A los pies de Yebel
Musa, la mujer dormida, y ante la atenta mirada de un sol vespertino se alza,
arrogante, desafiante y altanera, una valla que separa dos continentes: África y Europa. Tan insignificante parece y a
su vez cuánto poder y sufrimiento carga. El sol va
desapareciendo con la elegancia que caracteriza a un rey; con sus últimos rayos me acaricia compasivo, sabe que
ya no lo necesito para ver, porque, tras dos semanas en Ceuta, por fin veo la
realidad, soy libre.
Llegué cargada de mentiras y
prejuicios. Pensaba que la valla era necesaria para frenar la profusión de inmigrantes que venían a robarnos nuestros escasos trabajos y
recursos sanitarios. ¿Qué estaba haciendo yo allí? Entonces los vi y los conocí. Mi pequeño grupo de “morenos”. Hablé con ellos, reí, bailé, jugué… me enamoré de cada uno de ellos;
pero a medida que pasaba el tiempo, dolía más. Intentaba tragar el
llanto que aparecía en mi garganta cada
vez que veía en sus pieles las heridas causadas por las
cuchillas de esa valla.
¿En qué clase de personas nos hemos convertido en
Europa? ¿Por qué yo puedo coger un avión e ir a cualquier parte del mundo y ellos
no? No entiendo por qué con
todo lo que nos ha costado a los europeos alcanzar unos derechos básicos ahora se los estamos negando a otros. ¿Qué clase de personas somos que les explotamos en sus países arruinándolos para poder tener artículos a bajo coste y luego tenemos la inhumanidad de poner una
valla “altamente profesionalizada” para evitar que pasen? ¿Cómo
es posible que critiquemos el muro de Trump y
la situación de los refugiados
cuando en nuestra propia casa tenemos una situación tan injusta?
He conocido a personas
valientes que se han atrevido a atravesar el desierto perdiendo amigos, permanecer
meses en un frío bosque en pleno enero
en cuevas evitando policía, saltar en mitad de
la noche dos vallas con concertinas… He conocido a personas absolutamente fabulosas con una calidad
moral y personal a veces envidiada en el denominado primer mundo. Y os pido
perdón porque, a pesar de haber conocido vuestras
historias, ahora soy incapaz de transmitir toda esa injusticia a la gente que
me rodea; pero, sobre todo, os doy las gracias
por enseñarme a ser una mejor persona. Voy a luchar
por intentar dar voz a esa sorda injusticia de la que nadie sabe; por vosotros,
porque os quiero y porque os merecéis
que se os reconozcan vuestros derechos por el mero hecho de ser personas. Porque si, jurídicamente, una persona es un “conjunto de derechos y obligaciones” y nosotros, europeos y
españoles, estamos privando a otros de sus
derechos olvidándonos de nuestras
obligaciones, entonces nos estamos
alejando de esa definición de “persona” y
rozando la “inhumanidad”
Solo pido a Dios que me
dé la mitad de fuerza de
la que vosotros habéis y estáis teniendo para poder devolver esa humanidad
perdida en Europa
Un especial saludo a
Rolando, Ivanildo, a todo mi grupo de personajes (sin olvidar al mítico a Raúl y su “Maaaadre mía”), Maite y su familia, ejemplo de vida en todos
los aspectos (ojalá algún día yo pueda ser y tener la mitad de lo que tú estás haciendo), a Fetiha, y, sobretodo, un
abrazo súper grande a “mis chicos”, que ya no sois “esos inmigrantes” sino mis chicos, que adoro y quiero con toda
mi alma. Gracias a todos por ayudarme en este camino de apertura.
María Ortín Soriano – Teruel
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