27/8/18

En Ceuta, una valla, la del corazón... Campo de Inmigrantes


El corazón late con fuerza, es el momento, llevo años esperando este instante. Estoy agachado tras un peñasco listo para salir corriendo, mis hermanos están a mi lado y mi familia  a miles de kilómetros. La puerta del paraíso está ante mis ojos, se presenta bajo la forma de una valla de 6 metros de altura y unos pocos guardias. Suficiente.
Suficiente como para no impedirme cumplir mi sueño.
-Allez!
¡Es la señal! Salgo, corro, no miro atrás. Los 200 metros se hacen eternos, me falta el aire. Al llegar a la valla aferro mis manos a ella, esas manos cubiertas con jirones de mi camiseta y escalo, escalo hacia el cielo mientras pasan rozándome pelotas de tenis y porrazos…

Parece mentira que esta narración que parece una novela ocurra en realidad y en ella se vean representados cientos de jóvenes que llegan a nuestras fronteras. Cuando a esos personajes anónimos de novela se les pone cara, se comparte tiempo e ilusiones con ellos, algo cambia.

Yo también conseguí un día saltar esa valla, esa valla que me impedía ver el dolor de las personas que me rodeaban. También salí del bosque, de ese bosque en el que durante años había vivido, el de la ignorancia.
Me presento: soy Javier Cascón, tengo 20 años, nací en Navarra y llevo toda mi vida oyendo noticias sobre inmigrantes; puede que igual que tú. En estas dos semanas que he pasado en el centro de acogida de San Antonio de Ceuta trabajando con los inmigrantes subsaharianos me he dado cuenta de que es duro.
Es duro descubrir que nuestra Europa de brazos abiertos da dinero a Marruecos para llevarse a los inmigrantes de nuestras fronteras. También es duro ver a jóvenes y niños con sueños de estudiar, trabajar y vivir en países que les rechaza. Historias increíbles, cientos de kilómetros, cicatrices profundas y a pesar de todo, esperanza.
Ellos, como nosotros, esperan un futuro mejor y reencontrarse con sus familias. Pero a veces somos egoístas aquí en Europa, no sea que ellos puedan tener las mismas oportunidades que nosotros y quitarnos los privilegios del norte.
Después de todo esto solo me queda echar la culpa a las vallas, pero no a esas de 6 metros sino a las más altas de todas, las de nuestros corazones. El miedo a lo desconocido, el no querer entender y el esfuerzo que supone cambiar las cosas hace que la situación sea compleja. Los españoles echamos demasiadas culpas y arreglamos pocas injusticias.

Esta experiencia en el campo de trabajo cambia vidas y quiero dar las gracias por ello. Gracias por romper mi burbuja de egoísmo y mis esquemas porque así podré empezar a construir algo nuevo y mejor.
Javier Cascón Coca
Milicia de Santa María
Madrid


Nota: dos fotos son tomadas de El Faro de Ceuta, tienen la gota de agua.


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