¿Es posible enamorarse de una tierra sin apenas conocerla? Se
me venía a la cabeza mientras estaba en un autobús rumbo Midelt desde Tetuán.
Una cabeza llena de preguntas, pero con una que sobresalía por encima de todas
las demás: Padre, ¿Por qué me has llamado a venir aquí?
Ya pronto en el viaje me daba cuenta de que la cultura que me
rodeaba era distinta. Había cosas que no cabían en mi cabeza, como que el
autobús se retrasase una hora y media o como en el interior del mismo la gente compartía
su comida con los demás pasajeros. Dos palabras: paciencia y solidaridad.
Soy Jorge, tengo 21 años y soy cristiano. Como consecuencia
de esto último, me decidí a realizar esta experiencia de misión, con el
objetivo de acercarme a Dios, ponerle en el centro de mi vida y aprender a
escuchar lo que Él esté dispuesto a susurrarme o a gritarme. Pues muchas veces, él nos habla, pero el ruido nos ensordece; o nos hace señales, pero las
distracciones nos ciegan.
De esta forma salí de Ceuta un 26 de julio rumbo a Midelt-
Tattiouine, con varias ideas en la cabeza, ir al encuentro de nuestro hermano
musulmán y ser capaz de escuchar a Dios en tierras de Alá.
Una vez que llegué a Midelt y a Tattiouine, me di cuenta que
ambas cosas iban unidas, al conversar con las gentes, al observar el respeto
que tenían a los cristianos, a nuestra
mera presencia… yo estaba alucinando, en shock, ¿Cómo era posible que esta gente
nos tratase como grandes invitados, sacándonos sus bienes mas preciados de la
despensa, ofreciéndonos los mejores lugares que disponían para dormir? A día de
hoy me cuesta entenderlo. Sin embargo, cuando estas entre ellos, hay algo que
te hace encajar todas las piezas en tu corazón, que te da una alegría y una
tranquilidad infinita: DIOS.
Todos los días por la mañana, en Tattiouine, me sentía
acompañado por Él: al rezar con las hermanas, al recibir un salam de Hazna o
Sheriff, un ça va de Yussuf… Porque aunque fuésemos extranjeros, ellos
nos acogieron como a iguales, como a sus hermanos, y nos dieron toda su
confianza. Y ahí en esas gentes vi a un Padre que te brinda la mano para
entender y querer al otro; un Padre que
tiende puentes, en vez de levantar murallas; un Padre que te da vida y alegría
para continuar. Momentos en los que me preguntaba, todo esto que estoy
viviendo, nunca antes lo había experimentado, este amor de Dios, esta presencia.
Y surgían más preguntas: ¿Qué hemos hecho en Europa para perder parte de esta humanidad?
Me cuesta expresar todo lo que viví, toda la alegría y frustración
que durante esos días experimenté. Como al principio estaba preocupado por no
controlar el idioma y como al final me comunicaba hasta con humo si hacia falta.
Las dudas que podría sentir en Madrid, se esfumaron allí, y cada momento pasado
en el Atlas fue un instante que guardar. Los pocos días que pasé “arriba”, en
Tattiouine, se me pasaron como meses, como un sueño que parece que es otro el
que lo está viviendo. Los días eran eternos, larguísimos, pero con tantas
vivencias, con tantos detalles bonitos que asimilar, que era bellísimo, era
espectacular. La mente no sabía donde estaba, ni con quien hablaba, borró
barreras y surgió solo una palabra: VIVE. Vive sin que te importe cual sea la
religión de él de al lado, sino solo importándote si él está bien. Vive sin que
te importe si has dormido poco, estas cansado, tienes hambre o hace un calor de
mil demonios… VIVE. Vive como Jesús vivió hace dos mil años, con alegría,
sabiendo que El Reino de los Cielos ha llegado…Vive con el que tienes al lado, quiérele,
compréndele y ayúdale.
Cuando me planteé esta experiencia, surgió la pregunta, ¿Entonces
qué voy a hacer yo allí? Sino controlo el idioma, la cultura, con los niños no
puedo comunicarme. La respuesta que recibía era: vas a estar, acompañar y
ayudar en todo lo que haga falta. Ahora comprendo porque esta respuesta no me
tranquilizaba, ni a mí, ni a mi familia
ni amigos ni a nadie. Porque es una pregunta que no se responde hasta que estas
allí. Hasta que el primer día Sheriff y Hazna te invitan a su casa a tomar un
té y cenar, sin conocerte de nada. Hasta que no conoces a todos los niños:
Mohammed, Mustafa, Said, Anás, Fátima, Myriam…Y te das cuenta de que son niños
como los que hay en España, que solo quieren jugar y pasar un buen rato. En
esos momentos en los que solo puedes ayudar llevando comida, dando de beber,
sonriendo o mandando callar en un idioma desconocido como es el dariya. Hasta
que un niño no viene sonriéndote y dice tu nombre y mil palabras más
incomprensibles, o hasta que no metes en tus expresiones diarias el bismillah,
inshallah, hamdulillah. Es en estos momentos cuando empiezas a
comprender la respuesta, y sonríes, te ríes; entendiendo un poco por el proceso
que pasan los misioneros, como Rolando, las misioneras franciscanas de María,
Marie (que forma parte de la comunidad de Tattiouine) y Marie Christine. Estas
últimas, que simplemente con su presencia me dieron respuestas a preguntas que
no sabía ni que tenía, me enseñaron a Dios al ver su casa, sus costumbres, su sencillez, su
manera de ver el evangelio…
Claro que todo esto comentado anteriormente, romper las
barreras materiales, quebrar esquemas y ensanchar nuestro corazón, nos
introdujo en la siguiente semana. Después de haber conocido a un Dios entre las
gentes, de haber observado el “epicentro de la humanidad”, tocaba preguntarse y
escuchar a Dios. Era el momento de abrir el corazón al Padre y como en su día,
hizo Francisco, preguntarnos “Señor, ¿Qué quieres que haga?”. Y el espacio para
hacer esto, no podría ser mejor; estábamos en tierra de Islam, en un monasterio
Cisterciense, con el último superviviente de Thibirine. Todo era idóneo, los
ejercicios ignacianos se adecuaban perfectamente a la situación.
Tras vivir esta experiencia, solo tengo agradecimientos a
todas aquellas personas que me empujaron a decir que sí, que me apoyaron. A
Rolando que me propuso esta gran locura, A los que me acompañaron estos días, tanto
cristianos como musulmanes. Y a Dios por permitirme vivirla y aprovecharla.
“No seáis
jóvenes de sillón, adormecidos,
atontados! Muchos os quieren así, pero debéis luchar por vuestra
libertad, por dejar vuestra huella” JMJ 2016.
Jorge Mora
Pinilla
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