Es el tercer verano que participo en Ceuta en el mismo
campo de trabajo con emigrantes. Pero
este año ha resultado especialmente logrado. Aún siendo en el mismo lugar, con
el mismo proyecto y actividades, nos ha dejado la impresión de que ha pasado
“algo más”.
Las responsabilidades de cada uno en el campo estaban
claras y se han realizado con compromiso y eficacia, pero no se ha puesto el
énfasis en lo que hacíamos, sino en lo que vivíamos con ello. Así, día a día,
con palabra sobria pero elaborada, nos hemos dicho cómo incidía la realidad en
nosotros. Oír al otro en lo suyo, su sensibilidad, verdad, fe, llamaba a los
demás a ahondar en lo nuestro, a descender a nuestro propio camino. Y así,
abiertos a lo que el otro traía: miembros del grupo, emigrantes, creyentes de
otras religiones, amigos del proyecto, oyéndolo todo, hemos oído a Dios mismo.
Algo de esto se ha dado. La experiencia nos estaba haciendo
a nosotros y creando grupo y relación verdadera con nuestros hermanos
emigrantes.
¿Y si Dios nos hubiera traído y juntado aquí para que
oyéndole a Él en la realidad, tengamos una palabra personal que decir?
¿Y si resulta que si en algo marcamos al otro, en nuestro
paso, es en la medida que nos dejamos nosotros marcar por el suyo?
Paradojas de la vida cristiana.
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