Mi esposa Pilar siempre quiso ir
a África para colaborar, de alguna manera, con los misioneros. La cosa a mí no
me entusiasmaba mucho: “puedes coger alguna enfermedad y ¿después qué? ¡tú
estás loca!” le decía yo. Por otra parte nuestros hijos eran pequeños y, por lo
tanto, no pudo ir. Ahora nuestros hijos son mayores y tienen su vida. Podía ser
el momento de cumplir su sueño que, en este momento, también era un poco el
mío.
Hacia el mes de marzo pasado la
dije: “¿Quieres que nos vayamos los dos a África a colaborar en algún proyecto
misionero? con gran alegría la respuesta fue afirmativa. Comento nuestro deseo
con los Misioneros Javerianos y ellos me dicen que verán la manera de hacer
posible lo que queremos buscando un proyecto en el que podamos colaborar.
La fiesta que los Misioneros
Javerianos organizan todos los años en junio fue una doble fiesta para mí: me
dicen que, siendo yo maestro de obras, tienen una respuesta a nuestros deseos:
En Bongor, Chad necesitan reconstruir el “Área Sagrada” en donde celebran el
culto y, si el tiempo da de sí, hacer alguna que otra cosa más. Mi alegría fue
grande, lo único que no la hacía plena es el que mi esposa no podía venir conmigo:
no era fácil encontrar un campo de colaboración para ella en esa misión y, por
otra parte, pruebas médicas pendientes e inaplazables impedían su ausencia de
España en el periodo apropiado para ir a Bongor. No obstante mi alegría se
convirtió en plena cuando mi esposa se alegró y entusiasmó tanto de que pudiera
ir yo pues, de alguna manera, yendo uno de los dos “íbamos los dos”.
Estando la cosa decidida, a la
ilusión por ir al Chad se une la inquietud y la preocupación que se deriva de no
conocer el país, la lengua, de cómo entenderme con los que conmigo debían
trabajar, las posibles dificultades del viaje, del entenderme en las aduanas…
Lo mejor, pensé, es ponerme en las manos del Señor.
Marchaba para dos meses, el
pasado 29 de octubre estaba en Madrid-Barajas rumbo a Chad. El javeriano P.
Rolando me acompañaba y estando en el mostrador de facturación el P. Rolando
oye que hay una religiosa que vuelve a Chad donde trabajaba desde hacía muchos
años, habla con ella y el resultado es que viajamos en pareja, los dos iríamos
acompañados, sobre todo para mí fue estupendo viajar con esta religiosa que
conocía aeropuertos, hablaba francés… El haberme puesto en las manos de Dios
comenzaba a dar resultados, desde el principio sentí que Él se ocupaba de mí.
Llegando a Chad la cosa se me
pone un poco difícil: a la religiosa la sacan en una silla de ruedas por un
lugar distinto al de los demás, me quedé sólo y llegado el momento de los
controles aduaneros me hacen preguntas que yo no entiendo mucho, una joven que
estaba detrás de mí me dice que me están preguntando a dónde y para qué vengo
al Chad, le respondo al aduanero que voy a la Misión Católica de Bongor, el
funcionario que estaba en la ventanilla contigua al que me atendía escucho la
respuesta y dijo ¡ a la misión católica de Bongor! se dirige al que me atendía
y le dijo: que pase. Una vez más lo de ponerse en las manos de Dios funcionó,
yo volví a percibir que Dios se ocupa de los que trabajan por Él, aunque fuera
modestamente como yo.
Yo iba allí a trabajar, a
realizar un proyecto determinado y así se hizo; pero nada más llegar me di
cuenta que me encontraba en “otro mundo”: las personas, su situación, su forma
de entender la vida, su alegría, la vivencia de su fe, sus condiciones de vida
como consecuencia de la marginación y la explotación que padecen tanto desde
dentro como desde fuera los países ricos…
Me llamó mucho la atención el ver
de cerca, no sólo por la televisión, lo que son y cómo viven: Lo que trabajan
los niños y niñas acarreando agua y leña, lavando ropa a mano; viviendo sin luz
ni agua corriente, la escasez de medios con la que viven (comida, ropa, dinero,
medios para prosperar, posibilidades de adecuados cuidados sanitarios…); muchos
caminan, trabajan, juegan descalzos; cosas todas injustificables en el mundo
que vivimos y comparado con nuestro estilo de vida. Pensaba tantas veces en
España, en nosotros, en nuestros niños…tenemos de todo y no estamos contentos.
