Marruecos ha sido un lugar para comprender lo
que significa tiempo. Y es curioso
cómo la palabra se ha abierto camino en dos experiencias que, aparentemente, no
tienen por qué tener mucha conexión. Pero, aunque ya haya revelado lo que me
llevo de todo esto, empecemos por el principio…
Todos hemos oído mil veces que de la misión uno
vuelve habiendo recibido mucho más de lo que ha dado. Yo era uno de ellos. Y
cuando esta frase te la sabes de memoria, empieza a diluirse en tu cabeza.
Pierde sentido y se vuelve indiferente. Es normal. Cada día escuchamos muchas
historias; tristes, conmovedoras, transformadoras, dramáticas… Y aunque seamos
capaces de ser sensibles a ellas, no las hemos vivido en nuestras propias
carnes. Y eso marca la diferencia.
La semana de misión en Tatiouine busca el
encuentro con la realidad misionera en la realidad de un pueblo bereber. Una
realidad en la que descubrí la lengua de Dios, y en la que vi más presente que
nunca el significado de la comunión. Te encuentras en medio del monte sin
hablar francés, árabe y, mucho menos, bereber. El primer día te preguntas cómo
demonios vas a conseguir llevar a un grupo de niños durante toda una semana. El
segundo día ya te ves haciendo maniobras corporales y aprendiendo el par de
palabras básicas para hacerte entender. Un lenguaje de gestos y miradas. Un
silencio terrenal que te acerca al lenguaje de Dios. Porque sí, Dios habla a
través de gestos, a través de miradas (a no ser que tengas la suerte de
escuchar una voz que desciende de lo alto, en cuyo caso, tu deber como
cristiano será compartir tu secreto con nosotros).
Y después de que Dios haya hablado, la
comunión. La común unión entre personas de culturas tan diferentes, entre
personas de religiones tan diferentes. “El que menos tiene es el que más da”,
otra de las frases que hemos escuchado en innumerables ocasiones. No voy a ser
yo el que diga si es verdad o no. Pero lo cierto es que me he encontrado con
personas que no tienen nada, y que aun así te dan su mejor té y sus mejores
dulces. El amor hacia los demás es tan profundo que el desprendimiento es
total. Pobreza terrenal pero riqueza en bondad, en amor. Pero la comunión
también espiritual. Sentirte como en casa con gente con la que apenas cruzas un
Hola, ¿qué tal? Seguido de su nombre
y un apretón de manos con dos besos (¡como mínimo!). Yo creo que sigo sin saber
de verdad lo que es la misión, pero también creo que me he acercado a ella y he
podido comprender mucho mejor lo que significa: hacer presente a Jesús a través
de tu vida, metiéndote de lleno en la cultura, amándola y respetándola. No es
más ni menos que estar, dar tu vida (pero de la forma más humana y terrenal, no
pensando en cosas imposibles. Dar tu vida, darte a ti mismo, como eres, en el
día a día). La misión es, de alguna manera, dejar entrar en tu corazón el lugar
al que vas. Porque solo así, y de manera desinteresada y totalmente
involuntaria, puedes dejar a Jesús allí.
Y después del esfuerzo de la primera semana, el
esfuerzo de la segunda: los ejercicios espirituales. Una semana de oración
intensa en un lugar, podríamos decir, dedicado a la oración intensa: el
Monasterio de Notre Dame del Atlas. Un lugar donde, además, se produce
una comunión de religiones y donde se respira un claro aroma de santidad. El
lugar propicio para la búsqueda de Dios.
“El tiempo es oro” o, como me gusta decir a mí:
El tiempo lo es todo. El tiempo, tu
tiempo, que usas para darte a los demás de una manera desinteresada, por amor.
Todo el tiempo que te regalan sin conocerles. El tiempo que le dedicas a Dios.
No hay nada más que tiempo en esta vida que se nos ha regalado. Tiempo que no
nos pertenece pero que usamos y que aprendemos a usar. Descubrimos que es lo
único necesario para crecer en las relaciones.
Esto es lo que me llevo, ni más ni menos que la
vocación del AMOR, en mayúsculas, que se da sentido con tiempo y humildad,
conmigo, con los demás y con Dios.
Bajo la inmensidad del cielo me pregunto
si mi gesto cambiará el pulso de la historia.
Entonces cae una hoja marchita por el tiempo
y me susurra que los incontables son los que
necesitan mi voz,
los innombrables que cuente con ellos,
y que no hay mayor cambio de compás
que olvidarse de todo aquello que me ciega
y empezar a dar oxígeno y respirar de los que
de verdad cuentan.
Porque un día mi color se apagará y seré feliz
al caer,
por haber dejado que mi gesto sea abrir el
corazón y entender
que si lo que hay detrás es verdadero amor,
se hará desde lo pequeño y la sencillez.
Me encantan las fotos!
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