Ya han
pasado unos días de lo vivido y solo tengo palabras de agradecimiento.
Gracias a
Dios por su inmensa providencia. Él, que trata con amor a sus hijos, ha puesto
en mi camino grandes personas. Con su ayuda he podido eliminar los prejuicios
para poco a poco abrir y desnudar mi corazón al otro.
Llegué al
centro de San Antonio en Ceuta con la cabeza llena de cosas para dar y hacer;
llegué, de algún modo, con la prepotencia del que es capaz de todo por haber
tenido la suerte de nacer en eso que la mayoría llama mundo desarrollado.
Ofrecer, ofrecer, ofrecer...solo pensaba en todo lo que yo iba a dar a nuestros
hermanos africanos al llegar. "Ellos no pueden ofrecerme nada, porque no
tienen nada que dar", pensaba. Pero, una vez más, me equivoqué.
Todos
habían recorrido un largo camino hasta llegar a Ceuta. Cuando les vi por
primera vez, sus ojos, sus gestos y sus palabras cayeron sobre mí como una
jarra de agua fría. Nunca olvidaré aquel momento. El resto lo pusieron mis
compañeros voluntarios; verles trabajar, con amor y preocupación, me
dejó sin palabras. De ellos también he aprendido mucho.
¿Saben a
qué conclusión he llegado después de esta grata experiencia? Solo Dios puede
juzgar.
Cuando ves
que te dan las gracias de corazón mientras trabajas junto a ellos. Cuando
limpian el sudor de tu frente con una sonrisa y se preocupan por ti. Cuando
cada día, a pesar de la distancia, llegan con ganas de trabajar, de aprender y
de querer más. Cuando son capaces de dar consuelo en medio de sus dificultades,
solo te queda reconocer y admitir que, aquellos que tú pensabas que no tenían
qué dar, guardan un enorme tesoro en su corazón. Un tesoro que nosotros,
prepotentes desarrollados, no somos capaces de ver, porque no sabemos mirar con
el cristal adecuado. Ha sido, qué duda cabe, una gran lección; una experiencia
de vida que me ha abierto los ojos del alma y me ha permitido crecer.
Gracias,
hermanos, por todo lo vivido; hoy mi corazón es algo mejor gracias a cada uno
de vosotros. Como nos cantabais estos días, libres os quiero, como el mar, como
el sol… Libres de prejuicios, de miradas aterradas, de ideas falsas… Siempre
adelante.
Gracias a
todos los que hacéis que nuestra Casa San Antonio en Ceuta cada día este
abierta para todo el que quiera y necesite.
Y gracias
a Ti, Padre, por haberme permitido vivir esta experiencia y por estar conmigo
todos los días en cada uno de estos mis hermanos.
Irene García
Martínez-Cepeda- Madrid
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