Imaginemos un tejado a dos aguas en el que arriba está
Dios. Por un lado, suben los musulmanes a través de su oración y trabajo; por
otro, los cristianos siguiendo a Jesús y su forma de vida. En este tejado, cada
cual se acerca a Dios de diferente manera, de forma que, según vamos subiendo,
también nos acercamos entre nosotros.
No es una idea mía. Son palabras escuchadas este verano
en boca del hermano Jean-Pierre Schumacher, monje cisterciense, sobreviviente
de la matanza del monasterio del Tibirine (la historia de la película “Dioses y
hombres”). Un hombre que, pese al peligro que en los años 90 se vivía en
Argelia, decidió quedarse junto con aquella población musulmana de la que se
sentía parte. Él y otro monje vivieron para contarlo, el resto de su comunidad fue
asesinada.
El pasado agosto, cuatro jóvenes de Pamplona tuvimos el
privilegio de participar en un campo
de trabajo con niños y niñas bereberes en el pobre y minúsculo asentamiento de
Tattiouine, situado a los pies de la cordillera del Atlas, al sur de Marruecos.
Una experiencia que se complementó con un retiro dirigido por el misionero
javeriano Rolando Ruiz en el Monasterio de Nuestra Señora del Atlas, lugar donde
en la actualidad vive Jean-Pierre junto con otros monjes a quienes pudimos
conocer.
En Tattiouine nos recibió una pequeña comunidad de Franciscanas
Misioneras de María, congregación a la que pertenece Montserrat Simón, una de
las religiosas que nos acompañó en este viaje desde Pamplona. Ahí pudimos
palpar una Iglesia en minoría, pero viva, abierta al entendimiento y a la
amistad con aquellos que no comparten nuestras creencias. Al servicio del otro,
sea quien sea, piense lo que piense. Una Iglesia coherente con el Evangelio.
Compartir el día a día de franciscanas misioneras de María (fmm) como Bárbara,
de origen polaco, o como Marie, francesa de 88 años, que llevan media vida
viviendo entre esas tribus, hace pensar hasta qué punto la verdadera fe no será
la de aquellos que “se esconden”. La de quienes al creer en Dios no buscan
realizarse a sí mismos en base a importantes cargos o al éxito y reconocimiento
social. La de quienes, como San Francisco de Asís, descubren a Dios en el arte
de hacerse pequeños al mundo. Trabajando por los demás sin que nadie se entere.
Lejos de aplausos. Para llegar a ese nivel, hace falta tener mucha Fe.
Mientras nosotros colaborábamos en la escuela de verano de Tattiouine
con los niños y niñas bereberes (quienes durante el año reciben una educación
muy precaria), las fmm atendían en su dispensario médico a las numerosas
familias que llegaban de diversas poblaciones cercanas. Y cuando alguna familia
no podía acudir, eran ellas las que se desplazaban hasta las tiendas de las
montañas para llevar a cabo la revisión médica a esas poblaciones seminómadas.
La amabilidad, educación, sentido de familia, los valores y la cercanía
de las personas con las que hemos convivido demuestran que, aunque aún falten
cosas por mejorar, Dios está presente en este pueblo y actúa.
Decía a sus religiosas la fundadora de las Hermanas Oblatas del
Santísimo Redentor, la Venerable Antonia de la Misericordia: “les pido que vean
en ellas (las mujeres en situación de prostitución) la imagen del Redentor”. Si
trasladamos esta frase a otro contexto, como una visión del propio Jesús en las
poblaciones musulmanas más desfavorecidas, entenderemos mejor cuál es mirada
que acompaña a las Misioneras Franciscanas de María.
Pero, como he comentado antes, además de nuestra labor como
“profesores”, una experiencia así queda vacía sin su dimensión de Fe. La
posibilidad de disfrutar de varios días de silencio en el Magreb profundo, ese
lugar que enamoró a buscadores de Dios como Albert Peyriguère o Charles de Foucauld, permite asimilar lo vivido entre
esas poblaciones musulmanas y hacer un segundo viaje, personal y espiritual, a
nuestro yo más auténtico, a ese desierto interior que todos tenemos pero que raras
veces visitamos. Allí donde Dios nos habla con mayor claridad. Y así, acompañados
por Rolando Ruiz sx y Montse Simón fmm, realizamos unos ejercicios ignacianos
en el monasterio de Nuestra Señora del Atlas.
Como resumen sólo podemos afirmar que estas semanas vividas en el
corazón de Marruecos nos han descolocado bastante a todos. ¡Y qué bueno es descolocarse
en nuestra búsqueda de Dios! Ya que si lo tuviéramos todo claro dejaríamos de
buscarle y eso, evidentemente, no sería Dios.
Finalizo con una frase de otra de las grandes figuras de
la Iglesia, el Padre Arrupe: "No me resigno a que, cuando yo muera, siga
el mundo como si yo no hubiera vivido". Estas palabras del visionario jesuita
vasco recogen el espíritu con el que viven las Franciscanas Misioneras de María
en aquellas fronteras humanas donde sus comunidades se hacen presentes.
En un mundo donde las ideas se confrontan y cada cual defiende su propia
parcela, donde incluso las causas más justas pueden quedar empañadas por
intereses partidistas o por ideologías trasnochadas, la apertura a otra cultura
y a otra religión nos permite comprender que la única verdad absoluta que
merece la pena ser defendida es el amor. Que la única certeza que nos une a
todos los humanos es que, recemos a quien recemos, somos hijos del mismo Dios.
Alejandro Palacios Álvarez
Hola Alejandro
ResponderEliminarQue maravilloso y profundo mensaje transmites con tus palabras. Percibo una reflexion llena de humanidad e inspirada en el Espiritu Santo y en la Fé.
Te agradezco enormemente que hayas compartido tu experiencia.
Saludos desde Mexico