Luego llegó el contacto directo
con los muchachos, y aquello ya fue un verdadero manantial de comunicación y
expresión, sin mediar palabra… o al menos palabra comprensible para ambos. Sin
duda, aprendí algo de árabe (dariya), de bereber y de francés, pero aprendí
también que los besos curan las dificultades, que los abrazos rompen
muros, que las sonrisas son un auténtico
diccionario y que cogerse de la mano es la conversación más bonita y sincera
del mundo. Vienen a mi cabeza tantos nombres… Mohammed, Hassan, Oumar, Myriem,
Bushra, Farah, Hana. Y todos ellos me hablan de comunión, de una comunión que
es capaz de pasar por encima de nuestras creencias, de nuestros miedos, de
nuestros prejuicios.
Nos descalzábamos cuando la
familia de Sharif nos acogía en su casa para compartir una cena. No bendecíamos
la mesa antes de comer, pero comíamos en el nombre de Dios (Bismillah). No
rezábamos juntos, pero comíamos de un mismo plato dispuesto para hacerlo todos
a la vez. No habían vasos suficientes para todos, pero nos preocupábamos por
que tuviéramos cada uno agua para beber. O té, un té hirviendo que regula la
temperatura del cuerpo, pero que, además, te hacía sentir integrado y en
completa sintonía con un pueblo que presuponíamos tan diferente al nuestro. A
través de Sharif, Hazna, Khadija o Fatima Zhara vivimos un encuentro muy
especial, un encuentro que nos acercaba a Dios, y que producía en cada uno de
nosotros un delicioso asombro: el asombro de sentirse amados por un mismo
Padre. No puedo obviar, que fue en el transcurso de estos días que conocimos la
noticia del atentado terrorista en Barcelona y Cambrils, ciudades tan cercanas
a mi hogar habitual… Y este acto lleno de terror y odio, no pasó por alto en
nosotros. “Los responsables eran todos
marroquís” indicaban algunos titulares. ¡Qué tristeza! ¡Qué impotencia! Y
qué casualidad estar justo allí en ese momento. ¿Qué lectura debíamos hacer de
tal situación? No faltaron algunas muestras de solidaridad por parte de
nuestros eventuales vecinos. Marruecos no me habló de terror, hice amigos
musulmanes, y sus gestos fueron siempre de acogida y de respeto. Cuando pones
nombres a las personas (y no etiquetas) comprendes que el bien y el mal no
tienen raza, ni religión, ni nacionalidad, ni idioma.
Por suerte, el amor es el idioma
universal. Un idioma que aprendí a manejar mejor gracias a los ejercicios
espirituales que realizamos en el Monasterio de Notre Dame de l’Atlas
(Midelt). Un idioma que, paradójicamente, aprendí en casi-completo silencio,
pues mis compañeros y yo vivimos unos días maravillosos en diálogo íntimo con
Dios. Sé que cada uno de ellos trajo a Marruecos ciertas heridas en el corazón,
yo misma arrastraba algunas. Varias de estas heridas, empezaron a cicatrizar
con el tierno baño de comunión en Tattiouine. Luego, una vez llegados a Midelt,
los ejercicios fueron como pasar por la enfermería. Y es que ninguno de
nosotros, tampoco tú que me lees, vivimos en una felicidad perpetua. Todos
hemos sufrido, todos hemos pasado el trago amargo del dolor, de la decepción,
de la tristeza absoluta. Dialogar con Dios, y fijarme en su humanidad (“Sintió
pavor y angustia” Mc. 14, 32-36) me ayudaron a darme cuenta de que, pese a todo,
Él me ama, me consuela, cuenta conmigo y me necesita en el frente de la
batalla. Recrearnos en el dolor, nos retiene y paraliza en perpetua enfermería.
Este diálogo, me hacía comprender
más y mejor el espíritu con que los monjes cistercienses oraban y trabajaban
por un ambiente de profunda comprensión, solidaridad y afecto con sus vecinos
musulmanes. Sin duda el Espíritu de Tibhirine. ¿Os suena? En marzo de 1996 el
GIA (Grupo Islámico Armado) secuestró en Tibhirine, Argelia, a siete monjes
cistercienses, cuyas cabezas aparecieron en una cuneta. De aquella pequeña
comunidad solo sobrevivieron dos monjes, uno de ellos, Jean-Pierre Schumacher,
reside hoy en el Monasterio de Notre Dame de l’Atlas de Midelt.
Conversamos con él, y apreciamos su testimonio. Sabían del peligro que
entrañaba su permanencia en Argelia, y aun así decidieron quedarse. Al frente
de la batalla. Una batalla que habían lidiado teniendo como referencia a la
Virgen María, y fijándose especialmente en el momento en que ésta visitó a su
prima Isabel. Según el texto evangélico (Lc. 1, 39-56),
la presencia de Jesús es sentida sin verle directamente. Y así es como los
cristianos evangelizan entre musulmanes: sin presentarlo abiertamente, sin
hablar de Él directamente. Las hermanas Marie y Bárbara, y los monjes del
monasterio, como tantos misioneros que han hecho de Marruecos su hogar, viven
su fe llenos de Cristo. Como María, amando y sirviendo pese a todo aquello que
no comprenden. Su Gracia, les basta. Ha sido un auténtico honor convivir con
todos ellos, y también con mis compañeros de misión, a quienes agradezco el
apoyo y el cariño incondicional en unos días intensos para llenarse de Cristo.
0 comentarios :
Publicar un comentario