19/9/18

Carta de jóvenes cristianos españoles que se hacen voz de los jóvenes inmigrantes que llegan a Europa.


A D. José Luis Pinilla Martín, sj, director del Secretariado de la Comisión de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española (CEE).
A D. Anastasio Gil García, director del Secretariado de la Comisión de Misiones y Cooperación entre las Iglesias de la CEE y director nacional de las Obras Misionales Pontificias.
A D. Gonzalo Raúl Tinajero Ramírez, director del Departamento de Juventud de la CEE.
Asunto: Carta de jóvenes cristianos españoles que se hacen voz de los jóvenes inmigrantes que llegan a Europa.
El 12 de agosto de 2018, once jóvenes cristianos de diferentes diócesis de España (Albacete, Coria-Cáceres, Jaén, Madrid y Sigüenza-Guadalajara) y tres misioneros (una franciscana misionera de María coreana, un misionero javeriano mexicano y una laica misionera de la delegación de misiones de Teruel y Albarracín) comenzamos un campo de trabajo en el Centro San Antonio de Atención y Acogida de Inmigrantes de Ceuta[1]. Antes de esta experiencia, no éramos capaces de empatizar con el inmigrante, pese a que conocíamos la situación actual en nuestras fronteras y nuestros corazones deseaban entrar en su piel.
Allí vivimos una experiencia de misión en la que conocimos la dura realidad de la inmigración, habiendo vivido en primera persona, con mucha alegría, entre otras cosas, una entrada masiva de jóvenes inmigrantes en Ceuta al grito de “Boza, boza” (“libertad, libertad”), “España…, libertad; gracias, muchas gracias” (dirigiendo sus miradas al cielo); y al día siguiente, con mucha tristeza, impotencia y gran decepción, el saberlos, en menos de 24 horas, expulsados a territorio marroquí, rumbo a un calvario que seguirá destrozando sus sueños, atesorados durante la larga travesía de la inmigración, hacia una vida digna y más humana. Como consecuencia del encuentro con el joven migrante, se ha producido un cambio en nosotros que nos ha impulsado a escribir esta carta en favor de sus derechos y dignidad.
Nuestra tarea en Ceuta se basaba en ofrecer cariño al inmigrante y ser bálsamo en las muchas heridas físicas y espirituales, a través de nuestro estar con ellos, haciendo amistad, consolidándoles en su autoestima para forjar sus sueños como seres humanos e hijos de Dios; y, por la misma situación, abrir nuestros corazones a la humanidad entera, por quien Cristo se ha entregado al Padre, en un gesto de infinito amor.
Hemos estado leyendo las diferentes respuestas de parte de asociaciones y de personas, en referencia a la expulsión de los 116 inmigrantes que han entrado en Ceuta el 22 de agosto, memoria de María Reina, que ha coincidido con la fiesta musulmana del Sacrificio del Cordero. Hemos pensado en escribir, también nosotros, como Iglesia que somos, para compartir nuestra fe, sentimientos y agradecimiento por todos los que trabajan en favor de los inmigrantes y se preocupan de esta realidad tal como Cristo lo haría.
Fe y sentimientos
Esto nos afecta directamente, porque vemos en ellos a hermanos, a jóvenes como nosotros a los que se niegan derechos fundamentales. Entre ellos, el de libre circulación y el de poder estudiar y formarse. Hemos querido mostrar nuestro interés y fe para defender las libertades básicas de toda persona, porque vemos en ellos el rostro sufriente de Jesús en la cruz. En su camino de obstáculos y dificultades, Cristo les acompaña a través de su Iglesia, y esto no nos permite quedarnos indiferentes. Nuestras facilidades y nuestras ventajas por haber nacido en otro continente nos interpelan, en nombre de nuestra fe, a hacer algo en favor del desarrollo integral de sus personas.
Sería muy cómodo, como cristianos, dejar las cosas como están y abandonar esta tarea en manos de personas especializadas en esta materia o políticos y gobernantes de los países, pues creemos que los jóvenes, y en especial los jóvenes dentro de la Iglesia, tenemos una respuesta que dar. Es un momento crucial el que estamos viviendo, porque se están tomando decisiones muy importantes en todos los países y, si no actuamos, las consecuencias podrían llegar a ser más inhumanas y poco coherentes con nuestra fe.
Sentimos como propio este dolor que están atravesando los inmigrantes y deseamos poder llegar a meternos en su piel, porque esto es lo que haría Cristo.
Hacia el Sínodo de los Jóvenes, “Jóvenes, fe y discernimiento vocacional”
Gracias al encuentro personal que hemos tenido con los inmigrantes, nos hemos dado cuenta de que no existen diferencias entre ellos y nosotros como jóvenes. Tenemos los mismos intereses, deseos e inquietudes; queremos estudiar, trabajar y desarrollarnos como personas. No obstante, a ellos se les priva de estos derechos fundamentales que todos deberíamos poder ejercer. Y es por esta razón por la que ellos ven como única opción salir de sus países de origen para intentar encontrar un futuro digno en otro lugar.
Con motivo del Sínodo de los Jóvenes, hemos considerado importante que estos jóvenes inmigrantes también tengan voz y que sus anhelos sean escuchados por la Iglesia.
