El corazón late con fuerza, es el momento, llevo años esperando
este instante. Estoy agachado tras un peñasco listo para salir corriendo, mis
hermanos están a mi lado y mi familia a
miles de kilómetros. La puerta del paraíso está ante mis ojos, se presenta bajo
la forma de una valla de 6 metros de altura y unos pocos guardias. Suficiente.
Suficiente como para no impedirme cumplir mi sueño.
-Allez!
¡Es la señal! Salgo, corro, no miro atrás. Los 200 metros se hacen
eternos, me falta el aire. Al llegar a la valla aferro mis manos a ella, esas
manos cubiertas con jirones de mi camiseta y escalo, escalo hacia el cielo
mientras pasan rozándome pelotas de tenis y porrazos…
Parece mentira que esta narración que parece una novela ocurra en
realidad y en ella se vean representados cientos de jóvenes que llegan a
nuestras fronteras. Cuando a esos personajes anónimos de novela se les pone
cara, se comparte tiempo e ilusiones con ellos, algo cambia.
Yo también conseguí un día saltar esa valla, esa valla que me
impedía ver el dolor de las personas que me rodeaban. También salí del bosque,
de ese bosque en el que durante años había vivido, el de la ignorancia.
Me presento: soy Javier Cascón, tengo 20 años, nací en Navarra y
llevo toda mi vida oyendo noticias sobre inmigrantes; puede que igual que tú.
En estas dos semanas que he pasado en el centro de acogida de San Antonio de
Ceuta trabajando con los inmigrantes subsaharianos me he dado cuenta de que es
duro.
Es duro descubrir que nuestra Europa de brazos abiertos da dinero a
Marruecos para llevarse a los inmigrantes de nuestras fronteras. También es duro ver a jóvenes y niños con
sueños de estudiar, trabajar y vivir en países que les rechaza. Historias
increíbles, cientos de kilómetros, cicatrices profundas y a pesar de todo,
esperanza.
Ellos, como nosotros, esperan un futuro mejor y reencontrarse con
sus familias. Pero a veces somos egoístas aquí en Europa, no sea que ellos
puedan tener las mismas oportunidades que nosotros y quitarnos los privilegios
del norte.
Después de todo esto solo me queda echar la culpa a las vallas,
pero no a esas de 6 metros sino a las más altas de todas, las de nuestros
corazones. El miedo a lo desconocido, el no querer entender y el esfuerzo que
supone cambiar las cosas hace que la situación sea compleja. Los españoles
echamos demasiadas culpas y arreglamos pocas injusticias.
Esta experiencia en el campo de trabajo cambia vidas y quiero dar
las gracias por ello. Gracias por romper mi burbuja de egoísmo y mis esquemas
porque así podré empezar a construir algo nuevo y mejor.
Javier
Cascón Coca
Milicia
de Santa María
Madrid
Nota: dos fotos son tomadas de El Faro de Ceuta, tienen la gota de agua.
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