3/8/12

"le daba las gracias por estar ahí, conocer otro mundo y darme la oportunidad de vivir con esa gente que te daba hasta lo que no tenía"

Celia con algunos niños
 Comnunidad de Zohuala en la misión de Santa Cruz, estado e Hidalgo, México
Con lo niños las compañeras de la experiencia misionera: Maite, Marta, Sara y Celia

Encuentro con la misión  Julio 2012 en Santa Cruz, México.

Añoranzas
Ya hace unos días que regresé de México. Ahora me siento rara porque estaba acostumbrándome a ese sitio, a esa gente, a su cultura, su lengua…
Cuando llegamos a la misión central en Santa Cruz, México, me sentí muy contenta porque me gustaba ese lugar.  La iglesia, muy colorida y llena de vida y alegría, se convirtió en un sitio especial para poder estar a solas con Dios y asimilar aquello. En la misión central, el padre Gerardo nos dijo el nombre de las comunidades que serían nuestro hogar por un mes: Zohuala y La Laja.
Los días en las comunidades
Los días en Zohuala y La Laja se pasaban rápido, nos levantábamos a las 7:30h aunque el gallo nos despertaba antes, o las campanas de la Iglesia que se tocaban una hora, o más de una hora,  antes de empezar para que la gente se fuera preparando. Nuestros días comenzaban con los laudes, le pedíamos al Señor por toda esa gente que estaba siendo tan amable con nosotros y, a veces, caía alguien de España, un amigo, un familiar… que recordábamos y añorábamos. Yo en particular, le pedía fuerzas para afrontar otro día más y le daba las gracias por estar ahí, conocer otro mundo  y darme la oportunidad de vivir con esa gente que te daba hasta lo que no tenía.
Después de la oración íbamos a desayunar y siempre el catequista nos tenía una sorpresa, la sensación de entrar a la salita donde comíamos y ver encima de la mesa unos ricos bollos o galletas. O ver como en la segunda comunidad se habían esforzado por darte un plato de sopa, o de enchiladas para que tú estuvieras lo mejor posible, saber que se habían quitado ese trozo de comida para dártela a ti, ese sentir era inexplicable.
Nuestros días en las comunidades pasaban rápido, después de desayunar visitábamos a las personas a sus casas, aquellas personas nos abrían sus puertas y sin conocernos de nada nos atendían como si fuéramos viejos amigos que llevaban tiempo sin ver, el refresco o el agua de diferentes frutas nunca podía faltar y siempre agradecías que te ofrecieran eso después de una mañana intensa de calor.
A la tarde jugábamos con los niños, que nos esperaban sentados, ansiosos para que saliéramos en su busca. La hora que compartíamos con ellos se pasaba en un abrir y cerrar de ojos, verlos disfrutar juagando, reírnos hasta llorar, sentir su cariño, ver como esperaban ansiosos a que le enseñáramos un juego nuevo, todo eso es lo que daba significado a ese viaje. Nunca se me va a olvidar un día cuando les dijimos a los niños de La Laja (la 2ª comunidad) que le íbamos a enseñar una canción y nos dijeron que no, que ellos nos enseñarían la canción a nosotros. Nos quedamos asombrados cuando de repente formaron un círculo y se pusieron a cantar “la cuchilla la palanca”. La barriga nos dolía de tanto reír y nos divertimos muchísimo esa tarde.
Tarea con los jóvenes
Con los jóvenes en Zohuala estuvimos muy a gusto, eran unos niños muy tímidos. Marta, Sara y yo teníamos que ingeniárnoslas muy bien para hacerlos hablar y participar, al final, antes de irnos conseguimos que nos tomaran confianza y hablaran un poco, tampoco mucho, pero cuando le leíamos la Palabra del Señor algunos de ellos consiguieron ser capaces de opinar sobre ello. Fue un gran logro. Mientras nosotras tres estábamos con los jóvenes, Maite, Cristina y el padre Antxon estaban con los mayores, según lo que cuentan, salían muy contentos al finalizar la reunión. En la Laja no conseguimos reunir a los jóvenes y decidimos hacerle caso al padre Gerardo, que nos dijo que en esa comunidad era muy importante formar un coro. Así fue, reunimos a los jóvenes y les dijimos que íbamos a ensayar las canciones de la misa. No creíamos que iban a ir pero acudieron más de los que nos esperábamos, incluso los niños pequeños…
Las despedidas embargaban el corazón
Las despedidas fueron muy emotivas, yo sentía la pena de dejar a esas personas ahí y de saber que quizá, y lo más seguro es que fuera así, no volvería a verlas. El corazón me daba vuelcos cuando veía  a las señoras llorar, y ver que lloraban por nosotros, porque nos íbamos ya. Ese cariño que nos habían tomado y el amor que nos habían dado durante esos días estaban saliendo a la luz en ese momento.  Incluso en esos momentos nos dieron de lo único que tenían, nos llenaron las manos de flores hermosas, de vivos colores y de su único alimento, el maíz. Era como si estuviéramos despidiendo a una madre y ésta nos llenara la maleta llena de cosas para que no nos faltara de nada. Así me sentí.
Desde España
Ahora, aquí en España me acuerdo de todas esas personas, me pregunto qué estarán haciendo en estos momentos, cómo se habrán levantado, si estarán alegres o tristes…Me da melancolía recordar, pero también siento que tengo el corazón lleno de paz y alegría y estoy  muy agradecida a Dios por haberme dado la oportunidad de haber compartido vivencias y emociones con los niños, los adultos, los ancianos y los jóvenes de La Laja y Zohuala, unas comunidades capaces de quedarse ellos sin nada para dártelo a ti, una comunidad que da ejemplo de humildad y amistad.
Siempre agradeceré a los misioneros Javerianos por haberme dado esta oportunidad en la vida y por haberme permitido conocer a gente más allá de las fronteras.

CELIA VALDIVIA MEDINA

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