Me llamo Cristina, tengo 20 años
y llegué a Ceuta un 12 de agosto de 2018. Reconozco que aquel día en la mochila
llevaba inseguridad, dudas y mucha ignorancia acerca de la realidad con la que
me iba a chocar durante dos semanas, pero también llevaba muchas ganas y la
mente y el corazón abiertos a lo que estuviera por llegar.
El primer choque llegó al día
siguiente cuando conocí a los inmigrantes que, con el paso del tiempo, serían
mis amigos. En sus ojos vi alegría y esperanza y en sus manos las cicatrices de
un camino doloroso.
Con juegos y muchas, muchas risas, comenzó la experiencia que marcaría un antes
y un después en mi vida.
Mi “trabajo” en el campo se basaba en hacer manualidades con ellos. Entre
pulseras y collares surgía el cariño, el respeto y la amistad, así fue como yo
me abrí a ellos y ellos a mí, superando la frontera del idioma porque, gracias
a dios, una sonrisa es un idioma universal perfecto para iniciar cualquier
conversación.
Ahí comenzó a cambiar mi mirada,
seguía leyendo noticias sobre inmigración, pero ahora les ponía nombre y
rostro, dejaban de ser ajenos y distantes para mí, eran mis hermanos los que
estaban muriendo al otro lado y no eran salvajes e invasores, eran jóvenes con
los mismos sueños que yo, con la única diferencia de haber nacido en un
continente distinto.
El segundo choque llegó en
Marruecos, seguimos conociendo la realidad del inmigrante. Tras un largo camino
lleno de piedras, de mafias, hambre, miseria, violaciones… llegan a Marruecos y
su vida allí sigue siendo muy complicada.
Tuvimos el placer de ir al centro
Lerchundi, de Río Martil, donde pudimos compartir y debatir con inmigrantes,
marroquíes, profesores de universidad… sobre la empatía, la voluntad y el
problema de la inmigración en la actualidad desde puntos de vista muy distintos
y enriquecedores.
El tercer choque llegó con un
grito de “boza, boza” (“libertad, libertad”), con la alegría de quien piensa
que se ha salvado, corrían sin importarles las heridas, un rastro de sangre
recorría las calles y también nuestras manos. Ahí entendí que una valla nunca
podrá frenar a gente que no tiene nada que perder, es una cuestión de vida o
muerte.
Al día siguiente, esas personas
fueron devueltas a Marruecos por el gobierno español, sin tener en cuenta que
estaban heridos ni los malos tratos que podrían sufrir. Y es en estos casos
donde cerramos los ojos, justificamos la acción y nos olvidamos de que los que
sufren son personas, como nosotros.
Ese mismo día, acompañamos a algunos de nuestros amigos al puerto. La sensación
era agridulce, iban a cumplir su objetivo de llegar a la península, pero todos
sabíamos que su vida allí no iba a ser fácil y que una vez cruzaran el estrecho
volverían a estar solos. En esos momentos solo queríamos abrazarlos, sus ojos
rojos dejaban ver su miedo a lo desconocido y su tristeza al separarse de
nosotros y yo, solo le pedía a Dios que les fuera bien.
El día 25, al volver a la
península, miles de pensamientos y sentimientos me sobrecogían, pero confío en
que Dios sepa ponerlos en orden y me ayude a hacerlos llegar a los demás.
Ha sido una experiencia única y
estaré eternamente agradecida por haberla podido vivir y por las personas que
me han acompañado y que me acompañarán en mi camino.
Cristina González Romero
Albacete
0 comentarios :
Publicar un comentario