Ceuta, julio de 2018
MI PEQUEÑA
ÁFRICA
Desde pequeña soñé con ir de misión a África, sueño que veía
lejano y hasta casi imposible; pero “que insondables son tus caminos Señor”.
Sólo bastó decirle sí a su proyecto de amor para así emprender esta aventura
misionera, la cual me llevó a Ceuta: “mi pequeña África”.
Descubrir el rostro de Dios en ellos, palpar sus manos, reír
juntos, escuchar sus historias, compartir la vida, ser testigo de sus sueños,
de sus proyectos, de sus sufrimientos o preocupaciones, de su esperanza, fue y
es una experiencia que me ha llevado a ensanchar mi corazón.
Mis “hermanos migrantes” escuché llamarlos al comenzar esta
experiencia por varios de los chicos con los que compartí estos días e hice
propio, porque así lo sentí, así lo experimenté. Tener en el corazón rostros y
nombres concretos me llena de felicidad y gratitud. Ellos me han enseñado a
mirar más allá, a ver que no hay fronteras o vallas que destruyan los sueños y
la esperanza, me han mostrado a ese Dios cercano, humano, sencillo y lleno de
ternura, que camina a nuestro lado y que al mismo tiempo nos interpela, nos
cuestiona, nos invita a acoger, proteger, promover e integrar.
Haber palpado tanta injusticia, indiferencia y tanto egoísmo me
genera impotencia y cierta tristeza, pero al mismo tiempo ver a tantas personas
que con tanto amor y dedicación, desde el silencio, la sencillez, trabajan y
luchan por ellos, los migrantes, me llena de esperanza.
Descubrir a este Dios comunión que nos hermana también ha sido muy
enriquecedor; el conocer y compartir con el islamismo, hinduismo, judaísmo y
contemplar su trabajo en conjunto con el catolicismo me demuestra que cuán
importante es valorar y poner por encima aquello que nos une. El conocer,
respetar y amar al otro por lo que es, persona digna, nos llevará a un mundo
más humano.
Agradezco a Dios por haber hecho posible que mi sueño, como
también el sueño de ellos se vaya haciendo realidad, le doy gracias por esas
personas que apasionadas por Cristo, por la misión y por el deseo de hacer del
mundo una sola familia, han hecho posible esta experiencia. Agradezco también a
cada uno de los chicos con los que hemos compartido estos días, de los cuales
he aprendido muchísimo, sus testimonios, sus caminos de fe, sus alegrías, como
también el comprometerse e involucrarse. Todo lo vivido en este campo de
trabajo me ha ayudado a crecer y a renovar mi sí, a renovar mi compromiso de
seguirle a Él, lo más cerca que pueda una humana criatura, por lo cual estoy
muy agradecida.
Rocío Belén Pedroso
Misionera Cruzada de la Iglesia, Madrid
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