Las Javieradas o marchas a Javier
son una peregrinación del Pueblo de Dios convocada por el Arzobispo de Pamplona
y Tudela al Castillo de San Francisco Javier, Patrono de las Misiones y de
Navarra. Tienen un carácter popular, juvenil (algunas), festivo, penitencial y
misionero. A esta peregrinación están invitados todas las diócesis de España,
es decir es una marcha abierta a todos y, como Javier, universal.
Las
dos Javieradas “oficiales” han sido este año el domingo 4 de marzo y el sábado
10, aunque durante todo el mes de marzo llegarán a Javier grupos de diversas
localidades y diócesis de España. El formato de cada grupo es variado, pero
siempre hay camino, oración, Eucaristía y entusiasmo y afecto por la misión,
emulando a Javier en su pasión por Dios, por el Evangelio y por el bien de
mundo.
La nuestra.
Nosotros
participamos a una de las “oficiales” el domingo 4 de Marzo. Habíamos salido de
Madrid el viernes por la tarde para llegar a dormir a Pamplona. El sábado por
la mañana, después de la oración salimos en autobús hacia Lumbier, desde aquí,
atravesando la foz (valle-desfiladero) de Lumbier llegamos caminando a Sangüesa.
Por la tarde hicimos, caminando, el Via Crucis hasta llegar a Javier, donde
antes de irnos a dormir compartimos las experiencias del camino y celebramos
una vigilia misionera de oración, presidida por el Arzobispo de Pamplona, Mons.
Francisco Pérez, que nos invitó a seguir el ejemplo de Javier que, escuchando
el pasaje evangélico “de que le sirve al
hombre ganar el mundo entero si pierde su vida…” se entregó totalmente a Cristo
y al Evangelio.
De
Madrid, en siete autobuses, salimos 370 jóvenes peregrinos reunidos, la
mayoría, por la Acción Católica de Madrid. Con ellos íbamos un grupo, 60
personas, que respondimos a la convocatoria del Consejo Diocesano de Misiones
de Madrid: jóvenes de algunas parroquias, el grupo juvenil del Consejo de
Misiones de Madrid “Jóvenes para la Misión” (muchos de los cuales han pasado,
en algún verano, unas semanas de encuentro y solidaridad con comunidades y
grupos de Honduras, India, Etiopía, Rumania y Maruecos). Nos acompañaban algunos
misioneros y misioneras: Siervas del Evangelio, Franciscanas Misioneras de
María, Combonianos, Padres Blancos y nosotros los Javerianos.
Encuentro con Javier.
Caminar
es metáfora de la vida, nos dirigimos hacia la meta, nos acompañábamos en el
camino, nos relacionábamos y nos ayudábamos a aliviar el peso de la jornada y
de las mochilas, compartíamos el chocolate (que da energía), el agua y la
alegría de caminar juntos, compartiendo nuestro gozo de conocer a Jesús y de
emular al gran Santo Navarro.
El
domingo por la mañana nos reunimos, en la plaza de castillo, con los
innumerables peregrinos que a Javier habían llegado. El cielo estaba cubierto,
la lluvia nos refrescó un poco, pero a pesar de la lluvia la explanada estaba
llena de peregrinos cansados, alegres y expansivos por haber llegado al lugar
de Javier. Comenzó la Eucaristía, colofón de nuestra peregrinación: una vez más
lo que nos unía en comunión y nos hacía sentirnos de la misma familia,
conocidos de toda la vida, era Jesús. En su pueblo y casa natal nos
encontrábamos con Javier que supo, de manera tan generosa y fiel, dejarse
llevar y hacer por Jesús, tanto es así que Javier quedó seducido por su Señor,
por el don del amor de Dios que en Él recibía y que Javier, con pasión e incansablemente,
se propuso que todos lo supieran, cuantos más mejor, hasta los confines de la
tierra. En cierta forma nosotros nos sentíamos embargados por la fe, la
gratitud, la generosidad y el entusiasmo del entrañable y universal Santo.
Comenzó
la Eucaristía, la plaza estaba abarrotada de jóvenes que en el corazón llevaban
a Jesús, a Javier, a los hermanos y al mundo. Mons. Francisco Pérez presidió,
acompañado por unos 25 sacerdotes que concelebraban, la celebración y, después
de agradecer la presencia a los asistentes, nos animó a una conversión cada vez
mayor al Señor y a vivir, en estos tiempos de crisis y recortes, con abundante
espíritu de generosidad y solidaridad. La celebración fue un momento festivo,
gozoso y comprometido de encuentro con Cristo, con los que allí estábamos y con
el mundo al que Javier tanto amaba y quiso evangelizar.
Nos
despedimos de los que allí conocimos, nos reunimos con los que ya conocíamos y
nos pusimos camino (en autobús) de regreso a Madrid. Éramos los mismos, pero el
autobús parecía que llevaba más peso: eran nuestros corazones que habían
crecido en “densidad” por Jesús, por la misión, y por el deseo de un mundo
mejor, más justo, fraterno y solidario.
Javier y P.
Rolando
Javerianos
peregrinos
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