¿Es posible enamorarse de una tierra sin apenas conocerla? Se
me venía a la cabeza mientras estaba en un autobús rumbo Midelt desde Tetuán.
Una cabeza llena de preguntas, pero con una que sobresalía por encima de todas
las demás: Padre, ¿Por qué me has llamado a venir aquí?
Ya pronto en el viaje me daba cuenta de que la cultura que me
rodeaba era distinta. Había cosas que no cabían en mi cabeza, como que el
autobús se retrasase una hora y media o como en el interior del mismo la gente compartía
su comida con los demás pasajeros. Dos palabras: paciencia y solidaridad.
Soy Jorge, tengo 21 años y soy cristiano. Como consecuencia
de esto último, me decidí a realizar esta experiencia de misión, con el
objetivo de acercarme a Dios, ponerle en el centro de mi vida y aprender a
escuchar lo que Él esté dispuesto a susurrarme o a gritarme. Pues muchas veces, él nos habla, pero el ruido nos ensordece; o nos hace señales, pero las
distracciones nos ciegan.

Una vez que llegué a Midelt y a Tattiouine, me di cuenta que
ambas cosas iban unidas, al conversar con las gentes, al observar el respeto
que tenían a los cristianos, a nuestra
mera presencia… yo estaba alucinando, en shock, ¿Cómo era posible que esta gente
nos tratase como grandes invitados, sacándonos sus bienes mas preciados de la
despensa, ofreciéndonos los mejores lugares que disponían para dormir? A día de
hoy me cuesta entenderlo. Sin embargo, cuando estas entre ellos, hay algo que
te hace encajar todas las piezas en tu corazón, que te da una alegría y una
tranquilidad infinita: DIOS.


Cuando me planteé esta experiencia, surgió la pregunta, ¿Entonces
qué voy a hacer yo allí? Sino controlo el idioma, la cultura, con los niños no
puedo comunicarme. La respuesta que recibía era: vas a estar, acompañar y
ayudar en todo lo que haga falta. Ahora comprendo porque esta respuesta no me
tranquilizaba, ni a mí, ni a mi familia
ni amigos ni a nadie. Porque es una pregunta que no se responde hasta que estas
allí. Hasta que el primer día Sheriff y Hazna te invitan a su casa a tomar un
té y cenar, sin conocerte de nada. Hasta que no conoces a todos los niños:
Mohammed, Mustafa, Said, Anás, Fátima, Myriam…Y te das cuenta de que son niños
como los que hay en España, que solo quieren jugar y pasar un buen rato. En
esos momentos en los que solo puedes ayudar llevando comida, dando de beber,
sonriendo o mandando callar en un idioma desconocido como es el dariya. Hasta
que un niño no viene sonriéndote y dice tu nombre y mil palabras más
incomprensibles, o hasta que no metes en tus expresiones diarias el bismillah,
inshallah, hamdulillah. Es en estos momentos cuando empiezas a
comprender la respuesta, y sonríes, te ríes; entendiendo un poco por el proceso
que pasan los misioneros, como Rolando, las misioneras franciscanas de María,
Marie (que forma parte de la comunidad de Tattiouine) y Marie Christine. Estas
últimas, que simplemente con su presencia me dieron respuestas a preguntas que
no sabía ni que tenía, me enseñaron a Dios al ver su casa, sus costumbres, su sencillez, su
manera de ver el evangelio…
Claro que todo esto comentado anteriormente, romper las
barreras materiales, quebrar esquemas y ensanchar nuestro corazón, nos
introdujo en la siguiente semana. Después de haber conocido a un Dios entre las
gentes, de haber observado el “epicentro de la humanidad”, tocaba preguntarse y
escuchar a Dios. Era el momento de abrir el corazón al Padre y como en su día,
hizo Francisco, preguntarnos “Señor, ¿Qué quieres que haga?”. Y el espacio para
hacer esto, no podría ser mejor; estábamos en tierra de Islam, en un monasterio
Cisterciense, con el último superviviente de Thibirine. Todo era idóneo, los
ejercicios ignacianos se adecuaban perfectamente a la situación.
Tras vivir esta experiencia, solo tengo agradecimientos a
todas aquellas personas que me empujaron a decir que sí, que me apoyaron. A
Rolando que me propuso esta gran locura, A los que me acompañaron estos días, tanto
cristianos como musulmanes. Y a Dios por permitirme vivirla y aprovecharla.
“No seáis
jóvenes de sillón, adormecidos,
atontados! Muchos os quieren así, pero debéis luchar por vuestra
libertad, por dejar vuestra huella” JMJ 2016.
Jorge Mora
Pinilla
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