27/12/16

Hijos del mismo Dios

Imaginemos un tejado a dos aguas en el que arriba está Dios. Por un lado, suben los musulmanes a través de su oración y trabajo; por otro, los cristianos siguiendo a Jesús y su forma de vida. En este tejado, cada cual se acerca a Dios de diferente manera, de forma que, según vamos subiendo, también nos acercamos entre nosotros.
No es una idea mía. Son palabras escuchadas este verano en boca del hermano Jean-Pierre Schumacher, monje cisterciense, sobreviviente de la matanza del monasterio del Tibirine (la historia de la película “Dioses y hombres”). Un hombre que, pese al peligro que en los años 90 se vivía en Argelia, decidió quedarse junto con aquella población musulmana de la que se sentía parte. Él y otro monje vivieron para contarlo, el resto de su comunidad fue asesinada.
El pasado agosto, cuatro jóvenes de Pamplona tuvimos el privilegio de participar en un campo de trabajo con niños y niñas bereberes en el pobre y minúsculo asentamiento de Tattiouine, situado a los pies de la cordillera del Atlas, al sur de Marruecos. Una experiencia que se complementó con un retiro dirigido por el misionero javeriano Rolando Ruiz en el Monasterio de Nuestra Señora del Atlas, lugar donde en la actualidad vive Jean-Pierre junto con otros monjes a quienes pudimos conocer.
En Tattiouine nos recibió una pequeña comunidad de Franciscanas Misioneras de María, congregación a la que pertenece Montserrat Simón, una de las religiosas que nos acompañó en este viaje desde Pamplona. Ahí pudimos palpar una Iglesia en minoría, pero viva, abierta al entendimiento y a la amistad con aquellos que no comparten nuestras creencias. Al servicio del otro, sea quien sea, piense lo que piense. Una Iglesia coherente con el Evangelio.
Compartir el día a día de franciscanas misioneras de María (fmm) como Bárbara, de origen polaco, o como Marie, francesa de 88 años, que llevan media vida viviendo entre esas tribus, hace pensar hasta qué punto la verdadera fe no será la de aquellos que “se esconden”. La de quienes al creer en Dios no buscan realizarse a sí mismos en base a importantes cargos o al éxito y reconocimiento social. La de quienes, como San Francisco de Asís, descubren a Dios en el arte de hacerse pequeños al mundo. Trabajando por los demás sin que nadie se entere. Lejos de aplausos. Para llegar a ese nivel, hace falta tener mucha Fe.
Mientras nosotros colaborábamos en la escuela de verano de Tattiouine con los niños y niñas bereberes (quienes durante el año reciben una educación muy precaria), las fmm atendían en su dispensario médico a las numerosas familias que llegaban de diversas poblaciones cercanas. Y cuando alguna familia no podía acudir, eran ellas las que se desplazaban hasta las tiendas de las montañas para llevar a cabo la revisión médica a esas poblaciones seminómadas.
La amabilidad, educación, sentido de familia, los valores y la cercanía de las personas con las que hemos convivido demuestran que, aunque aún falten cosas por mejorar, Dios está presente en este pueblo y actúa.
Decía a sus religiosas la fundadora de las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor, la Venerable Antonia de la Misericordia: “les pido que vean en ellas (las mujeres en situación de prostitución) la imagen del Redentor”. Si trasladamos esta frase a otro contexto, como una visión del propio Jesús en las poblaciones musulmanas más desfavorecidas, entenderemos mejor cuál es mirada que acompaña a las Misioneras Franciscanas de María.
Pero, como he comentado antes, además de nuestra labor como “profesores”, una experiencia así queda vacía sin su dimensión de Fe. La posibilidad de disfrutar de varios días de silencio en el Magreb profundo, ese lugar que enamoró a buscadores de Dios como Albert Peyriguère o Charles de Foucauld, permite asimilar lo vivido entre esas poblaciones musulmanas y hacer un segundo viaje, personal y espiritual, a nuestro yo más auténtico, a ese desierto interior que todos tenemos pero que raras veces visitamos. Allí donde Dios nos habla con mayor claridad. Y así, acompañados por Rolando Ruiz sx y Montse Simón fmm, realizamos unos ejercicios ignacianos en el monasterio de Nuestra Señora del Atlas.
Como resumen sólo podemos afirmar que estas semanas vividas en el corazón de Marruecos nos han descolocado bastante a todos. ¡Y qué bueno es descolocarse en nuestra búsqueda de Dios! Ya que si lo tuviéramos todo claro dejaríamos de buscarle y eso, evidentemente, no sería Dios.
Finalizo con una frase de otra de las grandes figuras de la Iglesia, el Padre Arrupe: "No me resigno a que, cuando yo muera, siga el mundo como si yo no hubiera vivido". Estas palabras del visionario jesuita vasco recogen el espíritu con el que viven las Franciscanas Misioneras de María en aquellas fronteras humanas donde sus comunidades se hacen presentes.
En un mundo donde las ideas se confrontan y cada cual defiende su propia parcela, donde incluso las causas más justas pueden quedar empañadas por intereses partidistas o por ideologías trasnochadas, la apertura a otra cultura y a otra religión nos permite comprender que la única verdad absoluta que merece la pena ser defendida es el amor. Que la única certeza que nos une a todos los humanos es que, recemos a quien recemos, somos hijos del mismo Dios.


Alejandro Palacios Álvarez

1 comentario :

  1. Hola Alejandro
    Que maravilloso y profundo mensaje transmites con tus palabras. Percibo una reflexion llena de humanidad e inspirada en el Espiritu Santo y en la Fé.
    Te agradezco enormemente que hayas compartido tu experiencia.
    Saludos desde Mexico

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