¿Por qué tantas fronteras si todos compartimos el mismo
cielo? Esta frase me ha acompañado durante los quince días en Ceuta. Y ahora
que hemos vuelto a la Península también sigo teniéndola presente. Me ha costado
mucho pararme a escribir, porque se me juntaban demasiadas emociones y no era
capaz de expresar algo coherente. Siento rabia, impotencia, tristeza; pero
también felicidad, paz y una gratitud infinita. Hemos visto la injusticia de
primera mano en esta frontera sur, tan cercana, pero a la vez tan olvidada.
Hemos convivido con chicos que han pasado las mayores penurias para llegar aquí
y con todo y con eso, nos han acogido y se han abierto a nosotros de una forma
increíble. Hemos desaprendido y eliminado prejuicios y los hemos sustituido por
posjuicios, aprendiendo cosas nuevas
sobre esta realidad y sobre ellos, poniéndoles cara e historia y hemos crecido
como personas. Por todo ello, me siento inmensamente agradecida.
Para mí, personalmente, Ceuta ha sido un punto de inflexión.
Me siento profundamente transformada en muchos aspectos y creo que la chica de
20 años que llegó allí no es la misma que ha vuelto a la Península. Y doy
gracias a Dios por ello: por poner a gente tan maravillosa en mi camino; por
permitirme aprender y crecer como persona y en la Fe; por verle presente allí,
entre los más olvidados y por ofrecerme esta oportunidad de darme a los demás.
Todavía tengo muchas preguntas en la cabeza. ¿Por qué yo sí
y ellos no? ¿Qué he hecho yo para tener todos estos derechos? ¿Qué han hecho
ellos para no tenerlos? En la mayoría de las ocasiones, la respuesta me sigue
dejando insatisfecha e impotente. Y eso, precisamente, es lo que refuerza mis
ganas de seguir trabajando por un mundo más justo al lado de personas tan
entregadas a la misión como Rolando, Ivanildo, Maite o Manoli. Es cierto,
estamos en un mundo en el que hay cosas maravillosas y extraordinarias al lado
de la miseria más extrema y la falta de humanidad. Supongo que vivimos en una
continua escala de grises y ahora mi trabajo es no aferrarme a lo claro ni
quedarme encerrada en lo oscuro. Mi labor es que esta experiencia no se quede
ahí, en Ceuta, en julio del 2017; sino que afecte transversalmente a mi vida,
me acompañe todo el tiempo, me haga cuestionarme todo y me permita salir de mí
misma, crecer en la Fe y como persona y darme a los
demás; como parte de esta sociedad y de este mundo. Porque solo así, con
acciones pequeñas y entre todos, podremos conseguir que este mundo sea un lugar
mucho más justo. Pasarán años, décadas e incluso siglos hasta que muchas cosas
cambien, pero no por ello quiero tirar la toalla—aunque seguro que lo pensaré
más de una vez. Será entonces cuando me forzaré a echar la vista atrás a estas
semanas, en las que entre españoles, mexicanos, brasileños, cameruneses, guineanos,
malienses y gambianos conseguimos crear una pequeña luz entre tanta oscuridad.
Y eso, para mí, ya es más que suficiente.
Lucía Ortiz de Saracho Pantoja,
Ponferrada
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