21/3/12

"Nos sentíamos embargados por la fe, la gratitud, la generosidad y el entusiasmo del entrañable y universal Francisco Javier"

Las Javieradas o marchas a Javier son una peregrinación del Pueblo de Dios convocada por el Arzobispo de Pamplona y Tudela al Castillo de San Francisco Javier, Patrono de las Misiones y de Navarra. Tienen un carácter popular, juvenil (algunas), festivo, penitencial y misionero. A esta peregrinación están invitados todas las diócesis de España, es decir es una marcha abierta a todos y, como Javier, universal.
Las dos Javieradas “oficiales” han sido este año el domingo 4 de marzo y el sábado 10, aunque durante todo el mes de marzo llegarán a Javier grupos de diversas localidades y diócesis de España. El formato de cada grupo es variado, pero siempre hay camino, oración, Eucaristía y entusiasmo y afecto por la misión, emulando a Javier en su pasión por Dios, por el Evangelio y por el bien de mundo.

La nuestra.
Nosotros participamos a una de las “oficiales” el domingo 4 de Marzo. Habíamos salido de Madrid el viernes por la tarde para llegar a dormir a Pamplona. El sábado por la mañana, después de la oración salimos en autobús hacia Lumbier, desde aquí, atravesando la foz (valle-desfiladero) de Lumbier llegamos caminando a Sangüesa. Por la tarde hicimos, caminando, el Via Crucis hasta llegar a Javier, donde antes de irnos a dormir compartimos las experiencias del camino y celebramos una vigilia misionera de oración, presidida por el Arzobispo de Pamplona, Mons. Francisco Pérez, que nos invitó a seguir el ejemplo de Javier que, escuchando el pasaje evangélico “de que le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida…” se entregó totalmente a Cristo y al Evangelio.
De Madrid, en siete autobuses, salimos 370 jóvenes peregrinos reunidos, la mayoría, por la Acción Católica de Madrid. Con ellos íbamos un grupo, 60 personas, que respondimos a la convocatoria del Consejo Diocesano de Misiones de Madrid: jóvenes de algunas parroquias, el grupo juvenil del Consejo de Misiones de Madrid “Jóvenes para la Misión” (muchos de los cuales han pasado, en algún verano, unas semanas de encuentro y solidaridad con comunidades y grupos de Honduras, India, Etiopía, Rumania y Maruecos). Nos acompañaban algunos misioneros y misioneras: Siervas del Evangelio, Franciscanas Misioneras de María, Combonianos, Padres Blancos y nosotros los Javerianos.

Encuentro con Javier.
Caminar es metáfora de la vida, nos dirigimos hacia la meta, nos acompañábamos en el camino, nos relacionábamos y nos ayudábamos a aliviar el peso de la jornada y de las mochilas, compartíamos el chocolate (que da energía), el agua y la alegría de caminar juntos, compartiendo nuestro gozo de conocer a Jesús y de emular al gran Santo Navarro.
El domingo por la mañana nos reunimos, en la plaza de castillo, con los innumerables peregrinos que a Javier habían llegado. El cielo estaba cubierto, la lluvia nos refrescó un poco, pero a pesar de la lluvia la explanada estaba llena de peregrinos cansados, alegres y expansivos por haber llegado al lugar de Javier. Comenzó la Eucaristía, colofón de nuestra peregrinación: una vez más lo que nos unía en comunión y nos hacía sentirnos de la misma familia, conocidos de toda la vida, era Jesús. En su pueblo y casa natal nos encontrábamos con Javier que supo, de manera tan generosa y fiel, dejarse llevar y hacer por Jesús, tanto es así que Javier quedó seducido por su Señor, por el don del amor de Dios que en Él recibía y que Javier, con pasión e incansablemente, se propuso que todos lo supieran, cuantos más mejor, hasta los confines de la tierra. En cierta forma nosotros nos sentíamos embargados por la fe, la gratitud, la generosidad y el entusiasmo del entrañable y universal Santo.

 La Eucaristía. 
Comenzó la Eucaristía, la plaza estaba abarrotada de jóvenes que en el corazón llevaban a Jesús, a Javier, a los hermanos y al mundo. Mons. Francisco Pérez presidió, acompañado por unos 25 sacerdotes que concelebraban, la celebración y, después de agradecer la presencia a los asistentes, nos animó a una conversión cada vez mayor al Señor y a vivir, en estos tiempos de crisis y recortes, con abundante espíritu de generosidad y solidaridad. La celebración fue un momento festivo, gozoso y comprometido de encuentro con Cristo, con los que allí estábamos y con el mundo al que Javier tanto amaba y quiso evangelizar.
Nos despedimos de los que allí conocimos, nos reunimos con los que ya conocíamos y nos pusimos camino (en autobús) de regreso a Madrid. Éramos los mismos, pero el autobús parecía que llevaba más peso: eran nuestros corazones que habían crecido en “densidad” por Jesús, por la misión, y por el deseo de un mundo mejor, más justo, fraterno y solidario.
Javier y P. Rolando
Javerianos peregrinos


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