Agradecimiento. Creo que es la
palabra que mejor resume la sensación que dejan en mí estos días en Ceuta.
Estoy inmensamente agradecida de
haber tenido esta oportunidad de acercarme a la realidad inmigrante y hacerla
presente en mi vida a través de personas concretas, con nombre y apellidos. Su
acogida, su ilusión y alegría a pesar de lo vivido, sus ganas de aprender, su
esperanza, sus valores, su sonrisa, su mirada, su cariño… han sido una continua
enseñanza de vida. Ver todo lo que han tenido que sufrir para llegar hasta
aquí, y todo lo que aún les queda; en primer lugar me ha hecho reflexionar
sobre la suerte que tengo de haber nacido dónde lo he hecho, y qué poco lo
valoro a veces. Por otro lado ha sido un recordatorio de qué es lo
verdaderamente importante. Cuántas veces sufrimos por cosas tan secundarias,
dejando de lado lo verdaderamente importante: familia, amigos, fe…
Agradecida de haber compartido esta
experiencia con un grupo tan estupendo. Venidos de diferentes lugares de
España, y del mundo, desde el primer día me sentí como en casa, en familia.
Compartir tanto las buenas experiencias como las malas, aquello que más nos ha
impactado, tantos momentos de alegría, risas y vaciles; y poder vivir todo esto
desde la fe, ha sido una suerte enorme.
Agradecida de la experiencia de fe
que también han resultado ser estos días. Ese tesoro en vasijas de barro que
hemos podido descubrir a través de la oración y eucaristía diarias.
Agradecida de haber podido conocer
más de cerca la misión. A través de Rolando, Manoli e Ivanildo he entendido por
primera vez la necesidad que tiene este mundo de misioneros, y cómo puede ser
posible que haya personas dispuestas a dejar todo para ir a un sitio lejano, de
diferente cultura y costumbres; a anunciar el mensaje de Cristo. Su ejemplo de
vida y su experiencia no sólo nos han guiado estos días, si no que a través de
su testimonio hemos podido ver una nueva faceta de las palabras entrega y
desprendimiento.
Agradecida porque haya gente como
Maite y Salva, que dan su vida por hacer de este mundo un lugar algo mejor.
Hacéis diariamente una labor inmensa. Ojalá que nada ni nadie pueda con vuestra
energía, ni vuestra ilusión.
En definitiva estos días en Ceuta
han sido para mí un continuo aprendizaje. Aunque al principio no se hiciera
entender del todo Rolando con lo de que el objetivo del campo fuera ensanchar
el corazón, creo que ahora lo comprendo. Vuelvo al menos un poco transformada,
con ganas de que esto no quede aquí, y que al menos mi círculo más cercano
pueda abrir también un poco los ojos a esta realidad que solemos dejar de lado.
Tendré presente en mis oraciones a todos los chicos que he conocido en San
Antonio, a los que deseo que pronto lleguen a su destino y puedan cumplir sus
sueños.
María del Pilar Baratech,
Madrid
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