29/8/18

El corazón tatuado por el encuentro con el inmigrante... campo de trabajo con inmigrantes


Ferry, destino a Ceuta. Iba solo, pero qué fácil fue llegar a esta ciudad con un poco de dinero y algunos billetes para el transporte. En dos semanas, sin saberlo, iba a vivir una de las experiencias más impactantes de mi vida, una experiencia que tatuaría mi corazón para siempre. Pero como todo tatuaje, la tinta no impregna ni profundiza la piel sin dolor y un poco de sangre. Iba a una misión con inmigrantes, pero con una venda en los ojos. Sí que estaba abierto a todo, y la oración de los días anteriores me ayudó a eso, pero mi ignorancia sobre la situación tan compleja de la migración y acerca de mi función concreta en el campo de trabajo, dejó paso a las sorpresas que esta experiencia me ha ido regalando, como un misterio que se va desvelando poco a poco.
Todo empezó de una forma muy intensa y muy bonita. Conocí al grupo con el que iba a compartir esos quince días y todo fueron buenas impresiones. Al día siguiente de la llegada empezaba nuestra tarea con los inmigrantes. Nuestra misión todas las mañanas consistía, mediante diferentes talleres –alfabetización, manualidades e informática–, en ayudarles a prepararse para desenvolverse mejor en un futuro cuando llegasen a la península, además de sencillamente estar y hablar con ellos para conocernos poco a poco y, desde toda la humildad y honestidad posible, los acompañábamos e íbamos abriendo nuestras vidas: con sus heridas, sus esperanzas, sus batallas, sus caminos.
Cada día veíamos a esos chicos que venían con una cruz de sufrimiento a sus espaldas. Jóvenes con ilusiones y sueños que luchan por conseguir una meta en la que no faltan los obstáculos. Pero en sus ojos brilla un universo de alegrías, miedos, personas, familias y experiencias. Me han enseñado tanto esos ojos, esas miradas tan penetrantes…
Luego venían las impotencias y las frustraciones: siempre nos preguntábamos qué podíamos hacer por ellos, si lo estábamos haciendo bien o si podíamos cambiar algo, pero no siempre encontrábamos respuesta. Te ves tan pequeño ante ellos y esa situación tan poco humana y tan injusta… Sientes que haces poco y que no puedes hacer nada en un mundo que lo pone todo en contra, en un mundo lleno de fronteras materiales y espirituales.
Ves cómo salen de sus países para conseguir un mejor nivel de vida, para huir de guerras o de la corrupción política, para seguir estudiando o trabajar... Son muchas las razones que les hacen emprender un largo camino hostil en el que ponen en riesgo sus vidas para llegar a su destino. Todo son obstáculos, pero cuando llega la hora de entrar en España, se encuentran con que tienen que atravesar una valla altísima que, como si de unas garras de fiera se tratasen, les rasgan la piel: aunque eso ya no les importa, tienen más rasgado el corazón y unas concertinas afiladas o unos cuantos guardias no los van a parar.
Al grito de ‘boza’ –libertad–, y derramando sangre, corren por las calles eufóricos de haber conseguido cruzar a España. Luego ves cómo se desvanece el sueño cuando se dan cuenta de que no son bien acogidos o los cogen  y los devuelven de nuevo a África, después, claro está, de quedar como los malos de la película “gracias” a algunos medios de comunicación.
También gritan a la libertad cuando salen sus nombres en las listas para venir a la península, momento en el que manifiestan felicidad a la vez que dudas y miedos ante lo desconocido, y llega la tristeza de tener que separarse de las amistades que habían forjado en el CETI –Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes y en Ceuta. Cuando van a salir para cruzar el estrecho tan temido y añorado te preguntan, pero, ¿qué les dices? ¿Les vas a decir que la vida en la península no es tan fácil y que a lo mejor no son tan bien acogidos como se piensan? ¿Que quizás no cumplen sus sueños? No, ellos te miran y te abrazan para sentirse consolados y solo puedes darles mucho ánimo, decirles que nunca pierdan la felicidad que guardan y que luchen por lo que desean. Y con lágrimas en los ojos te despides con una sonrisa y algo de esperanza.
Tampoco se me olvidará nunca la fe que tienen la mayoría y lo presente que tienen a Dios en sus vidas y en todo su camino. La mayoría afirmaban que sin Él habrían tirado la toalla.
Volvía a coger el ferry para volver a mi pueblo, pero esta vez miraba el mar desde otra perspectiva. Mientras Ceuta se alejaba, pensaba en la suerte que tengo, en la suerte que tenemos de poder cruzar el estrecho sin ningún problema y lo que dan y darían muchas personas por poder montarse en ese barco y llegar a la península.
Le daba también gracias a Dios por todo lo vivido, por todo lo entregado y por todo lo que hemos recibido. En ese tatuaje de mi corazón me llevo muchas cosas: el conocer la dura realidad de la migración y la convivencia entre diferentes culturas y religiones, testimonios impresionantes que llegan al alma, la importancia de la empatía y la voluntad… Pero sobre todo me quedo con las personas que  he conocido  y lo que esconden sus miradas: miradas que reflejan la grandeza de Dios a la vez que su humildad y su pequeñez. Ilusiones que atraviesan corazones y esperanzas que nutren nuestra fe.
Estoy muy agradecido a todas esas personas que he conocido y que el Señor ha puesto en mi camino para abrirme un poco más los ojos. Siempre estaréis en mi corazón y, lo más importante, estáis ya en el corazón de Dios. ¡Gracias!
Antonio Guerrero Quesada
Seminario Diocesano de Jaén

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