2/9/18

La Iglesia de frontera (el inmigrante, Jesús y yo) Ceuta


La iglesia en la frontera (el inmigrante, Jesús y yo)
Eran las 8 de la mañana en la estación de Atocha de Madrid. Yo, un chico de 20 años, sin saber muy bien qué iba a ocurrir en estos 15 días, me despedí de mi padre y salí a buscar al grupo con el que iba a realizar este camino. Ese tren y el barco que cogimos más adelante nos iban a llevar a una realidad aparentemente conocida por todos: la inmigración. Sin embargo, ninguno imaginábamos que esta experiencia nos fuera a cambiar tantos esquemas como teníamos y a darnos todo lo que finalmente recibimos.
A la mañana siguiente, sin darnos cuenta, ya estábamos metidos hasta el fondo en nuestra misión con los chicos inmigrantes. Mi primera impresión fue fuerte, pude ver que eran iguales que yo, con la misma alegría y la misma necesidad de compañía: me enseñó su humanidad.
Por la tarde comenzamos a compartir dentro del grupo aquello que sentíamos, las frustraciones del día, las alegrías, nuestro camino de fe, donde habíamos encontrado la presencia de Dios… Además, fuimos entrando en la vida del inmigrante, en lo que había pasado, lo que había sufrido y cómo se podría sentir aquí. Así, poco a poco, pude ir entrando en su persona y sentir que estaba más cerca de cada uno.
A partir de ahí, fue más fácil el encuentro con el inmigrante. Le podía dar lo que yo era y acercarme a él por medio de una simple pulsera, en la que los dos nos conocíamos cada día más. Yo me di cuenta de que él quería estudiar, como yo, quería trabajar, como yo, y todo esto para formar una familia, ayudar a los demás y poder ser feliz. Pero algo no iba como debería, yo sí podía cumplir este sueño y él no.
Esa desigualdad me rompió, porque yo había conocido en cada uno de los chicos inmigrantes un sueño por cumplir, un deseo de felicidad que parecía imposible de alcanzar. La inmigración dejó de ser un “problema social” y empezó a tener cara y nombre. Sin embargo, Jesús estaba ahí. Él estaba en cada sonrisa sincera, en cada “¿qué tal?” que intercambiábamos, en cada uno de los que venían a las actividades con esas ganas de aprender y disfrutar de lo poco que tenían.
Jesús tampoco faltó entre nosotros en el grupo, porque después de estos 15 días  me doy cuenta del camino de fe que hemos hecho juntos, en lo que ha sido muy importante compartir con los demás todo lo que vivíamos. Ha habido momentos de risas sin parar, momentos en los que era imposible no emocionarse con el camino que Dios ha hecho en cada uno, momentos de rabia por la impotencia de no poder cambiar la situación inhumana que hay… Y con ellos he sentido que la amistad y fe en Jesús nos ha sostenido y abierto el corazón a los demás.
Sumado a esto, hemos compartido una oración y Misa cada día. Ha sido muy chulo ver que la fe crece en grupo, como ocurre en la Iglesia, y que hemos sido una pequeña parte de la Iglesia allí donde se necesita, en la frontera, donde parece que falta humanidad y esperanza con la grave situación. Vivir esta fraternidad, cuando, por ejemplo, en Misa, uníamos las manos para rezar el Padrenuestro, me ha dado mucha paz.
Sin duda, ha habido emociones por todos lados. Hicimos una oración en la valla de Ceuta, que tantas vidas y tanto sufrimiento se ha cobrado. Fue un momento impactante, que me llenó de emociones fuertes sólo de pensar cómo sería cada salto o imaginar a todos aquellos chicos inmigrantes a los que he conocido intentando cruzar. Allí estaba la cruz de Jesús, vivida por los inmigrantes actualmente. Pero tengo fe en que Jesús, por un camino que sólo Él sabe, resucite en nosotros y haga que algo cambie en la situación.
Y como este, ha habido otros momentos increíbles cargados de emociones: el paso por la frontera, la acogida de los franciscanos en Marruecos, la visita a las hermanitas de Jesús, la fiesta del Cordero con los musulmanes, la salida de varios de los chicos a la Península, el salto de los 116 inmigrantes por la valla… Es algo único lo vivido en estos 15 días, y merece la pena experimentarlo.
Esta experiencia me ha cambiado por dentro, me ha enseñado una humanidad increíble por medio de los chicos inmigrantes y me ha dado impulso para continuar por el camino de la entrega de mi vida. Doy gracias a Dios por estos días y por cada uno de los chicos.

Javier Contreras Mora
Parroquia de Nuestra Señora de Europa, Madrid

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