9/9/18

Bailando con los Bereberes. Experiencia Misionera Midelt – Tattiouine


¿Es posible enamorarse de una tierra sin apenas conocerla? Se me venía a la cabeza mientras estaba en un autobús rumbo Midelt desde Tetuán. Una cabeza llena de preguntas, pero con una que sobresalía por encima de todas las demás: Padre, ¿Por qué me has llamado a venir aquí?
Ya pronto en el viaje me daba cuenta de que la cultura que me rodeaba era distinta. Había cosas que no cabían en mi cabeza, como que el autobús se retrasase una hora y media o como en el interior del mismo la gente compartía su comida con los demás pasajeros. Dos palabras:  paciencia y solidaridad.
Soy Jorge, tengo 21 años y soy cristiano. Como consecuencia de esto último, me decidí a realizar esta experiencia de misión, con el objetivo de acercarme a Dios, ponerle en el centro de mi vida y aprender a escuchar lo que Él esté dispuesto a susurrarme o a gritarme. Pues muchas veces, él nos habla, pero el ruido nos ensordece; o nos hace señales, pero las distracciones nos ciegan.
De esta forma salí de Ceuta un 26 de julio rumbo a Midelt- Tattiouine, con varias ideas en la cabeza, ir al encuentro de nuestro hermano musulmán y ser capaz de escuchar a Dios en tierras de Alá.
Una vez que llegué a Midelt y a Tattiouine, me di cuenta que ambas cosas iban unidas, al conversar con las gentes, al observar el respeto que tenían a los cristianos,  a nuestra mera presencia… yo estaba alucinando, en shock, ¿Cómo era posible que esta gente nos tratase como grandes invitados, sacándonos sus bienes mas preciados de la despensa, ofreciéndonos los mejores lugares que disponían para dormir? A día de hoy me cuesta entenderlo. Sin embargo, cuando estas entre ellos, hay algo que te hace encajar todas las piezas en tu corazón, que te da una alegría y una tranquilidad infinita: DIOS.
Todos los días por la mañana, en Tattiouine, me sentía acompañado por Él: al rezar con las hermanas, al recibir un salam de Hazna o Sheriff, un ça va de Yussuf… Porque aunque fuésemos extranjeros, ellos nos acogieron como a iguales, como a sus hermanos, y nos dieron toda su confianza. Y ahí en esas gentes vi a un Padre que te brinda la mano para entender  y querer al otro; un Padre que tiende puentes, en vez de levantar murallas; un Padre que te da vida y alegría para continuar. Momentos en los que me preguntaba, todo esto que estoy viviendo, nunca antes lo había experimentado, este amor de Dios, esta presencia. Y surgían más preguntas: ¿Qué hemos hecho en Europa para perder parte de esta humanidad?
Me cuesta expresar todo lo que viví, toda la alegría y frustración que durante esos días experimenté. Como al principio estaba preocupado por no controlar el idioma y como al final me comunicaba hasta con humo si hacia falta. Las dudas que podría sentir en Madrid, se esfumaron allí, y cada momento pasado en el Atlas fue un instante que guardar. Los pocos días que pasé “arriba”, en Tattiouine, se me pasaron como meses, como un sueño que parece que es otro el que lo está viviendo. Los días eran eternos, larguísimos, pero con tantas vivencias, con tantos detalles bonitos que asimilar, que era bellísimo, era espectacular. La mente no sabía donde estaba, ni con quien hablaba, borró barreras y surgió solo una palabra: VIVE. Vive sin que te importe cual sea la religión de él de al lado, sino solo importándote si él está bien. Vive sin que te importe si has dormido poco, estas cansado, tienes hambre o hace un calor de mil demonios… VIVE. Vive como Jesús vivió hace dos mil años, con alegría, sabiendo que El Reino de los Cielos ha llegado…Vive con el que tienes al lado, quiérele, compréndele y ayúdale.
Cuando me planteé esta experiencia, surgió la pregunta, ¿Entonces qué voy a hacer yo allí? Sino controlo el idioma, la cultura, con los niños no puedo comunicarme. La respuesta que recibía era: vas a estar, acompañar y ayudar en todo lo que haga falta. Ahora comprendo porque esta respuesta no me tranquilizaba,  ni a mí, ni a mi familia ni amigos ni a nadie. Porque es una pregunta que no se responde hasta que estas allí. Hasta que el primer día Sheriff y Hazna te invitan a su casa a tomar un té y cenar, sin conocerte de nada. Hasta que no conoces a todos los niños: Mohammed, Mustafa, Said, Anás, Fátima, Myriam…Y te das cuenta de que son niños como los que hay en España, que solo quieren jugar y pasar un buen rato. En esos momentos en los que solo puedes ayudar llevando comida, dando de beber, sonriendo o mandando callar en un idioma desconocido como es el dariya. Hasta que un niño no viene sonriéndote y dice tu nombre y mil palabras más incomprensibles, o hasta que no metes en tus expresiones diarias el bismillah, inshallah, hamdulillah. Es en estos momentos cuando empiezas a comprender la respuesta, y sonríes, te ríes; entendiendo un poco por el proceso que pasan los misioneros, como Rolando, las misioneras franciscanas de María, Marie (que forma parte de la comunidad de Tattiouine) y Marie Christine. Estas últimas, que simplemente con su presencia me dieron respuestas a preguntas que no sabía ni que tenía, me enseñaron a Dios al ver  su casa, sus costumbres, su sencillez, su manera de ver el evangelio…
Claro que todo esto comentado anteriormente, romper las barreras materiales, quebrar esquemas y ensanchar nuestro corazón, nos introdujo en la siguiente semana. Después de haber conocido a un Dios entre las gentes, de haber observado el “epicentro de la humanidad”, tocaba preguntarse y escuchar a Dios. Era el momento de abrir el corazón al Padre y como en su día, hizo Francisco, preguntarnos “Señor, ¿Qué quieres que haga?”. Y el espacio para hacer esto, no podría ser mejor; estábamos en tierra de Islam, en un monasterio Cisterciense, con el último superviviente de Thibirine. Todo era idóneo, los ejercicios ignacianos se adecuaban perfectamente a la situación.
Tras vivir esta experiencia, solo tengo agradecimientos a todas aquellas personas que me empujaron a decir que sí, que me apoyaron. A Rolando que me propuso esta gran locura, A los  que me acompañaron estos días, tanto cristianos como musulmanes. Y a Dios por permitirme vivirla y aprovecharla.
 No seáis jóvenes  de sillón, adormecidos, atontados!  Muchos os quieren así, pero debéis luchar por vuestra libertad, por dejar vuestra huella” JMJ 2016.
Jorge Mora Pinilla
Parroquia Nuestra Señora del Valle, Madrid


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