sus ganas y fuerzas en el camino, porque tienen la esperanza de que al llegar a su destino podrán tener una vida digna. Uno de ellos me dijo “aquí abrís el grifo y tenéis agua, allí tenemos que ir a buscarla al pozo”. Son cosas tan sencillas aquí y tan difíciles allí. Lo malo es que en su destino les ponemos más obstáculos, y en ocasiones  es simplemente al ver el color de su piel, se juzga sin tener en cuenta lo que realmente importa, que es lo que hay en el corazón, y estos jóvenes tienen un corazón humilde y sencillo lleno de vida.
En este camino hacia una mejor vida se encuentran con un obstáculo más como lo es Ceuta. Han llegado a España, pero no a la Península, por lo tanto tienen que permanecer ahí durante un tiempo indefinido, lo mismo son dos meses que dos años, esperando a poder cruzar el estrecho. Durante esta estancia se sienten como en una cárcel, porque no pueden ni avanzar ni retroceder, solo esperar ese momento que tanto ansían para poder continuar su viaje.
Por lo tanto, respecto a la segunda posición, yo no siento que nadie me tenga que felicitar, no voy por hacer una “buena labor”. Vamos a ofrecer cariño, y lo hacemos a través de algunas actividades, clases de español, manualidades o informática, y lo reciben al ser tratados como nosotros. Que no por ser “diferentes” físicamente hay que tratarlos de manera discriminatoria, como si no fueran personas, “hay gente que se tapa la nariz cuando pasamos por su lado”, decían algunos. Por lo que pienso que la “buena labor” no solo la pueden hacer unos pocos al ir a Ceuta, sino que en nuestros pueblos o ciudades también hay personas que han venido buscando vivir dignamente, y tienen todo su derecho a encontrarlo. Porque la mayoría de las veces no buscan que les des dinero, con decirles “hola, ¿qué tal?” se les ilumina la cara, y por un momento se evaden de sus problemas.
La segunda parada de este viaje ha sido Marruecos, un país musulmán, con una cultura diferente, donde nosotros nos hemos convertido en los extranjeros.
Estuvimos una semana en Tattiouine, un pueblecito de unas 20-30 familias ubicado en las faldas de las montañas del Alto Atlas, a 15 kilómetros de Midelt. Actualmente, allí se encuentran dos hermanas Franciscanas Misioneras de María, quienes me han parecido un ejemplo a seguir. Dedican su vida a los nómadas y a esas 30 familias, y se puede apreciar que el amor es recíproco. Si alguien necesita algo de ellas, bien sea la hora de comer, de dormir, o cuando sea, siempre están disponibles. También me impactó que vivan un mes en las montañas con los nómadas, y es que tienen una fuerza increíble, y se aprecia que Dios está en ellas.
En esta semana cambiamos nuestra cultura por la suya, conviviendo con ellos. Y es que desde el primer momento nos acogieron como si fuéramos 6 más de ellos. Allí colaboramos en la Colonia de Vacaciones de niños Bereberes, cuyo tema este año ha sido “Mon Village”, “mi pueblo”, a la que asistieron 35 niños entre 5 y 12 años. En esta Colonia trabajamos españoles y marroquíes juntos para ofrecer a los niños lo mejor de cada uno de nosotros, con el fin de que aprendieran, jugaran y disfrutaran todo lo que pudieran.
Ha sido una experiencia muy bonita trabajar codo a codo con personas musulmanas, quitando el prejuicio de que los musulmanes y los cristianos no pueden estar juntos. También es muy gratificante que los hijos del Imán estuvieran a nuestro cargo, y él nos saludara con una sonrisa, o escuchar a su mujer cantar una canción que le habíamos enseñado a los niños, e incluso que nos regalara unas manzanas antes de irnos. Son cosas que suceden gracias a Dios, cuando lo importante es el amor, sin importar la cultura o religión, entonces es cuando ocurren estas cosas.
Para terminar esta experiencia tuvimos un retiro en el Monasterio de Notre Dame de l’Atlas en Midelt, donde pude poner nombre a lo que había vivido en ese mes tan intenso. Un mes en el que he sentido la presencia de Dios como nunca la había sentido, y he podido experimentar lo que dice Jesús “Yo os aseguro: sino cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”. (Mt. 18, 3), ya que tanto los niños y los adultos de Tattiouine como los inmigrantes en Ceuta me han confirmado que los que creemos más “débiles”, son a los que más quiere Dios, porque tienen un corazón como el de Jesús, lleno de amor, humildad, sencillez y bondad y acogen a quien sea sin prejuicios.
Silvia Montiel Peñalver
Delegación de Misiones de Córdoba

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