Y no obstante su situación (injustificada) son, en general, personas alegres,
acogedoras, que comparten lo poco que tienen, atentas a los demás, todos
trataban de ayudarme, entenderme, que me encontrara bien…
Y digo nuestro pues yo fui a
colaborar para reconstruir un “Área Sagrada”, lo que aquí llamaríamos una
Iglesia, y que es un recinto, alrededor de un árbol, que ellos consideran
sagrado y donde la comunidad cristiana celebra el culto y se reúne a celebrar
lo más “sagrado” que tienen: su Fe, La Eucaristía, la fraternidad… Me
impresionó como viven y participan en las Eucaristías: duran dos o tres horas,
cantan, bailan, algunos vienen de muy lejos, después se quedan hablando, se
reúnen en grupos, comparten…, es una verdadera fiesta, un gozoso encuentro con
el Señor y entre ellos, Dios está con los pobres…, lo mismito que en España,
pensé.
El tiempo, echando muchas horas
de trabajo, nos dio también para hacer una pista de baloncesto en el recinto de
la misión y unos servicios para cuando hacen convivencias en la parroquia.
Me he sentido muy bien trabajando
con estos hermanos, a pesar de mi desconocimiento de la lengua ellos se
esforzaban por entender y el lenguaje universal de las señas me ha venido muy
bien. Me encontraba entre personas sencillas, acogedoras, amables, con otro
ritmo de vida y de trabajo, con sus costumbres tan distintas de las nuestras,
no obstante todo lo que no facilitaba mi presencia yo me he sentido casi como
en mi casa.
Los Javerianos fueron los que me
invitaron y me acogieron, vivía con ellos en la comunidad, son dos italianos,
un indonesio y dos españoles; ellos llevan años allí y me facilitaron el estar,
el trabajar y el “entender” un poco el mundo y las personas entre las que me
encontraba, donde todo es tan diferente de “lo nuestro”. Me he encontrado muy
bien entre ellos y me han tratado lo mejor que han podido que ha sido mucho.
Estar y colaborar con esta
comunidad Javeriana y con la comunidad cristiana a la que sirven (como pasará
con otras Congregaciones y misiones) me ha mostrado el trabajo de la Iglesia misionera
en su afán por compartir su fe en Jesús expresada en las celebraciones
litúrgicas, en la dedicación a impulsar el progreso de las personas, en la
animación para que todos puedan vivir con relación a la dignidad que tienen
como personas…
Dos meses no son nada en una
vida, mi colaboración a sido como una gota de agua en un océano; pero esa gota
ha supuesto mucho para mí, lo que yo allí he hecho no es casi nada para ellos
¡tanto habría que hacer! Me he encontrado muy bien, he sido muy bien acogido,
he recibido un agradecimiento desproporcionado; el más beneficiado he sido yo
por lo vivido y lo recibido, por lo feliz que me ha hecho el poder “hacer algo”
por los que inmerecidamente necesitan mucho. Doy gracias a Dios por estos dos
meses pasados con las gentes de Bongor que me han hecho regresar con “más” de
lo que llegué.
Si Dios quiere y puedo, y haré
todo lo posible por poder, quisiera volver a Bongor para terminar el “Área
Sagrada” que, por falta de presupuesto, no pudimos terminar y ya de paso hacer
lo que se tercie…
A últimos del pasado diciembre
regresé a España con encontrados sentimientos: ALEGRÍA por volver a casa, en el
aeropuerto me esperaban mi familia y los Javerianos; PESAR por dejar Bongor y
sus gentes entre las cuales tan bien me había encontrado. En todo caso se puede
abandonar un lugar geográfico, pero cuando éste entra en el mapa de tu corazón
allí se queda para siempre.
Jorge L. García Oliva
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