6/9/12

"somos para alguien y los demás son para nosotros"

Marta de pie en el centro junto a los demás

Mis padres misioneros.
Este verano he vivido una experiencia misionera en la misión que los javerianos tienen en Santa Cruz (estado de Hidalgo, México), junto a cuatro compañeras y el padre Antxón. El ir a América Latina me removía por dentro y me traía muchos recuerdos de República Dominicana, el lugar que me vio nacer y donde di mis primeros pasos (ya que mis padres fueron laicos misioneros allí y por eso nacimos sus tres primeros hijos en aquel lugar). Esto no me ha hecho sentirme triste y añorar, sino que me ha ayudado a experimentar también México como mi casa.
Zohuala y la Laja.
Hemos estado 15 días en la comunidad de Zohuala y 6 en La Laja. Ha sido una verdadera riqueza porque eran muy diferentes y cada una nos ha brindado algo distinto. Zohuala es una comunidad más tradicional, donde se conservan la lengua indígena náhuatl y los vestidos típicos, y donde mucha gente vive aún del campo. Es una comunidad muy religiosa que acude a todas las actividades organizadas en la iglesia. La Laja es una comunidad más pobre y por ello se ha visto obligada a abrirse al exterior y trabajar fuera, por lo que el español ha sustituido al náhuatl y los vestidos tradicionales a la moda occidental (al menos en más casos que en Zohuala). La Laja es más abierta y conocedora del exterior, pero por otra parte tiene menos costumbre de asistir a la Eucaristía y otras actividades eclesiales.

"nos acogieron con el corazón abierto y brindándonos todo lo que tenían"

Reciprocidad.
En ambas nos acogieron con el corazón abierto y brindándonos todo lo que tenían. Cuando pienso en nuestra presencia allí, me sale la palabra “compartir”. Es cierto que uno siempre recibe más de lo que da, pero durante este mes me he dado cuenta de lo mucho que también das si pones el corazón en ello. Yo sentía que nosotros estábamos dándonos lo mejor que podíamos, aportando cada uno lo mejor de sí, y que a la vez estábamos recibiendo agradecidamente lo mucho que la gente nos brindaba. Creo que ésta es una clave de la vida misionera: el compartir, la reciprocidad, el que somos para alguien y los demás son para nosotros. Hay que encontrar, pero también dejarse encontrar; hay que descubrir, pero también dejarse descubrir; hay que servir y dejarse servir, hacer y dejarse hacer. Ser uno mismo y ver al otro en su riqueza única.

Trabajos comunitarios.
Nosotros intentamos ayudarles (al menos a los jóvenes) a ser menos tímidos y abrirse un poco más a los demás, les mostramos la importancia que tiene la igualdad entre el hombre y la mujer y les enseñamos nuestros juegos y canciones, y ellos nos enseñaron generosidad (dar hasta lo que uno necesita), hospitalidad (abrir la puerta a quien no conocemos) y solidaridad (apoyo a todos los miembros de la comunidad, pues entre todos hacían los trabajos comunitarios y no dejaban que nadie pasara hambre). Virtudes que, en nuestro mundo “en crisis”, no nos vendría nada mal aprender.

 "Hasta la más pequeña oración que hacíamos en las casas iba acompañada de signos (agua, fuego, copal y flores) y de un ambiente de respeto y profundidad que ayudaba realmente a entrar en la dimensión de lo sacro"


Entrar en la dimensión de lo sacro.

Algo que también disfruté mucho conviviendo con la gente de las comunidades fue su fe tan sentida y su recogimiento al estar en el ámbito de lo sagrado. Hasta la más pequeña oración que hacíamos en las casas iba acompañada de signos (agua, fuego, incienso – copal y flores) y de un ambiente de respeto y profundidad que ayudaba realmente a entrar en la dimensión de lo sacro. Esto también podríamos aprenderlo nosotros los europeos, ya que muchas veces nos falta capacidad para entrar en esta dimensión. Lo bonito era, también, que aunque nuestra manera de vivir la fe era diferente a la suya, el hecho de compartir la misma fe nos unía mucho y nos hacía estar unos pendientes de los otros, para aprender que hay distintas maneras de vivirla y celebrarla.

Alegría al estar agradecida.
Las despedidas siempre son tristes y este caso no fue una excepción. Sin embargo las viví con gran alegría, a pesar de la tristeza de decir adiós para siempre a gente con la que has compartido tanto, a la que has amado tanto en tan poco tiempo y que te ha amado a ti sin que hayas hecho apenas nada. Las viví con la alegría que se siente cuando uno está agradecido. Y es que nos regalaron tantas flores, hasta gente que casi no conocíamos y que habíamos visto muy poco, y con tanta emoción en los ojos por despedirnos, que era imposible que aquello te dejara indiferente. Recuerdo que Felipe, el catequista de Zohuala, nos dijo que él no estaba triste, sino contento. Creo que se refería a lo mismo que yo ahora.

Disponibilidad para Dios.
He vivido el “adiós para siempre” como parte importante de mi tarea misionera. El que no vayas a volver a ver a esas personas no impide que te entregues del todo a ellas, y creo que ésta es otra enseñanza para nuestra vida: darnos del todo en todo momento, independientemente de a quién y por cuánto tiempo. Dios pide eso, que queramos a todo el mundo y tengamos la libertad de marcharnos a querer a otros cuando Él nos lo pida. Es por eso que el misionero deja su casa y a su gente y marcha a un lugar desconocido: no es él quien decide ir, sino Dios quien lo manda.

Marta Medina Balguerías




"el misionero deja su casa y su gente y marcha a un lugar desconocido"

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