9/8/17

Una pequeña luz... Ceuta

¿Por qué tantas fronteras si todos compartimos el mismo cielo? Esta frase me ha acompañado durante los quince días en Ceuta. Y ahora que hemos vuelto a la Península también sigo teniéndola presente. Me ha costado mucho pararme a escribir, porque se me juntaban demasiadas emociones y no era capaz de expresar algo coherente. Siento rabia, impotencia, tristeza; pero también felicidad, paz y una gratitud infinita. Hemos visto la injusticia de primera mano en esta frontera sur, tan cercana, pero a la vez tan olvidada. Hemos convivido con chicos que han pasado las mayores penurias para llegar aquí y con todo y con eso, nos han acogido y se han abierto a nosotros de una forma increíble. Hemos desaprendido y eliminado prejuicios y los hemos sustituido por posjuicios, aprendiendo cosas nuevas sobre esta realidad y sobre ellos, poniéndoles cara e historia y hemos crecido como personas. Por todo ello, me siento inmensamente agradecida.

Para mí, personalmente, Ceuta ha sido un punto de inflexión. Me siento profundamente transformada en muchos aspectos y creo que la chica de 20 años que llegó allí no es la misma que ha vuelto a la Península. Y doy gracias a Dios por ello: por poner a gente tan maravillosa en mi camino; por permitirme aprender y crecer como persona y en la Fe; por verle presente allí, entre los más olvidados y por ofrecerme esta oportunidad de darme a los demás.

Todavía tengo muchas preguntas en la cabeza. ¿Por qué yo sí y ellos no? ¿Qué he hecho yo para tener todos estos derechos? ¿Qué han hecho ellos para no tenerlos? En la mayoría de las ocasiones, la respuesta me sigue dejando insatisfecha e impotente. Y eso, precisamente, es lo que refuerza mis ganas de seguir trabajando por un mundo más justo al lado de personas tan entregadas a la misión como Rolando, Ivanildo, Maite o Manoli. Es cierto, estamos en un mundo en el que hay cosas maravillosas y extraordinarias al lado de la miseria más extrema y la falta de humanidad. Supongo que vivimos en una continua escala de grises y ahora mi trabajo es no aferrarme a lo claro ni quedarme encerrada en lo oscuro. Mi labor es que esta experiencia no se quede ahí, en Ceuta, en julio del 2017; sino que afecte transversalmente a mi vida, me acompañe todo el tiempo, me haga cuestionarme todo y me permita salir de mí misma, crecer en la Fe y como persona y darme a los demás; como parte de esta sociedad y de este mundo. Porque solo así, con acciones pequeñas y entre todos, podremos conseguir que este mundo sea un lugar mucho más justo. Pasarán años, décadas e incluso siglos hasta que muchas cosas cambien, pero no por ello quiero tirar la toalla—aunque seguro que lo pensaré más de una vez. Será entonces cuando me forzaré a echar la vista atrás a estas semanas, en las que entre españoles, mexicanos, brasileños, cameruneses, guineanos, malienses y gambianos conseguimos crear una pequeña luz entre tanta oscuridad. Y eso, para mí, ya es más que suficiente.


Lucía Ortiz de Saracho Pantoja, Ponferrada

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