Además, esto afecta directamente a nuestra manera de vivir la fe. En estos hermanos nosotros encontramos a Cristo sufriente y necesitado, y por medio de ellos escuchamos la llamada a la entrega total de nuestra vida a los que más lo necesitan. De hecho, esta carta es fruto de esa llamada y de la acción del Espíritu Santo en nosotros, siendo, a su vez, el primer paso del cambio de nuestra mentalidad en favor de la situación de los inmigrantes.
Propuestas
Como Iglesia no podemos quedarnos indiferentes ante el sufrimiento ajeno; tenemos el deber moral y cristiano de ayudar a los necesitados y marginados de nuestra sociedad: “Porque era forastero y me acogisteis” (Mt 25,35; cf. Mt 25,31-46). Por tanto, esta responsabilidad conjunta que tenemos los miembros de la Iglesia de cara a cambiar esta situación debe concretarse.
Creemos que es cada vez más importante la concienciación de la sociedad ante este problema, especialmente en lo que se refiere a los jóvenes, debido a que gran parte de la información que nos llega está sesgada y únicamente se ve desde el punto de vista de Europa, generalmente en contra del inmigrante. Como Iglesia tenemos la misión de humanizar al inmigrante, dejarnos humanizar y ser defensores de sus derechos ante la sociedad occidental.
Creemos conveniente la realización de jornadas de trabajo conjunto entre asociaciones cristianas y no cristianas que se dedican a ayudar al inmigrante en los diferentes países del mundo. Esto permitiría aunar esfuerzos y dar una solución más eficaz, poniendo siempre en primer lugar al hermano necesitado. Además, puede ser una medida de concienciación de esta realidad: por una parte, al celebrarse estas reuniones en un ámbito internacional, habría una mayor visibilidad de los cambios que se están produciendo para mejorar el estado de cosas; por otra parte, mucha más gente se vería involucrada y cambiaría su forma de pensar respecto a la dignidad del inmigrante, lo cual podría llevar a una mejora real y definitiva de la situación.
Sabemos que ya se está haciendo en algunas diócesis, congregaciones religiosas y parroquias, pero se podría dar aún un mayor impulso a la acogida de inmigrantes de forma organizada y regulada por medio de las parroquias, en línea con lo que dice el papa Francisco en su Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2018: “Acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados”[2]. Dentro de esta dinámica, se les podría facilitar alojamiento y manutención, ya sea dentro de las parroquias o en familias; actividades formativas que les ayuden a su integración en la sociedad (idiomas y costumbres); actividades lúdicas (música, juegos y deportes); y acompañamiento personal (que el inmigrante se sienta querido, valorado, escuchado…).
Conclusión
En fin, como jóvenes cristianos queremos expresar nuestra fe; hemos visto a Cristo a través del inmigrante, nos ha removido nuestro ser y queremos, dentro de nuestra fragilidad, ser voz de estos jóvenes inmigrantes que buscan una vida plena (“Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia”, Jn 10,10) y en quienes Cristo se identifica (“En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”, Mt 25,40). Nosotros lo hemos meditado, lo hemos rezado y, escuchando lo que dice el Papa en Evangelii gaudium, queremos ser callejeros de la fe[3], sabiendo que somos una misión de Dios en este mundo.
Grupo del Campo de Trabajo de Inmigrantes en Ceuta, agosto 2018
Ana Hurtado Montoya, parroquia San Pedro, Guadalajara
Antonio Guerrero Quesada, Seminario Diocesano de Jaén
Cristina González Romero, Albacete
Francesca Ko Hyung Hee, fmm, franciscana misionera de María, Madrid
Inés Sánchez-Muliterno Bleda, Albacete
Laura Chiloeches Martínez, parroquia Santísimo Sacramento, Guadalajara
María Elbal Rodríguez, parroquia San José, Albacete
María José Soriano Casino, laica misionera de la Delegación de Misiones de Teruel y Albaracín
Manuel Medina Parra, Milicia de Santa María, Cáceres
Javier Cascón Coca, parroquia San Hilario de Poitiers-Milicia de Santa María, Madrid
Javier Contreras Mora, parroquia Nuestra Señora de Europa, Madrid
Jorge Mora Pinilla, parroquia Nuestra Señora del Valle, Madrid
Paloma Martínez Carbajal, Albacete
Rolando Ruiz Durán, sx, misionero javeriano, Madrid

Madrid 28 de agosto de 2018, fiesta de san Agustín de Hipona



[3] “Son muchos los jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo y se embarcan en diversas formas de militancia y voluntariado. Algunos participan en la vida de la Iglesia, integran grupos de servicio y diversas iniciativas misioneras en sus propias diócesis o en otros lugares. ¡Qué bueno es que los jóvenes sean «callejeros de la fe», felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!” (EG 106).


Ecos de esta carta en la prensa:

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Europapress pinchar aquí

Vídeo campo de trabajo:

Centro San Antonio de Inmigrantes Ceuta 2018

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