En un principio pensaba que iba a
este campo de trabajo para conocer una nueva realidad. Para descubrir cómo
viven los inmigrantes, cuál es la realidad que se vive en Ceuta entre tanta
mezcla de culturas. Para ayudar en todo lo que pudiese y ver como Dios estaba
también presente entre personas de religiones tan diferentes.
Pero lo que he descubierto me ha
roto los esquemas. Me ha hecho olvidar todo lo que imaginaba que encontraría y
haría. Me ha hecho descubrir la verdadera situación de los inmigrantes en el
mundo en el que vivimos.
La realidad es que ellos, los
inmigrantes, no siempre pueden conseguir un visado. Y sin él, no pueden coger
un avión. No pueden estudiar ni trabajar en otro país, ni siquiera pueden viajar
por placer.
Lo más triste es cuando descubres
que la motivación para venir a Europa es tan simple como buscar una vida mejor
y que no tienen las facilidades que tenemos nosotros cuando emigramos a otros
países por las mismas razones.
Para venir hasta aquí deben
cruzar una valla, de 6 metros de altura y con cuchillas afiladas. Y antes de
llegar a la valla deben cruzar el desierto, mientras las mafias los estafan y
se aprovechan de ellos. Les tratamos como delincuentes cuando no han hecho
nada.
¿Y ellos se rinden? ¿Se vuelven
personas solitarias, tristes? No. Ellos te acogen, te enseñan valores
preciosos, su cultura, su música, comparten contigo sus zapatos y sus bailes. Y
todo esto te lo dan a ti, que vives en el país que ha puesto la valla que han
tenido que cruzar. Que vives en una sociedad donde mucha gente les rechaza.
Pero a ellos les da igual, no te odian. No te van apartar, no te van a poner
ninguna valla.
Y es cuando te cuestionas ¿qué
haría yo en su situación? ¿Cuántas veces me he rendido frente a las
dificultades que se me plantean en la vida? ¿Cuáles han sido mis “vallas”?
¿Cómo me he comportado yo con otras personas cuando me he sentido rechazada?
¿Lo he hecho como los inmigrantes, que a pesar de las dificultades que les
imponemos, no nos lo tienen en cuenta? ¿O me he dejado llevar por el rencor?
También te das cuenta de que tú puedes
enseñarles español, informática o manualidades. Pero lo que ellos te dan, lo
que te enseñan, es mucho más valioso.
Dejas de pensar que tú vas a
enseñar, a ayudar y a hacer un mundo mejor. Allí el superhéroe no eres tú. Son
ellos los que te enseñan, te ayudan y hacen un mundo mejor. De una manera muy
sencilla, cuando convives y conversas con ellos. Descubres como de verdad es
este mundo: como gente sencilla, luchadora, sin prejuicios y sin conocerte te
respeta, te quiere y se alegra de que estés allí con ellos. Dejas de sentir
pena, apartas de ti las ideas que tiene la sociedad de que son gente inculta,
salvaje o rara. Y descubres que ellos son mejores personas que tú. Y que somos
nosotros los que tenemos que aprender de ellos.
Quiero dar las gracias a Dios por
darme la oportunidad de vivir esta experiencia. A Rolando, por organizar este
campo de trabajo. A Maite, directora del Centro San Antonio, y Salva, por
hacernos sentir como en casa. A Helena, Raúl, Antonio, Maria José, María, Bea,
María José, Gemma, Antonio, Ana, Mario, Ivanildo y Magí, con los que he
compartido estas dos semanas y me han hecho reír y dejar a un lado las
tristezas. Y a todos los inmigrantes, a los “morenos”, gracias por hacerme
descubrir el mundo en el que vivo. Por ser un ejemplo para todos, por
demostrarnos que el rechazo y el odio no conducen a ningún sitio. Gracias.
María Melero Cugat -
Tarragona
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